Ariel Avilés Marín
La obscuridad engendra la violenciaY la violencia pide obscuridad para cuajar el crimen.Rosario Castellanos
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Las heridas que duelen en el alma son las más desgarradoras y profundas. La conciencia es el mejor combustible para alentar al alma a gritar por las injusticias. Hay voces que se traducen en canciones y poesía para dolerse de un suceso, hay expresiones corporales para transmitir dolores y agitaciones, el arte siempre ha de ser un vehículo superior para la denuncia. Hay voluntades que son inquebrantables. Elda María Zozaya Peniche de Lizarraga ha sabido prolongar su conciencia profunda, cruzar el tiempo y el espacio y tomar la voz en los campos fértiles en que dejó su simiente para mantener viva su llama; David Lizarraga Zozaya es el paladín inquebrantable que ha recogido el guante lanzado y lo ha enarbolado y agitado, y seguramente lo seguirá haciendo.
Desde hace más de treinta años, quienes tuvieron el privilegio de ser alumnos de la Mtra. Elda Zozaya abrevaron conciencia de su cátedra y han hecho de la lucha social un credo ineludible. Desde esos lejanos días en los que el arte superior de la poesía coral había cobrado una fuerza avasalladora como vehículo de expresión de una juventud que tenía profunda conciencia social, el tema de la noche fatídica del 2 de octubre de 1968 era una presencia constante en los grupos de poesía coral de la Secundaria Santiago Burgos Brito, la Federal No. 1. Y salieron de los muros de la escuela para gritar al mundo la infamia cometida contra los estudiantes, contra los padres de familia, contra los ferrocarrileros, contra los médicos… contra el pueblo mexicano. Voces, como Jenaro Villamil Rodríguez, siguen dando vida al grito de protesta inculcado por Elda María, y la mantienen vigente.
David Lizarraga es hijo, es discípulo, es conciencia, es fuerza, es arte arrebatado, es voluntad inquebrantable, y ha adquirido, y jamás claudicado, en el compromiso de mantener una memoria viva de lo que se quiere callar o, cuando menos, soslayar: Tlatelolco 1968 fue un verdadero holocausto. El arte de David ha superado el heredado de su madre, pues ha ido añadiendo a sus formas de denuncia el concurso de otras artes que se integran, se asimilan, enriquecen la expresión, y cuajan en un mensaje profundo, doloroso, desgarrador, para que no quede duda alguna de la infamia que se escribió en Tlatelolco con letras de sangre y muerte.
Ahora, es esta múltiple conmemoración por el medio siglo de distancia de los hechos, bajo el título común de: “2 de Octubre, no se olvida”; David nos ha tocado lo más profundo del alma con una expresión multidisciplinaria titulada Ecos del 68, en la que se conjugan poesía, canto, danza, coreografías, y en la que, la gran metáfora es el crimen, el crimen institucionalizado, el crimen embozado en la traición por todas las vías concebibles, el crimen sin distinción de edades ni condiciones, el crimen en su más artera forma de expresión… de un gobierno, a su propio pueblo.
En el auditorio Silvio Zavala Vallado del Centro Cultural Olimpo, se llevó a cabo la presentación de este espectáculo multidisciplinario, Ecos del 68, en el que el conjunto Agrupación Artística Independiente Superación nos regaló todas las formas del arte que ha incorporado a sus actividades, para hacer del escenario un mosaico múltiple, colorido y, por momentos, desgarrador, de una denuncia a grito pleno. Con la participación de Luis Caballero y Claudia e Israel Leal, en la parte musical; Sintia Alayola, Laura Escalante, Aurora Moreno, Elizabeth Pisté, Octavio Castillo, Omar Flores y Carlos Madera, en actuación, danza, coreografía y poesía coral. La excelente iluminación fue obra de Jorge Alonso. El vestuario fue diseño del propio David y realizado por Juan José López. La sencilla pero convincente escenografía es de la autoría de Manuel Encalada. Excelente labor de coordinación general por parte de Jorge Alonso y certera dirección general de David Lizarraga Zozaya.
El espectáculo se inicia con un texto del Dr. Gilberto Balam Pereira, magistralmente interpretado por la voz en off de Alejandra Pérez Auais, titulado “Memorias del 68”. Corre en seguida el “Corrido del 2 de Octubre”, de Judith Reyes, por Luis Caballero. Viene “Elegía combativa”, de la inolvidable poeta Carmen de la Fuente y con música de Óscar Chávez, que interpretan Claudia e Israel Leal con todo el cuerpo de baile. La poesía coral se hace presente en el texto de Bertol Bretch, “El agitador”, con Laura Escalante, Claudia Leal, Octavio Castillo y Omar Flores. Luis Caballero nos canta “Solo le pido a Dios”, de León Gieco, y enseguida, Octavio Castillo nos regala con una profunda interpretación de una selección de “Un Padre Nuestro Latinoamericano”, de Mario Benedetti. Silvio Rodríguez también se hace presente en “Te doy una canción”, que cantan Claudia e Israel y bailan Laura Escalante y Carlos Madera. “México 68” es una canción de denuncia de Ángel Parra que nos interpreta Luis Caballero.
Salta a escena un número profundo, agitado, “Los fantasmas de Tlatelolco”, texto de Raúl Lugo que dice Octavio Castillo con una soberbia coreografía que interpretan Sintia Alayola, Laura Escalante y Elizabeth Pisté. La agitación se suaviza cuando Luis Caballero canta “Habrá que creer”, de Alejandro Filio. Sigue una escena estrujante de coreografía titulada “Pesadilla”, con el concurso de Sintia Alayola, Laura Escalante, Aurora Moreno, Octavio Castillo, Omar Flores y Carlos Madera, la coreografía de David Lizarraga. Viene entonces la canción “Sueño de una noche de verano” de Silvio Rodríguez, por Claudia e Israel. De inmediato, Luis Caballero canta “La verdad”, de Alejandro Filio. El tremendo cierre del espectáculo es nada menos que “Yo te nombro libertad”, de Gian Franco Pagliaro, que cantan Claudia e Israel y con le concurso de toda la compañía en una tremenda y expresiva coreografía vibrante, soberbia. Tremenda ovación de pie de la sala llena, corona la presentación del grupo.
Salimos del Olimpo con un sabor agridulce, por un lado, el dolor del crimen que no ha de olvidarse jamás, y por el otro, el gusto de que, las artes se vuelquen en expresiones fuertes y precisas para poner el dedo sobre la llaga.