Zheger Hay Harb
La nota colombiana
Según el ex vicepresidente Francisco Santos, hoy embajador en Estados Unidos, el Ejército de Liberación Nacional –ELN- tiene 50,000 hombres (no es equivocación: dio la cifra de cincuenta mil) en Venezuela, que controlan doce estados y que le sirven a Nicolás Maduro como grupo paramilitar.
Alguien recordaba, para señalar lo estrafalario de esta afirmación, que Mao inició su Gran Marcha con 86,000 hombres y la finalizó con apenas 8,000. Tal vez a Mao le hizo falta el conocimiento de la estrategia militar que, según el ex vicepresidente colombiano, tiene esta guerrilla para llegar a semejante número de combatientes.
Habría que pensar que si pueden mantener semejante ejército en el vecino país, deben tener por lo menos otro tanto en Colombia, con lo cual deberíamos concluir que están a punto de tomarse el poder y quedaría la pregunta de por qué no lo han hecho todavía. Para comparar: las FARC, mucho más poderosas, desmovilizaron 10,000 combatientes.
El proceso de paz con el ELN está agonizante y, sin querer exculpar la torpeza política de esa guerrilla cuyas acciones perjudican principalmente a las comunidades cuyo ambiente y aguas envenenan, el gobierno no ha hecho el mínimo esfuerzo por continuar el proceso que Santos había iniciado. En un ambiente tan enrarecido por la acción de las bandas criminales la reincorporación de una guerrilla con tanta historia ayudaría a crear un clima propicio para el fortalecimiento de espacios democráticos en el tratamiento de los conflictos y concentrar la acción punitiva del Estado en el combate al delito común.
La comunidad internacional y parte de la opinión pública, especialmente la académica y las organizaciones sociales, piden a ambas partes que no suspendan el diálogo. A quienes catalogan de criminales a los guerrilleros sin concederles su origen libertario y miras políticas habría que decirles que la paz se hace con los enemigos y que los llamados al diálogo no significan estar de acuerdo con las acciones guerrilleras.
La última encuesta nacional (precisamente la que arroja una imagen favorable del presidente del 27%) indica que el 61.4% del país está de acuerdo con que se reanuden las conversaciones con el ELN pero el presidente y su Alto Comisionado para la Paz, que más parece serlo para la guerra, miran hacia otro lado.
Pero es que cualquier cortina de humo es buena para desviar la atención de los problemas principales. Para escoger apenas los más sobresalientes en los últimos días: la caída de la imagen positiva del presidente, el grave problema de la educación y el desprestigio y posible culpabilidad del fiscal general en el mayor caso de corrupción que hemos vivido.
La caída de la imagen del presidente Duque a 100 días de haber iniciado su gobierno, tiene que ver con los otros dos problemas enunciados: la crisis de la universidad pública y la desconfianza que genera el fiscal general.
Desde hace un mes los estudiantes marchan por las principales ciudades pidiendo mayor presupuesto y el presidente se niega a recibirlos, mientras recibe como a “un icono” a Maluma, un reguetonero misógino y grosero, la letra de cuyas canciones ofenden la dignidad femenina.
No es cualquier marcha. Es tal la acogida de las peticiones de los estudiantes, respaldadas por los rectores de las universidades públicas, que el país parece querer salírsele de las manos a Duque, que se presenta un día tocando guitarra, otro cantando, otro bailando, muy folclórico en los consejos comunitarios semanales con los que remeda los que hacía su “presidente eterno” Uribe durante su gobierno o, en el peor de sus ridículos, diciendo ante la Unesco en París para explicar su política farandulera de la economía naranja: “Y nos remontamos a lo que llamamos las siete íes. ¿Y por qué siete? Porque siete es un número importante para la cultura. Tenemos las siete notas musicales, las siete artes, los siete enanitos. Mejor dicho, hay muchas cosas que empiezan por siete”. Para que luego se burlen de Maduro.
(Ya hasta lástima da cuando sus ministros —ya van siete, incluida su vicepresidente— lo llaman presidente Uribe en público sin que él se atreva a chistar).
Pero la respuesta oficial a las marchas no ha sido sólo el silencio: hay grabaciones del ESMAD (escuadrón anti disturbios) atacándolas con apoyo de encapuchados. Sin embargo, la respuesta oficial, que nunca le ha pedido al fiscal que denuncie a los corruptos que recibieron las coimas de Odebrecht, es pedir a los estudiantes que identifiquen a los enmascarados.
El caso del fiscal general ya ha sido comentado en mis dos columnas anteriores, pero deberé volver sobre el caso en la medida en que cada día nos asomamos a un abismo de podredumbre que se ensancha con nuevos descubrimientos. Tomo en consideración que el Estado de derecho se basa en la separación de poderes y en los pesos y contrapesos de la democracia y que la Fiscalía es un ente investigador no dependiente del gobierno. Pero éste hace señalamientos a los jueces –una rama del poder público independiente- cuando sus decisiones no le resultan convenientes y en cambio frente a este escándalo ha guardado silencio como no sea la declaración del ministro de Defensa diciendo que el fiscal debe continuar en su puesto. ¿Desde cuándo este ministro está autorizado constitucionalmente para decidir el destino del fiscal general?
El gobierno de Iván Duque es errático y mentiroso, por decir lo menos: hizo su campaña prometiendo que bajaría los impuestos y subiría los salarios y ahora su éticamente impedido ministro de Hacienda presenta una reforma disfrazada de “ley de financiamiento del Estado” que propone grabar con el IVA la canasta familiar y bajarles los impuestos a los ricos. Afortunadamente le ha fracasado la promesa de sus áulicos de “hacer trizas el proceso de paz” aunque no cesan en su empeño.
Duque prometió en su discurso de posesión “acabar con la polarización” haciendo referencia al enfrentamiento de los ex presidentes Juan Manuel Santos y Alvaro Uribe, que tiene como trasfondo el apoyo o repudio al proceso de paz. Creo que en eso sí ha tenido éxito: la reprobación del 75% de los colombianos a su gestión es prueba de ello.