Opinión

El aislamiento social y algunas reflexiones sobre la pandemia

Delfín Quezada Domínguez

Apenas han pasado cinco meses desde que en China (eso dicen algunos) se registraron los primeros afectados por el coronavirus. Poco más de un mes después lo seguíamos viendo como algo lejano, casi sin importancia, a pesar de que en Italia y en España se habían producido ya algunos casos. Hoy el coronavirus es un terremoto que sacude el mundo y que ha cambiado por completo nuestras vidas. Pero debemos pensar y creer que esta crisis global no sea para siempre.

Ahora podemos contemplar el tremendo error que supuso la debilitación de nuestro sistema sanitario, porque estamos viendo sus carencias y aún no hemos llegado a lo peor, según López-Gatell. Comenzamos la semana previa al aislamiento con una parte de la población tomando a broma la situación. El cierre de los colegios y universidades consiguió una estampida de irresponsables hacia la costa. Desde el primero hasta el último, con la enfermedad ya activa, entendieron que eran unas vacaciones y actuaron en consecuencia, difundiendo –pienso– el virus aún más de lo que ya estaba. Luego, con la intervención de las instituciones sanitarias del país, nos fueron metiéndonos el miedo en el cuerpo y la orden de confinamiento para todo el país. El silencio se adueñó de nuestras calles, vigiladas por los cuerpos de seguridad del Estado para cumplir con el estado de alerta.

Va a haber un antes y un después del Covid-19, no sólo en lo sanitario, industrial y económico, sino también, y esto es lo verdaderamente importante, en nuestra forma de ver la realidad y en nuestro comportamiento social e individual. En la soledad de nuestra cuarentena estamos teniendo mucho tiempo para reflexionar y observar la fragilidad de este mundo que pensábamos fuerte, moderno y preparado. Ahora podemos contemplar el tremendo error que supuso la debilitación de nuestro sistema sanitario, porque estamos viendo sus carencias y esperemos que aún no llegue a lo peor. Hasta podríamos señalar con el dedo a los culpables, pero para qué, lo importante es salir y aprender. También podemos estar cuestionando esta globalización que consigue parar fábricas y sectores, porque los suministradores están lejos y en zonas afectadas.

En lo económico, la situación asusta. Y podría tener consecuencias aún más demoledoras si no fuera porque aprendimos mucho de la crisis financiera del 2008. De aquella crisis desatada por la ruptura de la burbuja financiera y que para nuestro país tuvo consecuencias desastrosas, por la inmensa deuda que manteníamos y el movedizo mercado inmobiliario que habíamos construido. Tal vez la primera enseñanza fue la de que no se puede abandonar a nadie en la lucha, porque tendrá consecuencias. No sé yo si nuestros líderes políticos se creen sus cifras o es que pretenden dorarnos la píldora y que nos demos cuenta a pequeñas dosis. El colapso va a ser brutal, empeorando sus expectativas día a día, con una recesión que basta mirar los indicadores financieros (dólar, petróleo, la Bolsa de Valores, precios de la canasta básica, etc.) para darse cuenta de lo que los mercados financieros ya sospechan y que no se produjo en el 2009. Lo humano de nuestro planeta se ha parado en seco, después de vivir en un mundo globalizado, que se había hecho pequeño a golpe de avión barato, ahora estamos recluidos en nuestras viviendas, contemplando desde detrás de los cristales un mundo que no va más allá de nuestra calle y que ya no es nuestro. Y para recuperarlo, o al menos lo que podamos salvar, tenemos que hacer un gran esfuerzo centrado en algunos aspectos fundamentales:

Aplanar la curva de contagios, “aplastar” el sombrero que dicen, para no colapsar los hospitales y minimizar las víctimas. Es preciso dotar de más recursos, humanos y materiales, a la sanidad y cumplir, como si no hubiera otra verdad en el mundo, las recomendaciones sanitarias de aislamiento y distanciamiento social. Esto sí es solidaridad con nuestro país y con nuestros mayores que son los más impactados por la situación.

La prioridad debe ser el crecimiento y no reducir la deuda y el déficit en poco tiempo. Proveer de los necesarios recursos económicos para que el frenazo que acabamos de dar, necesario para dilatar las infecciones en el tiempo y disminuir la mortalidad, no se prolongue más de lo necesario. Y es que el daño del parón es inmenso. Las calles se han vaciado, no hay clientes para las actividades y los servicios; y las consecuencias de los desempleados se van a contar por cientos de miles. Es imprescindible lograr que no se conviertan en parados de larga duración. Hace falta un plan ambicioso y que contemple a todos, porque tenemos que salir todos. Avales, moratorias de impuestos, ayudas a autónomos, reforzar el subsidio de desempleo, impedir los desahucios, no permitir los cortes de suministros, principalmente la energía eléctrica, la cual ha sido un arma mortal para los yucatecos en estos momentos. Y está claro que por encima de todos valoremos a nuestro personal sanitario, médico, enfermeros, personal de administración, auxiliares de geriatría. Perseguidos y ninguneados estos últimos años por administraciones absurdas, casi delincuentes, que dejaron su futuro y el nuestro en manos del beneficio privado, con salarios bajos, jornadas agotadoras, escasos medios…pero ahí están, dando todo lo que tienen y mucho más. Todos los aplausos que les demos son pocos. Y es de esperar que aprendamos la lección y salgamos con ellos a defender nuestra sanidad cuando alguien la agreda, nunca sabremos cuándo la podremos necesitar.

La otra cuestión que tendremos que afrontar será un cuidadoso análisis de lo que se ha hecho bien y lo que se debe mejorar. Se han cometido equivocaciones, muchas, pero hay que añadir que la situación era desconocida y la forma de enfrentarse a ella ha sido un ensayo constante. Si analizamos y obtenemos conclusiones, sin fundamentalismos y con la mente abierta, podremos parar una hipotética repetición futura, que podría ser peor. Pero la emergencia sanitaria, la cuarentena y los problemas que vemos todos los días a nuestro alrededor también están haciendo brotar unas actitudes que no se veían hacía mucho tiempo. Con la política de encierro hemos conocido a nuestros vecinos y nos emocionamos a la vez, aunque sea a distancia. Y eso es bueno. El virus y sus horrores han despertado unas conciencias demasiado adormecidas, que necesitaban de un acicate como éste para cambiar. Y es que el aislamiento ha conseguido unirnos anteponiendo a nuestro egoísmo conceptos casi olvidados. Y hablo de solidaridad y de lo emotivo que resulta comprobar que, aunque encerrados, no estamos solos y que luchamos por los demás. A ello obedece el confinamiento, a un luchar entre todos sin caer en un ¡sálvese quien pueda! dejando atrás a los débiles y los mayores.

Y es ese sentimiento de solidaridad común, el que nos hace sentirnos parte del esfuerzo que estamos realizando para afrontar la situación, para vencer, para estar orgullosos. Y lo hacemos en familia, con nuestros hijos que comparten con nosotros las noticias, que contemplan los esfuerzos y colaboran en ellos. Con vecinos, del portal de enfrente, de la calle a la que nos asomamos. Es una gran lección, inédita, que nadie vivo ha podido experimentar y que nuestros hijos recordarán para siempre. Y si importante es ese sentimiento de solidaridad que todos compartimos, no menos trascendental es el reconocimiento que estamos haciendo a la labor, hasta ahora silenciosa e inadvertida, de todos los que están ahí para que lo importante no se pare. Para que nuestros mercados estén abastecidos, para que sepamos todo lo que está pasando, para que la logística funcione. Transportistas, tenderos, periodistas, cajeros del súper, repartidores, basureros…están ahí y ahora nos damos cuenta.