Opinión

Cuando la sangre hierve

Lorenzo Salas González

Los gritos, los llantos, las demandas de ayuda, de dejar pasar, criaturas de escasa edad, hombres uniformados pidiendo calma, avisando que todos van a pasar, las rejas que frenan las ansias de los migrantes e impiden que continúen su viaje, todo ello se resume en una palabra: DESESPERACION.

Los espectadores que miran por televisión las escenas y escuchan las voces femeninas impregnadas de dolor, de súplicas, de lágrimas y hasta de incomprensión, porque no esperaban que de un país hermano como México alguien hubiera dado la orden de detener la migración masiva motivada por la violencia, la miseria, la corrupción y las muertes realizadas por los pandilleros de El Salvador, que en la confrontación por sobrevivir, no se fijan a quien atacan y a quien matan.

Al ver la columna de emigrantes caminando de manera apretada sobre un puente, sin alguna referencia histórica en la mente se escribió una palabra salida de un libro sagrado: EXODO, de la Biblia.

Y al encontrarse la masiva migración con las fuerzas del orden, se dio el choque esperado: golpes a tutiplén y más gritos pidiendo calma, la cual se logró cuando la gente fue dividida en grupos y de éstos, varios fueron subiendo a autobuses que transportarían primero a las mujeres y a los niños, a los adultos mayores, porque los varones habían aceptado esperar que fueran registrando a los que ya habían pasado según un orden establecido por las autoridades mexicanas.

Mientras, los que estaban afuera, de manos generosas recibían agua para mitigar su ansiosa sed, para refrescar su sudado cuerpo, para relajarlo después de haber caminado más de mil kilómetros.

¿Y los que veíamos en nuestros hogares estos actos de sufrimiento, de desesperación, de reclamo ante el peor destino? No es posible saber lo que sentían los millones de telespectadores que seguramente veían atónitos estas escenas que corresponden a siglos atrás, cuando la Humanidad no se había civilizado, cuando predominaban los instintos sobre la razón, cuando no existían tantos protocolos de protección a nuestros hermanos humanos, cuando predominaba la ley de la selva y no la que salva.

La sangre hervía y de la garganta salían maldiciones, gritos de furor y de coraje que negaban los siglos de supuesta civilización y el permanente afán de guardar un orden que nunca han sabido guardar, sobre todo cuando surge un orangután de color zanahoria, que se divierte atemorizando a los cobardes, que de inmediato obedecen las órdenes de quien viola las leyes basado en el poderío militar de su país, que ha invadido más de 300 veces a los países de América Latina, sin que éstos puedan hacer mucho en su defensa y los pocos que lo han hecho, están pagadno las consecuencias con aislamiento, con destrucción de su economía, con hambre para su Pueblo.

¡Qué más quisiéramos los mexicanos que en vez de tener un presidente obediente al gigante del Norte, obedeciera los dictados de su corazón mestizo y dejara pasar a los miles de migrantes para que decidan si siguen su viaje al Imperio en busca de eso que llaman “el sueño americano” o se quedan en un país hermano que desde siempre ha compartido sus escasos alimentos con otros también con ingentes necesidades, sobre todo si el Presidente Electo, ya les ofreció una solución permanente a sus problemas básicos.

Hermanos centroamericanos: No obstante las penurias que también tenemos, hacemos a un lado nuestro dolor y les decimos ¡Bienvenidos a México, país fundado por los primeros migrantes de este territorio, los que venían de Aztlán en busca de un águila parada sobre un nopal y que devoraba una serpiente!