Pedro Díaz Arcia
Vivimos sobre un polvorín. Poco importa dónde se ubique uno de los enclaves geopolíticos que podría iniciar un conflicto que altere el eje de la Tierra. El horizonte de riesgos está más allá de la previsión: ¿será en Medio Oriente, en las fronteras con Rusia, en el Mar Meridional de China? La retórica sulfurosa que calentó la península coreana hace unos meses parece haberse disipado por ahora. Pero Europa tampoco escapa al oráculo de las desgracias.
Los ministros de Defensa de la OTAN, reunidos hace poco en Bruselas, expresaron su preocupación ante el desarrollo de un sistema de misiles por parte de Rusia y llamaron a asociarse ante los peligros que representa la presunta violación por su parte del tratado firmado en 1987 por la Unión Soviética: “una piedra angular de la seguridad europea”. El objetivo del pacto era el de eliminar los misiles balísticos y de crucero, nucleares o convencionales, de medio alcance y garantizar la transparencia militar.
El noruego Jens Stoltenberg, secretario general de la Alianza Atlántica, afirmó que Moscú estaría incumpliendo el tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias (INF), con sus nuevos misiles y lo instó a que actúe con claridad.
Varios países, no sólo europeos, decidieron incorporarse como “socios operacionales”, que implica el aumento de tropas y armas para preservar la seguridad y estabilidad del continente. Se espera que otros aliados suscriban el documento derivado de la cita, que fue considerado como una “declaración de intenciones”, pero que entrará en funciones a inicios del próximo año. En realidad, se trata de alimentar la caldera del diablo y beneficiar a los oligopolios armamentistas.
Por su lado, Rusia no guarda silencio ni se cruza de brazos. Su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, aseguró en la Conferencia de Desarme en Ginebra que el mantenimiento de armas nucleares tácticas en Europa, junto a las prácticas desestabilizadoras de “misiones nucleares conjuntas” constituyen serias violaciones del Tratado de No Proliferación Nuclear; un rudimento de la Guerra Fría convertido en un ariete contra la nación euroasiática y que impide el desarme atómico.
El diplomático agregó que Moscú no ha desplegado armas nucleares tácticas ni ensaya su uso, sino que las concentró en sitios de almacenamiento central en el país; cuando los sistemas antimisiles instalados en Europa bordean su territorio.
La histeria antirrusa y la satanización de su gobierno socavan la posibilidad de un entendimiento. Las presiones sobre gobiernos que no las dan pero que a veces las toman, complican la urgencia de un diálogo de altura entre las potencias nucleares.
Si bien algunos de los países que disponen del arma atómica (Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, China, Israel y Corea del Norte) habrían disminuido su arsenal, que ascendía a 15,000 dispositivos de esta naturaleza en 2017; sin embargo, multiplicaron sus presupuestos para desarrollar un proceso de renovación y modernización de su arsenal.
En esa falta de equilibrio, en un mundo cuya seguridad responde a la sinrazón de algún gobernante o de un ataque de histeria, se encuentran 186 naciones miembros de las Naciones Unidas.