Michael Vázquez Montes de Oca
Las ilusiones del fin de la indigencia vendidas por organizaciones como la ONU y en reuniones de los grandes países desarrollados como la recientemente finalizada Cumbre del G-20 chocan con la realidad y su causa fundamental radica en la disímil distribución de la riqueza y el ingreso.
El concepto es antiguo, significa parir o engendrar poco y se aplicaba al ganado y, por derivación, a la tierra infértil o de poco rendimiento y de esta acepción como falta de potencialidad o capacidad de producir deriva el que apunta a la carencia de una serie de bienes y servicios básicos, la pobreza absoluta. También surgió tempranamente el de pobreza relativa como contraposición al de riqueza.
Vivir en una condición de premura material fue estándar hasta que los progresos tecnológicos hicieron posible tener acceso a niveles de consumo, salud, educación y bienestar impensables en épocas anteriores. Hasta comienzos del siglo XIX la penuria era considerada como la norma de la vida humana, tal como lo eran las enfermedades devastadoras, la falta de educación o de libertad religiosa y política.
Con el surgimiento y rápida propagación del neoliberalismo en la década del 70 del Siglo XX, que se desregula la economía, el papel de los gobiernos y los programas de apoyo a las capas de la población menos favorecidas se reducen y se deja el desarrollo a la autorregulación del mercado, la miseria global se incrementó y las esperanzas reales de su reducción desaparecieron. El tránsito del neoliberalismo a algo diferente es dejar abiertas todas las posibilidades de alternativa, desde el neofascismo hasta el reforzamiento del capitalismo.
Unos 4,300 millones de personas luchan para sobrevivir, la mitad no tiene acceso a suficientes alimentos y, sin embargo, el 82 por ciento de la riqueza generada va a parar a los bolsillos de 74 millones, que equivalen al 1 por ciento más rico de la población mundial.
Según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), uno de cada cinco habitantes del mundo vive en situación de pobreza o pobreza extrema, no tienen acceso a saneamiento, agua potable, electricidad, educación básica o de salud, además de soportar carencias económicas incompatibles con una vida digna. Pese a cierto progreso en relación a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, todavía existen millones de niños y mujeres rezagados; incluso en naciones que registran una mejoría, se calcula hay más de mil millones de entes atrapados y, de ellos, el 70% son mujeres, 7 de cada 10 que mueren de hambre son mujeres y niñas y la tasa rural es el doble de la urbana, que va en aumento.
Aunque las buenas noticias llevan a creer que la pobreza ha disminuido, la realidad es que sólo se ha hecho en China y el este de Asia, lugares en los que el Banco Mundial y el FMI no han impuesto el capitalismo de libre mercado y ha permitido el desarrollo de estrategias dirigidas desde el Estado y liberalizar sus economías bajo sus condiciones. Algunos señalan que, con el existente modelo, no se puede erradicar, que es una imposibilidad estructural y dado su coeficiente de distribución, a una cota de cinco dólares diarios, erradicarla llevará 207 años.
Actualmente los países pobres pagan más de 200 mil millones de dólares sólo en intereses a los acreedores extranjeros, gran parte pertenecientes a préstamos que ya se han amortizado muchas veces. Otro factor que contribuye de modo importante es la renta que se llevan de sus inversiones, pero la proporción más grande es la que sale por la fuga de capitales. Desde los años ochenta, los Estados occidentales han utilizado su poder para imponer políticas económicas y mercantiles, endeudar y gobernar a los del Sur.
En América Latina hay más pobres, desempleados y hambrientos que en los peores tiempos de su historia. El neoliberalismo se ha aplicado con ortodoxia doctrinal, el crecimiento económico de la etapa neoliberal tampoco va más allá de la mitad del que se obtuvo con conducidas políticas desarrollistas, no tenía deuda al inicio de la postguerra y actualmente es la más alta del mundo por habitante, así como la diferencia de ingreso entre los ricos y los pobres, sus tasas permanecen inferiores a aquellas de los primeros decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y eso a pesar de la reducción masiva de los salarios reales, los cuales fueron limitados a la mitad desde la crisis de 1970 en algunas regiones.
El número de pobres aumentó en los últimos años; medios informativos demuestran que es un problema considerable, es la región más desigual; la CEPAL señala que una cuarta parte del ingreso nacional es percibida por sólo el 5% de la población y un 40% por el 10% más rico. El ritmo de reducción de la pobreza rural ha retrocedido, la mayoría se concentra en las ciudades, lo que es consecuencia de la migración de las áreas rurales hacia las urbanas, señal preocupante que coincide con el aumento del hambre; casi la mitad de sus habitantes lo son, de 168 millones en el año 2014, se pasó en 2015 a 178 millones y en 2016 a 186 millones de habitantes, la pobreza extrema subió del 8.2% en 2014 (48 millones de personas) al 10% en 2016 (61 millones), afecta al 46.7% de los niños y adolescentes entre 0 y 14 años y la extrema al 17% y el hambre aumentó en 2.4 millones del 2015 al 2016 y el 2017 marcó un retroceso en la meta de cero señaladas por la ONU.
Otros datos revelan que entre el 20% y el 50% de las poblaciones urbanas viven en condiciones desastrosas de hacinamiento masivo, violencia y marginalidad; no tienen acceso a servicios básicos primarios de salud ni de saneamiento; en las áreas rurales más del 60% no dispone de ellos y el 50% carece de suministro de agua potable, lo que eleva en más del 40% los riesgos de muerte por diarrea, cólera, fiebre tifoidea y otras enfermedades transmisibles por diversas vías y el VIH/SIDA crece a peligrosos ritmos.
La tierra se encuentra cada vez más concentrada en menos manos y sometida a un modelo de extracción y explotación de los recursos naturales que ha acentuado la diferencia. El 1% de las fincas más grandes acapara la mitad de la agrícola, lo que constituye una de las causas intolerables y sin actitudes que aborden este reto no será posible reducir la desigualdad; “es un orden social arraigado y más cercano al feudalismo que a una democracia moderna”.
Ante los esquemas más ortodoxos del pensamiento y la arquitectura económica-social y política que como camisa de fuerza impuso la denominada “globalización neoliberal”, en los últimos años se han venido sucediendo procesos nacionalistas, populares, democráticos por algunos gobiernos de los países del llamado tercer mundo, que tratan de encontrar soluciones y la Alianza Bolivariana para las Américas y Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) como una nueva forma de organización para concertar e impulsar la cooperación y el desarrollo de sus miembros, muestra elocuentes resultados.
Las políticas emanadas de las grandes potencias económicas y los organismos financieros internacionales no han traído el desarrollo, no han servido para atraer el capital extranjero, pero han propiciado la exportación de capitales hacia países desarrollados. La culpa es del capitalismo, su forma de organizar la producción y la vida en sociedad que está en crisis y Latinoamérica es su periferia, vienen a ella para dominar sus riquezas naturales y, el mercado, para aumentar la explotación de su mano de obra.
Como la pobreza ha surgido dentro de las sociedades a partir del desarrollo de la propiedad privada, de la riqueza que esto genera y de la explotación de los más pobres por los más ricos, la lucha por su supresión, en la que se hayan inmersas numerosas instituciones internacionales, nacionales y organizaciones no gubernamentales luce una utopía en el marco del sistema capitalista donde impera la obtención de ganancias crecientes y la concentración de la riqueza.
En un mundo de paradojas como éste, mientras el hambre domina de un lado, la humanidad se enfrenta a una situación nutricional grave Se acarrean serias consecuencias, entre las que destacan la violencia, baja esperanza de vida, desnutrición, analfabetismo, hacinamiento, subempleo y marginación.
Su eliminación y secuelas sólo se vislumbra a escala global a través de la cooperación de las sociedades más ricas con las en desarrollo, de programas educativos y fructíferos que orienten el incremento de la productividad y el consumo sobre una base racional que culmine en una integración económica, política y social que logre el progreso de la sociedad sobre una base sostenible en proporción a los recursos del planeta. El logro de un desarrollo racional de este tipo parece utópico, imposible en el marco del sistema capitalista y, en todo caso, muy lejano ante el peligro real de la desaparición de la especie humana.
Los desafíos son enormes y la realidad se muestra adversa, pero los reveses no deben servir para argumentar contra la viabilidad y pertinencia de los procesos progresistas. Es de vital importancia la unidad de la izquierda, garantía del triunfo y de la sostenibilidad, así como decisiva la solidaridad y el fortalecimiento de la integración de América Latina y el Caribe.