Internacional

La caverna es enemiga del humor

Zheger Hay Harb

Esta semana se cumplen 20 años del asesinato de Jaime Garzón, un humorista político de izquierda enamorado de la paz y aún nadie ha sido condenado como culpable.

Apenas conocido su asesinato, que conmovió al país, las voces acusadoras señalaron a Carlos Castaño, fundador y jefe (se dice que por haber mandado asesinar a su hermano para quitarle la comandancia) de las Autodefensas Unidas de Colombia, esa asociación macabraDE los peores criminales de este país.

Por confesión propia se supo que él era el responsable directo pero todavía estamos esperando conocer los nombres de quienes desde puestos de dirección del Estado, incluidas las fuerzas del orden, instigaron el asesinato. Para Castaño era fácil atribuirse su responsabilidad: ya tenía no se cuántas condenas y otras tantas investigaciones por crímenes de lesa humanidad, delitos de guerra, crímenes atroces y asumir otro era como una raya más para el tigre.

Jaime tenía unos programas de humor político en la televisión en donde no dejaba títere con cabeza: los enfrentaba burlándose de ellos mientras les decía muy claramente las verdades de sus triquiñuelas políticas. No era, sin embargo, agresivo y en su apartamento reunía al embajador de Estados Unidos con el de Cuba, a políticos de izquierda y de derecha, a militares, académicos y gente del mundo de la cultura. Tenía la rara virtud de no callar pero sin agredir, una combinación casi imposible de lograr pero que a él se le daba muy fácil.

Sus programas de televisión eran seguidos como si fueran telenovelas y se convirtió en un verdadero ídolo popular porque la gente sentía que la representaba frente a los poderosos.

Fue asesinado temprano en la mañana cuando se dirigía al estudio de televisión, delante de todos los que pasaban por la calle; su cadáver quedó medio acostado delante del timón y algún vecino piadoso tendió una sábana sobre el parabrisas del carro para brindar una dignidad respetuosa a la escena.

Las hipótesis sobre los posibles responsables fueron ampliándose. Se dijo que como cumplía misiones humanitarias en el rescate de secuestrados por el ELN algunos militares consideraban que colaboraba con la guerrilla y ganaba económicamente por esa labor, con lo cual se había ganado su odio. En su primera juventud había mostrado simpatías por esa guerrilla dentro de un grupo intelectual de la ciudad sin ninguna actuación militar. Como Jaime era de lejos el más joven y hacían salidas al campo que pretendían equipararlas a preparación para algún día incorporarse a la guerrilla, lo bautizaron Heidy por la protagonista de la serie de televisión de ese nombre que recorre los Alpes suizos. Pero una cosa era ese entusiasmo juvenil sustentado en ideas altruistas de liberación y otra muy distinta una militancia armada que ninguno de ellos tuvo.

Pero la caverna, con su veto al humor, asumió la broma de Heidy como un alias guerrillero para justificar su odio.

José Miguel Narváez, segundo en el DAS (inteligencia del Estado) ideólogo de Carlos Castaño que llegó a considerarlo un dios, como en general todos los jefes de esas bandas criminales les dictaba cursos sobre “por qué es lícito matar comunistas”. Se dice que también al ejército convirtió en alumnos de esa teoría. Hoy está condenado a 29 años de prisión por ese crimen, pero Narváez no pudo actuar solo, era la época del contubernio de militares con las autodefensas; empresarios especialmente del campo consideraban que los paramilitares les hacían el trabajo sucio y muchos, aún ocultos, debieron participar.

En 2011 sus hermanos presentaron pruebas que involucran a generales activos de la época como Mora Rangel, Harold Bedoya y Rito Alejo del Río. Este último fue condenado años después por alianzas con paramilitares aunque no por este crimen. Harold Bedoya sigue en proceso y Mora participó en la mesa de negociación de La Habana en el proceso de paz con las FARC. A este último Garzón le envió una carta presentada como prueba por sus hermanos en la que le decía: “General, no busque enemigos entre los colombianos que arriesgamos la vida a diario para construir una patria digna, grande y en paz, como la que yo quiero y por la que lucha usted”.

En 2019 la fiscalía conceptuó que “El Coronel Plazas Acevedo desplegó los actos preparatorios del abominable crimen de Jaime Garzón”. Pero no ha pasado nada.

En sus programas de televisión que paralizaban al país, en medio de bromas magistrales, Jaime criticaba duramente las Convivir de Alvaro Uribe, entonces gobernador de Antioquia, por lo que después se comprobó: fueron semilleros de grupos paramilitares que asolaron los campos colombianos con sus masacres de campesinos indefensos. Ayer, en un programa de los muchos que se hacen cada año para conmemorar este crimen, un uribista entusiasta decía: “mataron a los malos y los buenos como el señor presidente (sic) Uribe sigue vivo”.

El funeral de Jaime Garzón, cuyo féretro fue colocado en el Capitolio Nacional ante la presión popular, se convirtió en un evento de multitudes que desfilaban llorosas ante su cadáver: fue una romería de dos días. Ante la estatua que levantaron en el sitio donde fue asesinado siempre hay alguna flor que sus admiradores anónimos del pueblo le dejan como símbolo de su dolor por haber perdido a quien sentía que hablaba por ellos, pero la justicia sigue muda. Como en el caso de Gaitán cuyo asesinato en 1948 desató la violencia, el del candidato presidencial Luis Carlos Galán en 1990, el de Carlos Pizarro recién desmovilizado luego de firmar la paz a nombre del M19 que comandaba y como las de cientos de líderes sociales que cada día aumentan impunemente.