Aprovechando la falta de unanimidad y la polarización política creadas en Venezuela por la constante y virulenta actividad opositora, la hostilidad imperialista, especialmente la guerra económica, los errores en la conducción del proceso y los ejercicios electorales, al no haber podido liquidar la Revolución Bolivariana, Estados Unidos apuesta por dividir aún más a la sociedad venezolana y eventualmente al país. Para tan ignominioso proyecto cuentan con la insensatez de una oposición capaz de sacrificar la patria y la nación.
El más reciente capítulo de esa estrategia es perfectamente cínico porque al evadir la situación real intenta presentar el fenómeno como un conflicto de legitimidades y conspira para establecer una dualidad de poderes: Asamblea Nacional frente a Asamblea Constituyente y Guaidó contra Maduro. En lugar de revolución y contrarrevolución y pueblo contra oligarquía, se ofrece la imagen de una confrontación de poder contra poder.
El entuerto enfrenta a dos órganos legislativos y a dos presidentes de la república. La Asamblea Nacional (en desacato), aunque carece de recursos para imponer sus acuerdos, da por destituido a Maduro, mientras la Asamblea Constituyente, el gobierno, el Poder Judicial y las fuerzas armadas no reconocen a Guaidó, aunque tampoco pueden impedir su proyección mediática que de alguna manera socava el poder real.
Para concretar el ejercicio, la Asamblea Nacional (en desacato) designó a Juan Guaidó como presidente y Estados Unidos se encargó de dotarlo de apoyo internacional y de dinero. Para consumarse, a la maniobra le falta un territorio en el cual constituir estructuras paralelas. De hecho, el presidente nonato ha comenzado a designar embajadores y en cualquier momento, puede avanzar en el establecimiento de armazones eventuales, entre otras cortes de justicia y mandos militares.
En su perversidad táctica, el plan estadounidense, en lugar de confrontar a los mandos militares los camela. No les pide que protagonicen un golpe de estado ni que asalten el poder, sino que se abstengan, expresen dudas o se declaren leales a la Asamblea Nacional (en desacato) o al “presidente” nombrado por ella.
En la periferia del entuerto figuran el poder mediático, mayoritariamente opositor y la economía, cuya rama estatal el gobierno se esfuerza en hacer funcionar, mientras el sector privado, predominante en muchas áreas, entre ellas el comercio, el transporte y otras, sabotea la gestión gubernamental y suma descontento.
Capítulo aparte es PDVSA, columna vertebral de la economía y las finanzas venezolanas que en considerable medida dependen de Estados Unidos a quien vende 500,000 barriles de petróleo diarios y donde opera CITGO, empresa venezolana que cuenta con tres refinerías, 48 terminales y más de 6,000 estaciones de distribución, valorada en unos 10,000 millones de dólares y que ha sido virtualmente intervenida por Estados Unidos y sus lucros puestos a disposición del llamado “presidente encargado”.
La estrategia divisionista aplicada por Estados Unidos recuerda que en 1861 once estados del Sur se separaron de la Unión, desencadenándose una Guerra Civil que en cuatro años costó casi un millón de muertos y ocasionó la ruina de la economía del Sur, dejando cicatrices abiertas todavía.
Los tiempos, las razones y las personalidades involucradas son otros, pero la peligrosidad de la aventura estadounidense es análoga, puede provocar una guerra civil y repetir la tragedia colombiana. Los capítulos decisivos de esa historia están por escribirse. Ojalá prevalezcan la sensatez, el sentido de responsabilidad histórica, se preserven los genuinos intereses nacionales y el pueblo sea escuchado.