Han pasado ya seis años de la muerte del político revolucionario cubano Jaime Crombet Hernández-Baquero; su impronta permanece incólume. Los que lo conocieron lo describen como un hombre inteligente, generoso y honrado, quien demostró durante su intensa vida su capacidad de liderazgo nato y entrega a los ideales y conquistas de la Revolución cubana. A la inversa del documental titulado Con el alma en la tierra, Crombet tenía –mejor dicho– llevaba su tierra en el alma. Cuba en el espíritu. En sus ideales estaban el cielo y los mares de la Isla.
Proveniente de una familia acomodada, Crombet ingresó a la Universidad de La Habana a finales de 1959 a estudiar la carrera de Ingeniería Civil. En el alto centro educativo, se incorporó a la naciente Revolución. La efervescencia de cambios sociales lo envolvió y desde entonces dedicaría sus energías a construir una sociedad mejor, “con todos y para el bien de todos”, como bien recoge el precepto martiano y principio de la Revolución.
En la institución universitaria llegó a ser presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (1964) y el primer dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC, 1965). Posteriormente, de 1966 a 1972, se desempeñó como primer secretario del Comité Nacional de la UJC y simultáneamente jefe de la Columna Juvenil del Centenario. Al frente de esta avanzada de jóvenes provenientes de todo el país con el fin de apoyar los planes económicos que necesitaban del empuje y dinamismo de la juventud para echar a andar, Jaime destacó como nadie.
El periodista Luis Hernández Serrano, quien lo conoció por aquella época, expresó al respecto: “No hubo entonces mejor joven para dirigir a los jóvenes que Jaime. Sumamente sencillo, responsable, tenaz, audaz, de pocas palabras, pero de muchas acciones, con un elevado sentido de la jefatura, sin egolatría, sin jactancia, sin ostentaciones, austero primero que todos. No obstante su modestia proverbial y su no querer salir demasiado en la prensa, sabía encargar tareas con la mayor decencia, de la mejor manera, y diciendo siempre con una sonrisa contenida lo que había que hacer”.
Donde la Revolución lo necesitó, allí estaba el líder de la juventud; cumplió misiones internacionalistas en Angola y como embajador en esa nación africana. Entre otras responsabilidades, ejerció como segundo secretario del Partido Comunista de Cuba en la provincia de Camagüey, primer secretario en La Habana y Pinar del Río, y miembro del secretariado del Comité Central del Partido hasta 1990, cuando ocupó el cargo de vicepresidente del Consejo de Ministros. Tres años más tarde, entre 1993 y hasta 2012, que pidió su liberación por problemas de salud, fue diputado al Parlamento cubano y su vicepresidente; en todas estas tareas, destacó por su lealtad, honradez y modestia.
De él rememora el periodista Ángel Guerra Cabrera en un artículo publicado en La Jornada: “Poseía el arte de colegiar las decisiones y nunca imponía su criterio a priori. Dados su aguda inteligencia, enorme prestigio y autoridad moral apreciaba convivir con puntos de vista diferentes al suyo y sabía estimular el choque fructífero de opiniones en el seno del CN. Era de una valentía política singular y nos estimulaba a pensar con cabeza propia”.
Han pasado seis años desde su deceso, pero no son nada en comparación con la eternidad en la que vivirá su nombre, y en estos momentos, en que Cuba atraviesa una difícil situación económica, agravada por el recrudecimiento del Bloqueo y la política hostil promovida por Donald Trump desde la Casa Blanca para tratar de doblegar al pueblo cubano, bien vale responderle con palabras del propio Jaime Crombet: “Que no quede duda: resistiremos y defenderemos nuestros principios políticos”.