Alejandro SolalindeUltima Llamada para una Generación Depredadora
Es preciso volver a decirlo, la migración actual es el principal signo de los tiempos, la gente no acaba de comprender que los migrantes nos están indicando el fin de una era. El poderoso sistema económico capitalista se ha encargado de destruir el Sur geopolítico, de donde salen forzadamente millones de seres humanos. El Sur ya no es tan habitable y el Norte se ha cerrado. Los poderosos abrieron las puertas de un tiempo duro de muchas contradicciones, con una cantidad nunca antes vista de poblaciones en situación de movilidad, 1,700 millones de personas desplazadas por la violencia, el hambre y los desastres geológicos como sequías, inundaciones, 250 millones migrando.
Como sabemos, el tema migratorio es el asunto global del que nadie puede sustraerse. Se puede estar a favor o en contra de los migrantes, pero no se puede ignorarlos. Tan es así que Europa y Estados Unidos no dejan de hablar de esto.
Algo que me ha hecho dar vueltas y vueltas en mi cabeza es el poder penetrar en este acontecimiento tan complejo. Me he dedicado en los últimos años a tratar de entender la migración. Ciertamente las ciencias coadyuvan a este propósito, pero mi herramienta más efectiva ha resultado la fe. Algunos racionalistas se podrán reír de mí, pero es posible que no alcancen a comprender que la fe no es algo convencional, ni una ideología, sino otra dimensión complementaria de otros niveles de conocimiento. Dentro de esta dimensión uno puede ver las cosas de otra forma, te checa todo, puedes entender mejor la vida y todas las realidades complejas como la migración. Leer, interpretar, valorar el movimiento migrante por una de sus partes, por uno de sus aspectos, nos impide contemplarlo profundamente.
No pocos de los que rechazan migrantes lo hacen por ignorancia, por falta de cercanía con ellas y ellos. Si conviviesen con algunos de ellos cambiarían de opinión. Sí, hay que decirlo, el acontecimiento de la migración es algo sumamente complejo, difícil de entender a primera vista. Por eso necesitamos escuchar, analizar estas realidades.
Cuando alguien está huyendo de un sitio nos tenemos que preguntar qué está pasando. Las personas migrantes nos descubren la decadencia moral y espiritual de un mundo dominado por poderosos haporofóbicos, con miedo a los pobres: no se cuidan de las aves migrantes, ni de los capitales peregrinos, por supuesto tampoco de los turistas con dinero; no protestan por el paso de droga y armas, pero sí ponen sus muros contra los empobrecidos del Sur que ellos mismos arruinaron.
No pareciera que hubiese alguien capaz de pararle el alto a la destrucción neoliberal capitalista, sin embargo, los migrantes constituyen la única fuerza con el poder de enfrentar pacíficamente este sistema descomunal. Esto es posible en virtud de que la migración es autónoma, tiene vida propia, es independiente de los vaivenes políticos, económicos; lleva su propio ritmo, distinto a los tiempos electorales o financieros. Nadie la puede detener; es imparable, en su conjunto, es incontrolable, aunque sí se puede orientar, es fuerte por su juventud, sus valores, especialmente por su fe inquebrantable, a toda prueba.
La población migrante en su conjunto aporta al mundo muchos recursos humanos, culturales, espirituales: el cambio, renovación demográfica, el enriquecimiento de las costumbres, el fortalecimiento de la fe, un humanismo poscapitalista centrado en la dignidad del ser humano y su supremacía sobre las cosas materiales. Para ser más conciso, un retorno a Dios y a los semejantes, mejor dispuestos y más abiertos a la convivencia universal. La presencia migrante incomoda también porque indirectamente inspira, inquieta, cuestiona, aporta una nueva visión, diferente a la neoliberal.
Las personas migrantes han despertado la solidaridad mundial de un grupo reducido, pero bastante significativo; se trata de los voluntarios que llegan a los albergues y casas de acogida. En su mayoría jóvenes generosos que han desafiado los riesgos de grupos delictivos y servidores públicos coludidos con el tráfico de personas. Las voluntarias y voluntarios procedentes de todos los continentes son la demostración más alentadora de la bondad de los seres humanos, superando temores y egoísmos. Los voluntarios, en su mayoría mujeres, sirven a los migrantes, conviven con ellos y hasta hacen amistad. Entre ambos se está dando un encuentro internacional, intercultural, interreligioso.
Muchos católicos en Europa y América están preocupados por la escasez de vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa, prácticamente los conventos y los seminarios se están vaciando. Uno puede preguntarse desde la fe, ¿por qué Dios ya no está llamando al servicio pastoral? Claro que él existe, por supuesto sigue llamando, pero las nuevas vocaciones del siglo XXI son, sobre todo, las de las y los voluntarios de todas las obras donde se da atención a los necesitados, a los vulnerables y excluidos. Sin hábitos ni sotanas, incluso sin profesar el cristianismo o alguna religión, los jóvenes voluntarios son los nuevos servidores de Dios, los que lo hacen presente a través de su acompañamiento amoroso.