Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

242 El desparpajo de Andrea En el barrio La Marea, entre Rincón y Pasaje, desde que llegó el tatuaje la cosa se ha puesto fea. Todo empezó cuando Andrea le mostró un seno a Ramón donde tenía un dragón perfectamente tatuado y Ramón, emocionado, fue a agarrar la ilustración. Ramón quedó de una pieza por el rabioso desdén y le pareció que un tren le aplastaba la cabeza. Pero ella, con sutileza, la falda se levantó y Ramón examinó, prisionero de la duda, la enorme araña peluda que la mujer le enseñó. Eso me lo tatuó Armando –dijo–, y como tú ves, Mongo, cuando algo fino me pongo todo se me va marcando. Problemas me esta causando al igual que este coyote, –dijo– y le mostró el mogote trasero, donde un capricho, había retratado el bicho causante del despelote. Una bestia semejante yo vi en un filme de horror y fui a ver al tatuador para hacérmela al instante. Luego un corazón sangrante en un árbol descubrí, y el otro glúteo ofrecí para estamparlo conciso, aunque Armando no me hizo justo lo que le pedí. A Mongo le parecía el corazón una vianda, pero una sexual demanda por dentro lo estremecía. “¡Ay, como me gustaría morderte ese corazón!” Se calentaba Ramón ante el hinchado manjar y Andrea volvió a cambiar el centro de la atención. También tengo en la cintura tatuada una mariposa dijo ella, aunque otra cosa semejaba la criatura. “Eso es la caricatura de un murciélago demente”.. Pensó Ramón, impaciente, porque Andrea, desde la falda, hacia un demonio en la espalda iba, peligrosamente.

Ese tatuaje es un sello de mi personalidad, pues en esta vecindad a todos quita el resuello. Y ahora vamos para el cuello donde hay un mono en un gajo, terminó con desparpajo que sonaba paradójico porque realmente el zoológico ella lo tenía… debajo. Ronel González Sánchez.

243 Nicanor, el renegado. Era Nicanor un ser inculto y malhumorado, resabioso, renegado y malo con su mujer. Ni tan siquiera leer el desdichado sabía, y cuando se embravecía en medio de su insolencia, Nicanor, ni la existencia de un gran Dios reconocía. Su señora que sabía leer y lo soportaba, cuando a la Virgen rezaba indulgencia le pedía. Nicanor que no creía en oraciones ni encantos, se molestaba con cuantos hicieran invocaciones y hasta de sus tropezones le echaba culpa a los santos. Pero cayó Nicanor enfermo de gravedad y alarmó a la vecindad con sus gritos de dolor. ¡Ay, mi Dios, mi Gran Señor, –gritaba aquel penitente–, pon tu mano omnipotente y alíviame en un segundo! Y es que no hay nadie en el mundo ateo completamente. Chanito Isidrón