Cultura

¿Gimnasia vocal o plenitud expresiva?

Pedro de la Hoz

Parecen inevitables los raptos delirantes de ciertos amantes de la ópera que acuden a los teatros con la esperanza de que la soprano o el tenor de moda sobrepasen los límites más altos de la tesitura. Algo por el estilo sucede con los más furibundos balletómanos, aquellos que se dedican a contar las piruetas de las divas.

Esto que digo viene a cuento con el elogio que un cronista dedicó hace apenas unos días al tenor mexicano Javier Camarena luego de sus presentaciones en la Metropolitan Opera House, de Nueva York, en La hija del regimiento (1840), de Gaetano Donizetti (1797-1848). Para este, el suceso más importante habían sido las nueve notas agudas que el cantante venció en la interpretación del aria Ah, mes amis… Pour mon ame, algo que calificó como “una especie de triatlón operática”.

En verdad, el pasaje se las trae por sus dificultades discursivas. Donizetti exigió alturas a la voz en correspondencia con el carácter del personaje y la situación dramática que en ese momento de la obra quería reflejar. Pero de ahí a considerar el aria como el Monte Everest de los tenores, como a alguien se le ocurrió decir, equivale a reducir los retos de la partitura y, con ello, condenar al intérprete a un papel mucho más relacionado con la gimnasia vocal que con la plenitud expresiva.

Esta última es, en definitiva, la virtud desarrollada por Camarena a lo largo de su carrera. Comenzó su carrera profesional en el 2004 en el Palacio de Bellas Artes, de Ciudad de México justo con La hija del regimiento. Antes el jalapeño emergió triunfador en Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli y en 2005 se alzó con la corona en el certamen Juan Oncinas en Barcelona.

Desde entonces ha merecido aplausos por sus actuaciones en la Staatsoper de Viena, la Bayerische Staatsoper de Munich, la Semperoper de Dresden, el Liceu de Barcelona, la Ópera de París, el Festival de Salzburgo, y Wigmore Hall de Londres, por solo citar algunas de las principales plazas frecuentadas por el cantor.

La MET, por supuesto, es una de sus casas favoritas, a partir de que en 2011 fuera fichado para asumir el Conde de Almaviva en El barbero de Sevilla, de Rossini. Recuerda como uno de los momentos más emocionantes que haya vivido la reacción del público cuando en dicha jornada interpretó el aria Cessa di piu resistere.

Próximo a cumplir 43 años de edad, el tenor tiene una presencia tenaz, muy bien valorada, en los circuitos internacionales. El pasado octubre abrió la actual temporada del Liceu barcelonés en la piel del Arturo de Los puritanos, de Bellini, junto a la soprano Pretty Yende (Elvira), Mariusz Kwiecien (Riccardo) y Marko Mimica (Giorgio), en una producción de Christopher Franklin.

Un mes después pisaba el escenario del MET para las funciones de Los pescadores de perlas, de Bizet, donde cantó un Nadir memorable.

Cuando en días recientes lo entrevistaron a propósito de su participación en la producción de La hija del regimiento, en Nueva York, dijo: “Si uno se permite vivir la emoción de este personaje, proyectar esa alegría, esa felicidad de que ya puede casarse con esa chica, entonces logra que el público no solamente escuche las notas agudas, no solamente escuche una voz, sino que viva la emoción a través de la música. Al final te das cuenta de que esa es la misión que tenemos todos como cantantes, y la misión que ha tenido la ópera desde sus inicios, emocionar, crear en el público este tipo de reacción. Eso es lo que más satisfacción me deja, saber que la ópera sigue tocando el corazón y el alma de la gente que la escucha”.

Suman siete las funciones de Camarena con la obra de Donizetti en Nueva York. Su calendario prosigue con otra obra del maestro italiano, Don Pasquale, entre marzo y abril en la Ópera de París, y los días 3 y 4 de mayo responderá a la invitación del Concertgebouw de Amsterdam para cantar el Réquiem, de Héctor Berlioz.