Cultura

Piden transmitir la cultura en áreas vulnerables

En el trabajo cultural se hace, se dice, se planifica, se representa, se interpreta, se pinta, se escribe, pero todo está quedando en un margen demasiado pequeño, sin alcanzar más allá de un cinco por ciento de la sociedad.

Sería ideal que para un mejor sentido de la promoción cultural, se priorizara el trabajo en esas áreas neurálgicas y vulnerables de la sociedad yucateca, como son el transporte urbano y el trabajo policial en seguridad y vialidad, las cuales ya sea por las concesiones o por la condición laboral, son responsabilidad de los gobiernos Estatal y Municipal.

Agrego a los propios trabajadores de las instancias de gobierno, sobre todo a los de las áreas relacionadas con la cultura. Por último, consideraría muy importante atender a los trabajadores de la construcción, campeones del acoso callejero, no sólo contra mujeres, sino contra cualquier persona que camine cerca de donde realizan –visibles u ocultos– sus labores.

Es una ingenuidad pensar que por llevar a la población de escasos recursos a un concierto de música académica, a una obra de teatro formal o leerles textos canónicos de la literatura o la historia, podrán darse cambios sociales y culturales, a la vez que mantener el presunto clima de tranquilidad colectiva. Más bien, tiene que pensarse en términos de cultura obrera, de creaciones culturales que estén inmersas en la vida de estos destinatarios.

Quienes aspiren a la gubernatura en el 2024 deberían estar trabajando ya en resolver los crecientes problemas del transporte urbano, porque de seguir en la misma tónica, en unos años más dicho servicio público reventará socialmente, con daños irreversibles. Y una tarea es, justamente, transformar el trato directo con los conductores de autobuses y taxis, en una labor constante de conciencia a través de medios diversos, pero siempre comprensibles para ellos, capaces de conectarse empáticamente con su mundo.

Hacer posible un arte en autobuses. Cambiar gradualmente lo que se escucha, lo que se representa, lo que se dice, en todo ese enorme entrelazamiento de traslados y abordajes en que participan cada día cientos de miles de ciudadanos.

Trabajar en los modos de comunicación, promover cambios en el tipo de música que se escucha en el interior de los autobuses, que puede perfectamente seguir siendo popular, pero antes que nada verdadera música. Que aunque sus lecturas sean pocas, vayan más allá de los pasquines amarillistas que son su única referencia como lectores.

Pensar en términos de cultura obrera y de auténticos estudios culturales, como se ha planteado en los ámbitos anglosajón y latinoamericano. Ir a la verdad de los hechos, a la raíz vital de lo que la gente piensa, hace y desea. Cuando leía “La cultura obrera en la sociedad de masas” (en inglés: “The Uses of Literacy”), de Richard Hoggart, donde se hace una etnografía de la clase obrera inglesa de entre 1920 y 1950, me parecía estar leyendo una etnografía de la vida mexicana reciente en cuanto a prácticas, creencias y consumos.

Y si bien esa clase obrera inglesa ya tuvo cambios radicales desde entonces, en nuestro caso mantenemos inercias de siglos, sin que haya voluntad de promover cambios efectivos, más allá de lo políticamente correcto de los estériles discursos.

Deploro reconocer el escaso alcance de lo que se ha hecho desde hace décadas en materia cultural institucional, que aunque constituyen aportaciones valiosas, carecen del reconocimiento social e incluso son negadas u ocultadas, a veces al punto de la agresión.

Seguir por el mismo camino, no es más que un escaso aprovechamiento de los recursos públicos, con un desgaste anímico para obtener escasas respuestas del público.

Es triste que si hace 25 años veía en Mérida, Xalapa, Chetumal o Campeche a los promotores culturales rogando a los transeúntes que entraran a mirar la exposición, el espectáculo escénico o la función de cine-club, aún sigamos en la misma situación de súplica, en actividades que parecen estar agonizando, aprovechadas sólo por pequeños grupos de élite intelectual o económica.

Eso ya está dejando de funcionar y es necesario invertir el objetivo. Trabajar en específico con esos grupos mencionados (camioneros, taxistas, policías, burócratas, albañiles), que todos los días tienen contacto con centenares de personas y que, por ello mismo, inciden en la vida de un gran porcentaje de nuestra sociedad, en buena medida la de menos acceso a niveles avanzados de educación formal y la más empobrecida.

Trabajar con estos grupos conduce indirectamente a la atención de quienes se ven obligados a tratar con ellos, ya sea por servicios o mera comunicación. Con todo y su embeleso utópico, los avances que se obtengan serían correlativos de un mejor trato humano, del respeto a las mujeres, personas con discapacidad, ancianos y cualquier sector vulnerable.

Una cultura que exprese las condiciones reales y las necesidades de los ciudadanos de a pie, los que viven al día, con el miedo a quedarse sin comer con sus familias. Una cultura de acción realista.

Por Jorge Cortés Ancona