Pedro de la Hoz
LLas cifras hablan: 300 películas procedentes de 37 países, una participación determinante de América Latina y el Caribe –razón de ser de la cita–; Argentina y Brasil como las naciones más representadas. En concurso, 21 largometrajes y 19 cortos y mediometrajes de ficción, 18 óperas primas, 21 documentales de larga duración, 10 de corta y 23 animados. Se evaluarán, además, 25 guiones inéditos y 30 carteles.
En medio de tal arribazón, no faltan expectativas por lo que trae México a la 41ª edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, recién puesto en marcha. En la isla, por larga data, el cine mexicano posee arraigo. No es cosa únicamente de quienes rumian la nostalgia de la llamada época de oro, cuando las rumberas cubanas tuvieron su hora y las rancheras pasaban de la pantalla a la radio con fuerza arrasadora. Otro cine gustó, el de las películas del Buñuel, Viridiana y El ángel exterminador; el de Macario y El gallo de oro, de Roberto Gavaldón; el de Tarahumara, de Luis Alcoriza; el de El rincón de las vírgenes y En este pueblo no hay ladrones, de Alberto Isaac, y el de Calzonzín inspector, de Alfonso Arau.
No hay que olvidar que entre las obras ganadoras de la máxima recompensa del Festival, el Gran Premio Coral, han figurado varias producciones mexicanas: Frida, naturaleza viva, de Paul Leduc (1985); La tarea prohibida, de Jaime Humberto Hermosillo (1992); Principio y fin, de Arturo Ripstein (1994); El callejón de los milagros, de Jorge Fons (1995); Profundo carmesí, de Arturo Ripstein (1996); Luz silenciosa, de Carlos Reygadas (2007); El infierno, de Luis Estrada (2011); Heli, de Amat Escalante (2013) y Desierto, de Jonás Cuarón (2016).
En la selección oficial de largometrajes de ficción clasificaron en el corriente Festival dos obras mexicanas: Asfixia, de Kenya Márquez; y Esto no es Berlín, de Hari Sama. Mientras que en el apartado Ópera Prima se proyectarán El deseo de Ana, de Emilio Santoyo; La paloma y el lobo, de Carlos Lenin; y Mano de obra, de David Zonana.
En la sinopsis entregada a la prensa sobre la obra de Kenya Márquez, se dice que despue?s de salir de la cárcel donde aprendio? a cuidar enfermos, Alma, una mujer albina, se propone recobrar a toda costa algo mucho más importante que su propia libertad. Para lograrlo se ve obligada a cuidar por las noches a Clemente, un hipocondri?aco con una obsesión compulsiva por evitar una muerte fulminante.
En el momento de su estreno en México, la realizadora precisó: “Este tema me interesó mucho, a partir de un artículo que yo leí en donde se establecía que casi el 80 por ciento de las mujeres presas están ahí porque son implicadas en el delito por la pareja, es decir que terminan cometiendo un delito por amor o encubriendo a su pareja. Me pareció muy importante abordarlo a partir de esta mujer albina que se llama Alma y construyéndolo en conjunto con una historia de amor, un amor de dos soledades.”
A los espectadores que la ven, les llama la atención la interpretación de Alma por una actriz no profesional, Johana Fragoso, a quien la directora fichó al “encontrar a alguien que tuviera esta fuerza interpretativa, esta fuerza visual y esta fuerza en sus ojos”.
En apariencias, Esto no es Berlín calificaría como una película sobre la iniciación juvenil, hasta que el espectador nota que le están contando la historia de un estado de ánimo y prestando argumentos para poner en una balanza si los años 80, en una megalópolis como Ciudad de México, tercermundista a pesar de todo, fueron de afirmación o de crisis en el orden espiritual.
Sana bucea en sus propias vivencias para levantar la trama que por los días de la Copa Mundial de Fútbol de 1986, se introducen en una discoteca permeada por el sexo, las drogas y la música más rabiosa y en la que ambos confrontan sus identidades. En torno a la utilización en la banda sonora de músicas de Roxy Music, Joy Division, Rita Mitsouko, David Bowie y Brian Eno, el director sostuvo que no podían faltar si quería ser fiel a la atmósfera sonora de la época, aunque “todavía estemos pagando los derechos de utilización”.
En cuanto a las obras que marcan el inicio de carreras cinematográficas –el Festival de La Habana hace bien en evaluarlas aparte–, El deseo de Ana narra la historia de Ana y su hijo Mateo, residentes en la colonia Condesa, y el impacto de un motociclista desconocido, a la postre el hermano perdido de ella, sobre sus existencias; La paloma y el lobo remite al clima de violencia imperante en una de las tantas comarcas del norte mexicano; y Mano de obra, protagonizada también por actores no profesionales, contrasta el trabajo en la construcción de una casa lujosa de la alta burguesía por parte de albañiles expoliados y marginados.
Fuera de concurso, arriba a La Habana una realización documental muy singular por sus valores culturales panópticos, no exenta de polémica por quienes no descifran un hilo narrativo conclusivo: Erase una vez, de Juan Carlos Rulfo, desde la mirada de la hija del director, explora danzas, cantos y músicas remotas que forman parte del tejido de las tradiciones populares del país.