Faulo M. Sánchez Novelo
—Es una tristeza que se haya perdido esta costumbre, me dice, con aplomo, la señora Petrona Trejo Ávalos, mientras observa con detenimiento las imágenes de la Fototeca Guerra que se exhiben en el pasillo de la entrada sur del Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI, especialmente las que se relacionan con las fotografías de personas fallecidas rodeadas de sus deudos.
Confieso que nunca me he atrevido a asomarme para ver el rostro de un difunto en un catafalco, ni siquiera de mis seres queridos y creo que no lo haré nunca, porque prefiero recordarlos de otra manera. Espero que tampoco nadie se asome a verme cuando llegue la hora.
Sin embargo, doña Petrona me da sus razones:
—Fíjese que mi abuelita Engracia Ávalos Cetina cuidó amorosamente a mi hija Alejandra de la Cruz, hasta que falleció hace 13 años. Mi hija, cuando murió mi abuelita, tenía seis años de edad y no la pudimos llevar al entierro porque estaba enferma. Cuando se recuperó y preguntó por su bisabuela, a quien quería mucho, la llevamos al cementerio. Ella todavía no tenía claro el concepto de la muerte porque cuando le dijimos: “Aquí descansa tu abuelita”, mientras señalábamos su tumba, la pequeña dijo:
—¡Pero cómo la tienen ahí, si a ella no le gusta estar encerrada!
Ahora mucha gente incluso prohíbe que sus hijos vayan a los entierros dizque para que no sufran, pero morir es una cosa natural que a todos nos va a pasar y es bonito despedir y recordar a nuestros difuntos. ¿No cree usted?
Respondo que sí.
—Además, ahora muchos familiares, sobre todo los que viven lejos, cuando logran llegar, ya no ven el cuerpo de su ser querido sino una cajita con cenizas. Tampoco hay muchas misas de cuerpo presente como antes. Todo va cambiando, me cuenta doña Petrona.
—Mi abuelita murió aquí en Mérida, pero como había nacido en Isla Mujeres, mi abuelito nos juntó a todos poco después de que había muerto su esposa, nos colocó junto al ataúd para que nos despidiéramos de ella y contrató a un fotógrafo para que nos tomara la foto antes de que se la llevaran a la isla. Durante el trayecto de Mérida a Puerto Juárez todo fue silencio y llanto. Pero cuando llegamos a Puerto Juárez y nos disponíamos a cruzar el mar, mi abuelito nos dijo:
—¿Por qué ese silencio y esa tristeza? ¿Acaso a doña Engracia les gustaría verles así? ¿Verdad que no? Pues entonces, todos a cantar.
Y así lo hicimos: toda la travesía la hicimos cantando en honor de mi abuelita Engracia.
Lamento no haberle pedido que me precisara qué tipo de canciones entonaron y tampoco el nombre del fotógrafo que contrató su abuelito para que tomara la foto de la difunta acompañada de los suyos.
Le agradezco a doña Petrona su confianza y continúo el recorrido por la muestra compuesta por casi medio centenar de interesantes fotografías de la Fototeca Guerra.
Aunque la exposición carecía de título y texto de sala [*], al menos cuando la visité el sábado poco antes del mediodía, claramente se pueden percibir que el curador Miguel Güémez Pineda trabajó sobre los siguientes temas: la mujer maya, escenas de la vida campirana y citadina, arqueología, henequén y la muerte.
Me detendré sobre el primer y el último tema:
Mujeres
Las imágenes muestran a robustas mujeres mayas, una de ellas con el torso desnudo, entregadas a sus quehaceres: la fatigosa molienda de maíz con el metate, jalando agua del pozo, cuidando a los niños, vendiendo verduras o frutas, cargando canastas, casi siempre en servicio... Junto a las campesinas siempre hay comales, banquetas, banquillos, ánforas, cubos, sabucanes...
Hay otras fotos en las que se las ve posando con los miembros de su familia o bien tomando el fresco a las puertas de sus casas, pero son las menos. Si nos fijamos podemos darnos cuenta cómo el terno de la mestiza yucateca transitó de encajes y bordados discretos hasta que unos y otros alcanzaron proporciones mayores, además de que se incorporaron más colores a los trabajos de punto de cruz.
Llama la atención la imagen de una mujer, con un seductor hoyuelo en la barbilla, que posa en uno de los edificios de Chichén Itzá. ¿Sería una catrina disfrazada?
—Esta seguro que era una modelo —comentaron a mis espaldas dos señoras entradas en años que visitaban la exposición.
Podría ser.
Muertos
Alguna vez pensé, equivocadamente, que la costumbre de retratarse con los muertos era más propia o exclusiva del centro del país; sin embargo, las imágenes que se exhiben dejan claro que también entre nosotros existió esta costumbre entre todas las clases sociales, aunque en esta exposición se muestran exclusivamente a mestizos entregados a esta práctica macabra.
En unas fotos el difunto luce como si durmiera plácidamente, casi siempre con los brazos cruzados, como en descanso; en otras el rostro del muerto o de la muerte infunde miedo. En una leemos en la cédula que la acompaña que el difunto lleva una “máscara”, pero no hay tal: es su rostro, llano y simple, al que quizá le colocaron una tira de tela para cerrarle la boca; se ve un tanto distorsionado pero por la perspectiva.
Las imágenes más inquietantes de esta serie son, sin duda, las de los niños fallecidos, algunos de los cuales aparecen en brazos de su madre o padre, con los ojos entreabiertos, otras veces en sus ataúdes o en pequeñas cajas. Isabel García Franco escribió un interesante ensayo sobre este tema en el libro “Fotografía Artística Guerra. Yucatán, México”, que coordinaron Alberto Tovalín Ahumada y José Antonio Rodríguez.
Los rostros de las mujeres que los acompañan comunican resignación, dolor, desesperanza. En una de ellas una mujer extiende un libro cerca del rostro de la difunta. ¿Sería una Biblia? Otras llevan velas encendidas o cuidan los candelabros que las portan. En otra, un niño “colís” muestra de frente un pequeño crucifijo mientras mira a la cámara. Es casi seguro que el fotógrafo le haya dado las instrucciones para adoptar esta posición un tanto forzada y, por lo mismo, performática.
La mayor parte de las casi 50 imágenes en exhibición lucen en la parte inferior izquierda el logo de la UNESCO Memoria del Mundo, distinción concedida recientemente a este importante acervo de la UADY.
Retratos ilustres
En el pasillo del lado poniente del Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI se encuentra otra exposición de la Fototeca Guerra con el título de “Retratos Ilustres”, compuesta de 15 imágenes. Se trata de fotografías de personajes importantes de la historia de Yucatán, según nos informa la coordinadora de la Fototeca Guerra, Cinthya Cruz Castro. Añade que la curaduría estuvo a cargo del historiador Ricardo Pat.
Allí miramos los retratos de Eduardo Urzaiz Rodríguez, Álvaro Torre Díaz, José María Pino Suárez, José Peón Contreras, Olegario Molina Solís, Norberto Domínguez, Rodolfo Menéndez de la Peña, Antonio Mediz Bolio, Pedro Guerra Jordán, Delio Moreno Cantón, Felipe Carrillo Puerto, Francisco de Paula Cantón Rosado, Nicolás Cámara Zavala, María Caballé y Salvador Alvarado Rubio.
Me pregunto qué tenían en la mente cada uno de estos personajes cuando acudieron al estudio Guerra para retratarse. Desde luego que se tomaron la foto por algún propósito: ¿Dejar un recuerdo para la posteridad, reafirmar que formaban parte de una élite, de una minoría que había triunfado, proyectar una imagen de respetabilidad, o simple vanidad de recrearse con la contemplación de su propia imagen?
Pero antes apuntaré que con excepción de Norberto Domínguez, con la altivez propia de todo jerarca eclesiástico, ninguno de los retratados mira directamente a la cámara; estamos, pues, ante una convención de la fotografía de esa época.
De todos los retratados, claramente se ve que la imagen del general Alvarado no fue captada en un estudio sino en un local de trabajo. Tiene el rostro sudoroso y su expresión es de cansancio. En cambio, el retrato de Carrillo Puerto, con su inconfundible sombrero Stanton y un elegante traje de casimir, nos parece el más contemporáneo, el más moderno; además, con su desplante de suficiencia parece desafiar a quien lo mira.
Horas más tarde, cuando escribo esta nota, caigo en la cuenta que mi “lectura” de estas imágenes está mediada por lo que sé sobre los retratados y, paradójicamente, por lo mucho que ignoro de ellos.
Vale la pena detenerse, aunque sea unos minutos, en estas dos exposiciones.
[* Se titula: “Los mayas peninsulares en la lente de los fotógrafos de los siglos XIX y XX”. Nota de la Redacción]