Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Adolfo Martí Fuentes

III

916 Brindis a México

México, viendo la altura de tu corazón florido; adivinando el latido de tu raíz de hermosura; sabiendo que en la ternura de tu voz apasionada me entregas la vida en cada palabra de Primavera, brindarte albores quisiera de música enamorada.

Cubano soy y en tu brisa me llegan siempre a la par tu Cuauhtémoc singular, mi Hatuey –simiente mambisa–, Oh, la impecable camisa del hosco conquistador, que un mismo golpe de honor hizo trizas en su embiste: así fue la “Noche triste” y fue Maisí en su furor.

Crecimos en la importuna prisión del vil coloniaje y nos meció el mestizaje después en la misma cuna. Y cuando nuestra fortuna se hizo voz de libertad, Hidalgo en tu ancha heredad y Céspedes en la mía, fueron una rebeldía de la misma gran verdad.

José Martí ya te amaba desde un destierro obligado, cuando venciste al soldado francés que te sojuzgaba; y fue Juárez (quien andaba ya con el laurel de gloria), ejemplo que en su memoria grabó el más sublime anhelo: hacer libre nuestro cielo para el aire de la historia.

Tu Yucatán es la mano que nos tiendes en el agua, Pinar del Río, la fragua del corazón antillano. Eres así nuestro hermano para conquistar el sueño. Pero mira el duro ceño –pelo rubio y ojo verde– del vecino que nos muerde con su diente pedigüeño.

Por eso, por nuestra vida libre de oprobio y de yugo, brindo en la faz del verdugo de mi patria dolorida. ¡Por un México sin brida que ate su íntima razón! ¡Por Cuba –guaracha y son, pero alta voz desvelada– brindemos, no importa nada que me deis tequila o ron.

917 Ciclón

¿Qué tormenta le ha ganado su total anchura al cielo para desatar el vuelo del aire más sofocado? ¿De qué mano se ha fugado la promesa del dolor? El viento murmurador silba y da un tajo sonoro: ciega bestia, ciego toro, con insaciable furor.

El mar espeso se abulta saliéndose de sí mismo; sus olas son mecanismo de furiosa catapulta. Sopla el viento y le sepulta ríos a la tierra herida; la muerte frente a la vida clava con fatuo donaire, sus mil cuchillos de aire en veloz acometida.

El “vara en tierra” se obstina contra el furor y el encono. Huye un grito de abandono por el valle y la colina. La sabana arremolina sus verdes cañaverales, porque atrás los vendavales demandando y azotando, están rugiendo, copiando, la voz de los mayorales.

El torbellino desciende con ímpetu de corcel. ¡Dura pared de papel! ¡Techo firme que se hiende! La fe su esperanza enciende y el viento corre y la apaga. El vértigo es una plaga de hoscos duendes y saetas. Los gallos de las veletas contemplan la enorme llaga.

Después… el sol y la brisa, el amor terco y despierto, y un campesino sin puerto donde arrimar la sonrisa. El ciclón pasó de prisa con sus mortales navajas; dejó por las tierras bajas, también por el lomerío, este paisaje sombrío de palma y flor cabizbajas.