Opinión

El dinosaurio sólo está atarantado

Guillermo Fabela QuiñonesApuntes

Le sobra razón al coordinador de la bancada de Morena en la Cámara de Diputados, Mario Delgado, al afirmar que “el dinosaurio priísta está ahí, atarantado”. En efecto, luego de los comicios en los que no pudo dar sus tarascadas a los partidos que forman la alianza Juntos Haremos Historia, dio la impresión de que había sido noqueado y no se podría levantar. No es así, como lo demuestra un hecho concreto: muchos de sus militantes se aprestan a levantar de la lona al añejo partido, ahora infiltrados en la organización estructurada por el ahora Presidente electo.

Los dirigentes históricos del PRI tienen muy claro que como tal no sería fácil insuflarle nueva vida, después de un desgaste natural que a los ojos de la sociedad lo muestra como un anciano decrépito, sin posibilidad alguna de recuperación. De ahí que algunos de ellos estén dando cuerpo a la idea de cambiarle el nombre, como en su momento quiso hacerlo Carlos Salinas de Gortari. Es posible que crean que así podrán hacer que el vejestorio de casi 90 años se incorpore y demuestre el vigor suficiente para continuar liderando a una sociedad atascada.

Saben que mientras la ciudadanía no asuma su papel protagónico, Morena no podrá enfrentar el gran reto de cambiar un régimen podrido pero que aun así es funcional para continuar el rumbo seguido desde hace 35 años. Menos cuando este partido de apenas cuatro años inicia su tarea con titubeos y forcejeos con las fuerzas reaccionarias que le restan fortaleza. En varios estados del país es un hecho que el PRI está a la espera de aprovechar las debilidades que muestren los “morenistas”, para dar el zarpazo y retomar el poder.

Es cierto que Andrés Manuel López Obrador tendrá el mando de las instituciones hasta el primero de diciembre, será entonces cuando dé los suficientes manotazos en su escritorio para definir el rumbo que deberá seguir la nación en los próximos años. Sin embargo, se corre el riesgo de que por más fuertes que sean los manotazos sean ya insuficientes para corregir todos los errores que se hayan cometido por el partido en aras de avanzar lo más rápido posible en la estructura del Estado.

Cabría decir que de poco le puede servir a Morena contar con la mayoría en el Congreso si no tiene claras las prioridades que debe seguir para que se afiance su liderazgo. Porque una cosa es que sea absolutamente confiable la presidencia de ambas cámaras en el ámbito federal y otra muy distinta la que se está viendo en algunos de los estados, donde las decisiones para entregar los liderazgos se han dejado a grupos de interés, incluso contrarios a la plataforma de Morena.

Esto, como es entendible, ha confundido a la ciudadanía que considera fundamental cerrar la puerta que lleva al cambio de régimen a quienes se han distinguido por un comportamiento falto de ética elemental. No se comprende por qué se actúa de esa manera cuando una de las tareas del nuevo régimen es dar una batalla frontal contra el principal flagelo del sistema político: la corrupción con todo lo que conlleva como fenómeno profundamente enraizado en la sociedad.

De ahí la trascendencia de no dar margen a que el ciudadano común, ese que dio su voto a la coalición Juntos Haremos Historia para que México tenga futuro, empiece a dudar de la voluntad política de impulsar el cambio de políticas públicas. Pues a final de cuentas de eso se trata, pasar de prácticas corruptas en el manejo de la administración pública, a otras donde no haya margen para los “moches” y la transparencia sea una realidad palpable. Lo demás vendrá por añadidura.

Dar oportunidad a quienes se han distinguido por un comportamiento reprobable, es poner a dudar al ciudadano que no entiende de tácticas y estrategias políticas sino de hechos concretos. Es como darle vitaminas a un dinosaurio que “sólo está atarantado”.