Internacional

Guerra por el alma de los estadounidenses

Manuel E. Yepe

Luego de la guerra de agresión contra Irak hace 16 años, los neoconservadores estadounidenses comenzaron a librar otra guerra, una por el alma de Estados Unidos, dice el periodista Whitney Webb en un artículo de opinión publicado en Global Research el 20 de marzo recién pasado.

Mientras muchos estadounidenses duermen tranquilos pensando que una atrocidad como la invasión y ocupación de Irak no podría repetirse, el gobierno de Estados Unidos ha estado continuamente involucrado en muchas guerras más pequeñas e igualmente desastrosas -tanto visibles como no perceptibles- en gran parte gracias al hecho de que los promotores de la guerra de Irak siguen respetados y presentes en los pasillos del poder estadounidense.

De hecho, lo único que la indignación nacional por la guerra de Irak pareció lograr fue un esfuerzo masivo por parte del gobierno y la elite corporativa para diseñar un público paciente que no se queje y que no le importe que su gobierno se entrometa en los asuntos internos de otro país, o que sencillamente lo invada.

Para muchos estadounidenses de hoy en día, la indignación por la guerra de Irak es un recuerdo lejano y una indignación comparable con múltiples otros crímenes del gobierno de Estados Unidos cometidos o contemplados a una escala similar, ya sea la invasión de Libia por el “cambio de régimen”, el genocidio en curso en Yemen o en respuesta a los crímenes que el gobierno está cometiendo ahora.

“Nuestro olvido ha informado nuestro silencio y nuestro mutismo es nuestra complicidad con los crímenes -pasados y presentes- orquestados por los neoconservadores, que nunca abandonaron el gobierno después de Irak, sino que se rebautizaron a sí mismos y ayudaron a diseñar culturalmente nuestra pasividad. Como consecuencia, hemos sido engañados nuevamente por los neoconservadores, quienes han transformado a Estados Unidos a su imagen, creando una nación de habilitadores neoconservadores, una nación de neoconservadores pasivos”, escribe Whitney Webb.

Aunque las mentiras que llevaron a Estados Unidos a invadir Irak están plenamente documentadas, merecen ser recordadas. Un resumen de las muchas mentiras -incluyendo las que se refieren a los supuestos pero falsos vínculos entre Saddam Hussein y Al Qaeda así como los supuestos vínculos de Saddam con los ataques con ántrax y el inexistente programa de armas nucleares de Irak.

Sin embargo, podría decirse que más importante que las mentiras contadas en el período previo a la guerra, es la evidencia concluyente de que funcionarios clave de la administración Bush, muchos de ellos miembros de la organización neoconservadora conocida como el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC, por sus siglas en inglés), habían planeado y convocado una invasión de Irak mucho antes de que los ataques del 11 de septiembre del 2001 hubieran tenido lugar.

Algunos investigadores dicen que el plan para la guerra de Irak comenzó décadas antes con la redacción de la Guía de Política de Defensa (DPG, por sus siglas en inglés) de

1992, que fue supervisada por Paul Wolfowitz, entonces Subsecretario de Defensa para la Política, quien más tarde se convertiría en uno de los principales arquitectos de la guerra de Irak del 2003.

El DPG habló de la necesidad de asegurar “el acceso a materias primas vitales, principalmente petróleo del Golfo Pérsico”. También habló de la necesidad de que Estados Unidos desarrolle un protocolo para llevar a cabo sus intervenciones unilaterales en el extranjero, afirmando que “Estados Unidos debe adoptar una postura que le permita actuar de forma independiente cuando la acción colectiva no pueda ser orquestada”.

El DPG volvería a encontrar prominencia entre un nuevo grupo que se llamaba a sí mismo el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC). Fundado en 1997 por Robert Kagan y Bill Kristol, su primer acto fue publicar una declaración de principios que promovía “una política reaganita de fuerza militar y claridad moral”.

Aquella declaración fue firmada por varios neoconservadores políticamente prominentes, entre ellos Paul Wolfowitz, Dick Cheney y Donald Rumsfeld.

El recuerdo de la guerra de Irak es lejano para muchos, excepto para los millones de personas -iraquíes y estadounidenses- que vieron sus vidas destruidas por una de las más fantásticas mentiras jamás vendidas al público estadounidense.