Pongámoslo así: desde hace cuarenta y nueve años la historia no ha tratado con suficiente justicia a Paul McCartney. No hablo de su multitudinaria audiencia, tampoco de las nuevas generaciones conquistadas por su música. Esos prosélitos se dan por descontado. En ese sentido, el artista ha gozado del favor y del fervor del público, valga el lugar común. Señalo, en todo caso, a los críticos, investigadores y estudiosos, los cuales siguen responsabilizándolo por la separación de la banda y a la fecha le restan poder a sus méritos creativos. Por el contrario, le achacan una comercialidad excesiva. Casi siempre McCartney ha salido mal parado en los cientos, quizá ya miles de libros escritos sobre John Lennon, George Harrison, él y Ringo Starr.
Han habido, por supuesto, honrosas excepciones: el libro Antology, desprendido del vasto documental de 1995; en esa misma sintonía está From years now, de Barry Miles (en realidad, una suerte de memorias del músico a través de conversaciones con su amigo periodista), y una crónica singular sobre las grabaciones del cuarteto escritas por Geoff Emerick, ingeniero de sonido en el hoy estudio-santuario Abbey Road, donde McCartney destaca por su sencillez y el empeño feliz de hacer buena música. Estas obras son el ejemplo de una visión distinta, mesuradamente subjetiva y luminosa.
Todos los demás, incluyendo los textos de gente próxima a él como su ex asistente Peter Brown, se han ocupado de aspectos vinculados a la presunta frivolidad y al temperamento a ratos ególatra del compositor británico. Nadie se ha decantado por su pericia instrumental y su prolija producción. A estas alturas suena paradójico: el más accesible y popular de los Beatles, quien solía fungir como el publirrelacionista ideal del cuarteto, ha terminado siendo el menos distinguido en el camino a la posteridad tan anhelada por los arqueólogos de la beatlemanía.
Tal vez la temprana muerte de John Lennon contribuyó a condenarlo aún más. De hecho, sus primeras declaraciones en torno al asesinato de su compañero fueron tomadas por la opinión pública como poco serias, acaso fatuas. McCartney se ha cansado de explicar: “Me malinterpretaron; estaba aún en shock”. Pero nunca falta alguien para remarcarle esa desafortunada intervención.
El escritor Phillip Norman minimizó durante décadas las aportaciones y la calidad de McCartney en el ámbito de la música rock. La publicación de Shout! (1983), una biografía exhaustiva del grupo, cuyo logro principal es la recreación puntual de la romántica época de la banda en Hamburgo, cuando aún vivía Stuart Sutcliffe, dejó entrever la rivalidad entre Paul y Stu, entonces el amigo más querido de John. Magnético y carismático, Lennon es en esa pieza el eje sobre el cual se levantó el mayor conjunto clásico contemporáneo y el hombre cuyos preceptos y convicciones modificaron la cultura occidental.
En su otra biografía, La vida de John Lennon, Norman se centró en la figura del creador de Los Beatles y en su condición de líder moral de un trozo de la historia; McCartney pasó de socio y amigo íntimo a ser la némesis de John. Después de la salida de estos materiales, el propio Paul llegó a pensar en Norman –según cuenta el mismo escritor en este libro- como uno de sus enemigos más implacables. Sin embargo, para sorpresa del autor, el músico le autorizó tácitamente a narrar su historia y le dio acceso a los archivos personales, a través de un correo electrónico consignado en el mismo libro.
Con Paul McCartney: La Biografía, Phillip Norman parece haber recapacitado y admitir, ya en el rigor de la madurez reflexiva, su escamoteo para retratar al bajista zurdo en el pasado. Es claro que su objetivo, en clave de novela, es exponer la imagen del compositor de la manera más fiel posible, con el resplandor de sus atributos y la tempestad de sus defectos.
Sin duda, Norman se atrevió a escribir una de sus obras más ambiciosas lo mismo por su amplitud (794 páginas) que por su aguda y detallada exploración con respecto al músico más relevante del siglo XX. Con este libro, el cronista le otorga a McCartney el sitio que siempre, por derecho natural, le había correspondido.
Se trata de una exhaustiva, evocadora, pero nunca tediosa reconstrucción de sucesos; la mirada a fondo sobre un hemisferio poco examinado. Una muestra: el periodo post beatle, los discos y su irregular aceptación en el mercado, y los altibajos de la inspiración; no faltan la dolorosa grabación del primer álbum en solitario, el surgimiento de Wings y la depresión de McCartney recién concluida la sociedad beatle. Todas sus etapas y fases están pautadas en el pentagrama de esta escritura.
El libro arranca con una estampa paisajista, casi de novela pastoril, del actual Liverpool y los sitios (convertidos en souvenir turístico) que los Beatles inmortalizaron en sus canciones y en la leyenda de su imagen: Penny Lane, Cavendish Avenue, Fortilin Road, Menlove, Quarry Bank School y Strawberry Fields sirven de pretexto para describir el génesis del grupo, los orígenes de sus familias y relatar las estrategias del destino que los unió de forma definitiva.
En esa introducción ya se entrevera la complicada pero amorosa relación que John y Paul sostuvieron durante su larga amistad. Los lazos de identificación entre ellos, la sumatoria de George Harrison y Ringo Starr, la genialidad de la dupla compositora, la efervescencia del grupo y los desaguisados de la fama incontenible.
Hay verdaderas revelaciones en tono de ironía: el hecho de que, por ejemplo, McCartney fue quien hizo que Lennon y Yoko Ono se conocieran, cuando le insistió a su amigo que visitara la exposición de la japonesa en una galería londinense. No se imaginaba entonces que, a partir de ese episodio, sobrevendría la desintegración de su bien más preciado. Pero la biografía no para ahí: la prosa directa y cohesionada nos conduce a las mujeres de Paul, a la crianza de sus hijos, a la abrupta muerte de su esposa Linda Eastman, a su segundo y amargo matrimonio. Los escollos contractuales para recuperar el catálogo de sus canciones, las diferencias y coincidencias con homólogos igualmente célebres.
La verdad es que tramos escasamente documentados de McCartney quedan ahora al descubierto, como su arresto de diez días en Japón, precisamente, por posesión de mariguana en 1980. “Preso japonés”, nos dice Norman, es el título que luego Paul habría elegido para relatar sus memorias de aquellos tiempos en presidio. Algún día, quizá, se anime a publicarlo.
Pero también es cierto que Norman lo revalora no sólo como músico, sino como letrista, algo que siempre le causó inseguridad a Paul teniendo ante sí a un escritor, a un poeta a cabalidad, de las dimensiones de John Lennon.
He aquí un fragmento del libro que se relaciona con lo arriba mencionado: “En ocasiones, John hablaba con Yoko sobre Paul con un orgullo casi paternal, como uno de los grandes descubrimientos que había hecho; el otro era ella. En una de sus últimas apariciones televisivas antes de retirarse se le preguntó qué temas de Los Beatles consideraba que aguantarían el paso del tiempo. Las dos que nombró eran de Paul: Eleanor Rigby y Hey Jude”.
Indudablemente, Paul McCartney, La Biografía no es solamente la reivindicación de un artista ni una terapia para que Phillip Norman se exima de un antiguo remordimiento. Es, desde luego, el claroscuro de cuatro amigos, pero sobre todo de dos de ellos que alcanzaron la brillante cúspide de la eternidad encerrada en unas 113 melodías. “Here Today” (“Hoy aquí”), escrita por Paul en memoria de John, así lo explica:
Y sí te dijera que realmente te amé
y estuve contento que hayas llegado
Entonces tú estarías aquí, para que estuvieras en mi canción.
Paul McCartney, La Biografía
Norman, Phillip
Malpaso Ediciones (2018)
(Joaquín Tamayo)