Opinión

'Los vivos saben que morirán…”

En la ciudad de Jerusalén, unos mil años antes de la Era Común, Salomón, hijo del Rey David, escribió en el registro bíblico del libro conocido como Eclesiastés, en su capítulo 9, versículos 5 y 6, las palabras: “…los vivos saben que morirán; pero los muertos, no saben nada en absoluto [...]. Además, ya han desaparecido su amor, su odio y sus celos, y ya no participan en nada de lo que se hace bajo el Sol”.

Bajo este razonamiento, el escritor bíblico hizo saber que los muertos no sienten alegría, tampoco sufren. Están inconscientes, no pueden ayudar a quienes siguen vivos, ni tampoco hacen daño.

No pueden darse cuenta de la veneración que les rinden sus familiares vivos, ni de los sacrificios que éstos les hacen.

Ni los científicos ni los médicos han encontrado evidencia de que haya alguna parte de la persona que después de la muerte del cuerpo siga consciente y viva. Como no existen en persona, no pueden manifestar interés en su anterior familia ni intervenir en sus asuntos. No pueden disfrutar de la comida que se ofrece a los difuntos y ésta no va a desaparecer a menos que se la coma alguien vivo.

Es natural sentir inquietud ante el dolor y el sufrimiento que a veces preceden a la muerte; además, es comprensible que uno tema la pérdida de un ser querido, y también que exista preocupación por las tristes consecuencias que la muerte propia pueda traer a las personas que tanto se ama. Como es comprensible, a casi todo el mundo le resulta desagradable el tema de la muerte. La mayoría evita especialmente hablar de la suya propia; ni siquiera quiere pensar en ella.

Aún así, las películas en el cine y la televisión saturan la vista con escenas de personas que mueren de toda forma imaginable, y los medios informativos a diario bombardean al público con imágenes e historias de muertes reales. Como consecuencia, la muerte de desconocidos puede llegar a parecer como parte normal de la vida; pero cuando se trata de la de un ser querido o en carne propia, ya no tiene nada de normal.

Hay que reconocer, tanto los humanos como los animales existen como seres físicos; no como espíritus que simplemente habitan en un cuerpo de carne y hueso. Por consiguiente, las facultades mentales no pueden sobrevivir a la destrucción del cuerpo. De quien muere, la Biblia asegura: “Sale su espíritu (su fuerza de vida), y el hombre vuelve al suelo; ese mismo día se acaban sus pensamientos”, tal como se señala en el Salmo capítulo 146 versículo 4.

En realidad, de acuerdo con la Biblia, no existe ninguna parte espiritual de la persona que siga viviendo después de la muerte del cuerpo. El propio Creador, Jehová Dios, dice: “Miren, todas las almas me pertenecen. Tanto el alma del padre, como el alma del hijo me pertenecen. El alma que peca es la que morirá”, según lo confirma el registro bíblico en el libro del profeta Ezequiel capítulo18 versículo 4.

A pesar que hay quienes creen en la vida después de la muerte, ya sea en el cielo, en el infierno, en el purgatorio o en el limbo y otros más piensan que se reencarnan en una forma diferente de vida, la Palabra de Dios (La Biblia) en el registro del libro de Eclesiastés capítulo 9 versículo 10 declara: “Todo lo que puedas hacer, hazlo con todas tus fuerzas, porque no hay actividad ni planes ni conocimiento ni sabiduría en la Tumba, el lugar adonde vas”.

La Biblia también explica lo que les sucede a los seres humanos y a los animales al morir: “Todos van al mismo lugar. Todos vienen del polvo y todos vuelven al polvo” (Eclesiastés 3:20) Como es común, cada texto bíblico vuelve a recordar la sentencia que se le dio al primer hombre Adán, quien se rebeló contra Jehová Dios su Creador: “Con el sudor de tu frente comerás pan hasta que vuelvas al suelo, porque de él fuiste formado. Porque polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3:19).

Finalmente, tras descansar un tiempo en la muerte, las personas que han muerto serán resucitadas por Jesucristo, el Hijo de Dios. En un tiempo ya cercano, volverán a vivir en la Tierra. La Biblia asegura: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán” (Juan 5:26, 28, 29). De común acuerdo con lo que señalan las Santas Escrituras, lo que cada uno haga para bien o para mal después de resucitar, determinará si recibirá o no la vida eterna aquí mismo en la Tierra… el lugar de habitación creado para el ser humano.