Iván de la Nuez
Hay una película que ya hemos comentado aquí, su título es “Yesterday” y trata de un mundo que ha perdido parte de su memoria musical. En el “ayer” de ese mundo, por ejemplo, no habían existido Los Beatles. Así que nadie hoy ha oído sus canciones, excepto un joven que empieza a cantarlas y deja anonadados a sus contemporáneos con lo que están escuchando.
La música de Los Beatles se usa, en esa película, como una parábola sobre este mundo contemporáneo en el que, cada vez más, tenemos todos los dispositivos de búsqueda en la mano, pero, cada vez menos, la pulsión de la memoria en el cerebro. ¿Para qué recordar un cumpleaños si te va a sonar la alarma en tu teléfono? ¿Para qué memorizar una dirección si la tienes en tu agenda electrónica? ¿Para qué transmitir la risa si ya cuentas con un emoticón en tu wasap que la simula? ¿Para qué empeñarte en las artes del flirteo, el enamoramiento o la destreza erótica si una aplicación te prepara la cita y, si te levantaste perezoso, un artilugio puede sustituirte en alguna que otra actividad sexual? (El succionador de clítoris está arrasando hoy en el mercado).
Reconozcamos que los primeros que se montan en esta lobotomía, actuando como si las cosas no hubieran pasado jamás, son los medios de comunicación. Así que, si ves “El irlandés”, de Martin Scorsese, toca llevarse las manos a la cabeza e ignorar un film de Sergio Leone –“Erase una vez en América”–, que a su vez remeda una película anterior suya –“Erase una vez en el Oeste”–, que a su vez ha conocido otro juego con el título en la última de Tarantino: “Erase una vez en Hollywood”. Una secuencia que debería requerir nuestra memoria cinematográfica, pero que asumimos como si nada de eso hubiera tenido lugar.
Lo mismo pasa con estrellas del deporte, políticos, libros, manifiestos, obras de arte. Decía Milan Kundera que la lucha de la memoria contra el olvido era la lucha del hombre contra el poder. Y tal parece que esa batalla ya está perdida. Porque en nuestro mundo remake, los nuevos productos vienen empaquetados como si no hubieran existido. Y en esa falsa novedad radica, precisamente, su rentabilidad.
Antes, los conservadores intentaban a todo precio que el pasado no se fuera. Ahora quieren lo mismo, sólo que lo revisten de novedad para que permanezca entre nosotros con su disfraz novedoso.
Y así va medrando el Sistema. Jugando con nosotros como si Los Beatles o Michel Jordan o el Rey Lear jamás hubieran existido. Hasta que un día se nos olvide Hitler, nos volvamos locos con el “Mein Kampf” y sus ideas nos parezcan lo mejor que ha existido jamás para cambiar el mundo.