Opinión

Empecinada mezquindad

Uuc-kib Espadas Ancona

Los últimos días han traído acontecimientos que han avivado viejos debates en tierras del Mayab. El 20 de septiembre, durante la Cumbre Mundial de Premios Nobel de la Paz, Miguel Bosé, Joy Huerta y, de paso, Rigoberta Menchú, criticaron el rechazo legal al matrimonio igualitario en el Estado. Al día siguiente, Ricky Martin hizo lo propio. El 25 de septiembre, el Congreso de Oaxaca despenalizó plenamente el aborto en ese estado, cuando se realice dentro de las doce primeras semanas de embarazo. El 26, Yalitza Aparicio se pronunció a favor del aborto en conferencia de prensa en Mérida, posición que posteriormente ratificó en otros espacios. Dos días después, un dirigente juvenil panista se refirió a ella con la expresión “ojalá la hubiesen abortado”, lo que le costó la destitución inmediata. Para coronar la secuencia, el día 28, se realizó una marcha en el Paseo de Montejo contra la despenalización del aborto y, horas después, un mitin a favor, en el Parque de la Madre.

Mientras tanto, como es evidente, las redes sociales arden con el debate. Este acusa, como resulta evidente, una aplastante mayoría de yucatecos, y especialmente de emeritenses, que se oponen al aborto, y otra, que coincide en buena medida con la primera, de un tamaño un poco menor, que se opone al matrimonio entre personas del mismo sexo y a la adopción de menores por estas parejas.

No deja de llamar la atención el asombro conque desde los sectores más conservadores de la sociedad se recibieron las declaraciones de las celebridades que expresaron sus opiniones sobre estos temas. Con reacciones que fueron desde la incomodidad hasta el enojo se les consideró impropias. El hecho de que las medidas que criticaban afectaban directamente a personas como ellos, en distintos casos, restringiéndoles derechos básicos no era considerado, desde esta visión, razón suficiente para justificar las críticas. La idea que subyace a estas actitudes es siempre la misma: “Ustedes están en falta moral, acéptenlo y callen”.

Una vez más, como sociedad local, nos enfrentamos a la exigencia muy mayoritaria de negar derechos básicos a distintas minorías. Esta circunstancia está poniendo a prueba nuestra capacidad de convivencia respetuosa y pacífica. Ninguna mayoría, por grande que sea, tiene la prerrogativa de suprimir derechos básicos de las minorías. La mayoría no tiene derecho a oprimir a la minoría. En el caso del matrimonio igualitario, la pretensión de suprimirlo choca con las leyes y resoluciones judiciales nacionales, que han dejado sentado que éste es un derecho que se puede ejercer por cualquier pareja en cualquier estado, sin importar lo que digan las leyes locales. Es decir, el Estado mexicano reconoce el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio en Yucatán, y lo que vote o deje de votar el Congreso del Estado no modifica esta situación, salvo por el hecho de que impone, injustamente, la necesidad de ampararse para poder, en efecto, ejercerlo.

En el caso del aborto existe una convicción honda de que realmente hay vida humana desde el momento en que un espermatozoide fecunda un óvulo. Esta creencia, no importa cuán noble pueda parecer, se riñe no sólo con los conocimientos científicos, sino con las enseñanzas de los padres de la Iglesia Católica, especialmente San Agustín y Santo Tomás. De hecho, la postura actual de la Iglesia sobre este punto no se adoptó sino hasta hace 150 años, menos del 10% del tiempo de su existencia. El problema humano de esta negación del conocimiento científico y de las raíces del propio catolicismo es la condena a mujeres en terribles condiciones de existencia a tener hijos. La prohibición del aborto no reconoce excepción para niñas violadas, mujeres enfermas gravemente, o por malformaciones genéticas graves. Esta ignorancia aniquila la piedad.

El conservadurismo yucateco, ese que se reproduce secularmente de generación en generación, es hoy un promotor activo del dolor humano.