Cultura

Estéticas del rock

José Díaz Cervera

En el año 2015, en el campus León de la Universidad Iberoamericana y bajo la coordinación del Dr. Héctor Gómez Vargas, se llevó a cabo el “Seminario de Estéticas del Rock” que reunió a investigadores, músicos y fanáticos de esa manifestación cultural, en un diálogo alrededor del rock entendido como un producto a través del cual quedó manifestada una sensibilidad en la que se articularon no solamente aspectos estrictamente grupales (como pudieran serlo los jóvenes y adolescentes de la segunda mitad del siglo XX), sino también un espíritu rebelde, así como una experiencia cognitiva en que el mundo comenzó a ser interrogado de forma inédita.

Por efecto del rock, nuestras costumbres y rutinas se alteraron y con ellas nuestras maneras de mirar la vida e incluso nuestras modalidades de pensar y de sentir. Revisar ese fenómeno desde la socioestética nos permite sopesar asuntos, mirar ángulos insospechados, reconocer algunas coordenadas temáticas y poéticas que conformaron sus contenidos, advertir las formas de colectividad que se gestaron por efecto del rock y muchos otros aspectos insospechados.

Y es que el rock es mucho más que una manifestación musical o una reacción a un tiempo en que la inconformidad tomó el mando. Los simplistas hablan de una moda o lo ven como una música “que llegó para quedarse”, pero la dimensión sociocultural del rock tiene complejidades que no son visibles a la mayoría de las personas (incluidas aquéllas que lo disfrutaron en los años sesenta del siglo XX).

Surgido en los años cincuenta, a partir de fusiones diversas y con un sello determinado por la industria del consumo (que lo denominó rock n’ roll), el rock se ha complejizado por una serie de apropiaciones que le fueron dando rasgos muy diversos y que lo anclaron en los territorios de la contra-cultura. Aquel rock n’ roll, un tanto candoroso de los primerísimos años (y que las compañías disqueras nacionales quisieron endilgarnos a partir de pésimas traducciones de las versiones originales en inglés, cargadas –además– de una ideología conservadora), se transformó en una serie de subculturas de tono contestatario e iconoclasta con subgéneros muy diversos como el rock progresivo, el heavy-metal o el punk rock, entre otros.

El rock ha tenido una gran capacidad para adaptarse, para fundirse y para refundarse; es un factor de identidad, una especie de “cemento grupal”, un referente, un “geosímbolo”, una manifestación de inconformidad, un grito, una mitología.

Jim Morrison soltaba su voz de barítono en “Jinetes en la tormenta” para decirnos: “hay un asesino en el camino…” y Rockdrigo González: “Si tuviera ilusiones/ (…) no habría necesidad/ de pasarme por horas bebiendo cantimploras/ de esta vil soledad/ de esta eterna ansiedad…”; a ambos los une la inconformidad frente a un orden amenazador ante el que solamente se puede responder con la denuncia y la transgresión.

Como quiera, el rock sigue abriéndose camino y el “Seminario de Estéticas del Rock” es una muestra de ello. Apenas hace cuatro meses, se publicó el tercer volumen con las ponencias del encuentro y con algunos otros artículos de colaboradores externos; los libros se distribuyen en las librerías del Fondo de Cultura Económica y son un documento valioso porque en él se contienen perspectivas muy diversas que nos hablan de la riqueza y posibilidades del rock como forma de pensar el mundo y de interrogar la realidad.