Cultura

Capablanca

Pedro de la Hoz

Entre las personalidades latinoamericanas y caribeñas de mayor relieve internacional de todos los tiempos figura José Raúl Capablanca. Lo fue desde un campo muy específico, el ajedrez, deporte por su naturaleza competitiva; ciencia por exigir el estudio y la planificación de un despliegue de combinaciones tácticas y estratégicas: y arte por la inspiración creativa que demanda de sus mejores exponentes.

En una época donde la hegemonía de su práctica se repartía entre Rusia y Estados Unidos, y se quedaba algún coto libre era para algún europeo, Capablanca quebró la línea sucesoria del reinado hacia una isla antillana que en el momento de su nacimiento todavía pugnaba por la independencia de la metrópoli colonial española.

José Raúl abrió los ojos en La Habana el 19 de noviembre de 1888 y aprendió a jugar mientras observaba el desempeño de su padre, oficial administrativo del régimen colonial, frente al tablero. Como para no dejar dudas sobre la prodigiosa iniciación, el periódico El Fígaro publicó una crónica el 8 de octubre de 1893 en la que consignaba: “Hace dos o tres domingos nos fue presentado por el capitán Francisco Pérez del Castillo a un lindo niño de cuatro años y medio de edad, estrella nueva en el cielo de los adoradores de la diosa Caissa. El niño jugó varias partidas ante el asombro de los que aquel domingo estábamos en el Club de Ajedrez de La Habana. (…) Como las mesas del club son muy grandes para él, se arrodillaba en una silla, se apoyaba en el tablero con los brazos cruzados. (…) No se sabe de nadie que a su edad haya podido ejecutar y comprender los planes del ajedrez”.

Fue quemando etapas de manera vertiginosa, a pesar de periodos de inactividad forzada por las guerras locales –la gesta de liberación cubana que culminó con la intervención norteamericana en 1898- y mundiales que impidieron organizar torneos y campeonatos del llamado juego ciencia.

Monarca de Cuba al derrotar en 1901 a Juan Corzo, y del mundo al desafiar en 1921 a Enmanuel Lasker quien abandonó la liza diez partidas antes de su conclusión, Capablanca cedió el cetro en 1927 ante el ruso Alexander Alekhine. Este nunca le dio la revancha, tal como estaba pactado. El cubano murió el 8 de marzo de 1942 en Nueva York, víctima de un derrame cerebral. Sus últimas brillantes demostraciones tuvieron lugar en el torneo que reunió a la flor y nata del juego en Moscú y en la Olimpiada de Buenos Aires en 1939. A lo largo de su carrera, en partidas oficiales ganó 302, empató 246 y solo perdió 35. El serbio Svetozar Gligoric dijo del maestro: “Capablanca jugaba, nosotros ensayamos”.

Ahora con motivo del aniversario 130 de su nacimiento, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba acaba de publicar Capablanca, leyenda y realidad, de Miguel Ángel Sánchez, segunda versión ampliada y notablemente enriquecida del texto que mereció en 1978 el Premio Enrique Piñeyro de Biografía en el concurso literario anual de esa organización, concedido por un jurado de lujo integrado por la ensayista Graziella Pogolotti, y los historiadores Manuel Moreno Fraginals y Francisco López Segrera. Sánchez, periodista, escritor y ajedrecista radicado hace algún tiempo en Nueva York, ha dedicado buena parte de su vida a desentrañar los hilos de la trayectoria de Capablanca.

Sobre el campeón se han escrito decenas de libros, tanto de carácter biográfico descriptivo como de análisis de sus partidas. Él mismo, además de títulos referenciales para la difusión y enseñanza del juego como Chess Fundamentals (1921), contó parte de sus andanzas en My Chess Career (1920), antes de acceder al reinado mundial.

Nada, sin embargo, posee la envergadura de la obra de Sánchez, por el minucioso trazo de coordenadas históricas, sociales y psicológicas, el desbroce de equívocos y entuertos, las pruebas documentales que aporta y, por supuesto, el comentario de partidas.

“El Capablanca hombre, hijo, padre, esposo, amante, amigo, rival y, desde luego, el gran ajedrecista, el hombre que parecía una embajada cubana rodante –subraya el historiador y crítico Rafael Acosta de Arriba en el prólogo- aparece en este libro de manera indeleble (…) La lectura del libro, en su nueva versión, me permitió volver a pensar sobre el ajedrez que es mucho más que un entretenimiento, es una de las grandes creaciones de la mente humana a lo largo de la historia”.