Ariel Juárez García
La Biblia es un relato inspirado y conservado por el Dios verdadero Jehová con personajes verídicos –algunos que agradaron a Dios y otros que no lo hicieron–. No es una fría lista de normas ni una colección de cuentos infantiles, y aunque es cierto que Dios utilizó a escritores humanos, eso sólo ha realzado su contenido otorgándole un cálido atractivo que ha llegado al corazón de los lectores generación tras generación.
El arqueólogo William Albright afirmó: “La profunda comprensión moral y espiritual de la Biblia, la cual constituye una revelación excepcional de Dios al hombre canalizada a través de la experiencia humana, es tan válida hoy, como hace dos o tres mil años”.
El tema central de la Biblia es el Reino de Dios, un gobierno celestial que dominará toda la Tierra (Ver Daniel 2:44 y 7:13, 14). Este Reino acabará con la maldad, el sufrimiento y la muerte, y toda la humanidad será gobernada por su legítimo Soberano: el Creador, Jehová Dios (Ver 1 Corintios 15:24-26).
La palabra Biblia viene del griego biblía que significa “libritos”.
Las Sagradas Escrituras son, en realidad, una colección de 66 libros. Tiene 39 libros escritos en hebreo (con algunas partes en arameo) y 27 en griego. La escribieron unos cuarenta hombres a lo largo de unos mil seiscientos años (desde el año 1513 antes de Cristo hasta aproximadamente el año 98 después de Cristo). Los textos más antiguos fueron escritos y recopilados hace más de tres mil años por diversos miembros del pueblo de Israel.
Con unos 5,000 millones de ejemplares, en más de 3,350 idiomas, completa o en parte, la Biblia tiene el récord mundial de distribución. Lo que supone más de cinco veces la cifra del Libro rojo de Mao, la segunda obra de mayor difusión.
Tan sólo en el año 2007 se editaron 64’600000 biblias en todo el mundo. “La Biblia es el libro más vendido del año… todos los años”, informa la revista The New Yorker.
Hoy día, el 96.5% de la población del mundo tiene acceso a la Biblia.
Entre los escritores bíblicos hubo agricultores, pastores, pescadores, jueces, reyes, músicos y hubo uno que era médico. Censuraron a gobernantes, reprendieron a sacerdotes, amonestaron a la gente común por su maldad; hasta hicieron públicos los errores y pecados que ellos mismos cometieron. Fueron acosados y perseguidos, e incluso algunos fueron asesinados por hablar y escribir acerca de la verdad. Entre ellos, los profetas, muchos de los cuales participaron en la redacción de las Santas Escrituras (Ver evangelio de Mateo 23:35-37).
Los escritores bíblicos concordaron hasta en el más mínimo detalle. Sin embargo, tanto los escritores originales como las personas que luego copiaron el mensaje divino utilizaron materiales tan frágiles y perecederos como los que usaban los fenicios, los egipcios y los romanos: el papiro (obtenido del tallo de esta planta) y pergamino (hecho a partir de piel animal).
Entonces, ¿cómo es posible que el mensaje divino haya sobrevivido hasta nuestros días? Una de las razones es que los escritos originales fueron reproducidos una y otra vez. Como indica el profesor James L. Kugel, “se copiaron muchísimas veces, incluso durante el mismo período en que se escribió la Biblia”.
Los israelitas, quienes tenían bajo su custodia el texto bíblico primitivo, conservaron cuidadosamente los rollos originales y produjeron numerosas copias. A los reyes, por ejemplo, se les mandó ‘escribir para sí en un libro una copia de la ley que estaba a cargo de los sacerdotes, los levitas’ (Deuteronomio 17:18).
Hasta ahora no se ha encontrado ningún manuscrito bíblico original. Sin embargo, sí existen miles de antiquísimos documentos que reproducen secciones más o menos extensas de los libros de la Biblia. Lamentablemente, sus escritos han recibido ataques por todos los flancos,… aunque éstos han sido en vano al no lograr detener su divulgación mundial (Ver Isaías 40:8 y 1 Pedro 1:25).
No es extraño reconocer que la Biblia ha sobrevivido a multitud de ataques de gente poderosa. Por ejemplo, durante la Edad Media, en algunas naciones cristianas se consideraba que “el mero hecho de leer obras peligrosas o no autorizadas, especialmente si se trataba de la Biblia en lenguas vernáculas, era un acto de herejía” (El mundo de la renovación católica, 1540-1770). Muchos arriesgaron su vida al traducir la Biblia o promover su estudio. De hecho, algunos fueron ejecutados por eso.
El traductor bíblico William Tyndale fue asesinado en 1536. Se cuenta que mientras estaba atado a un poste dijo: “Señor, ábrele los ojos al rey de Inglaterra”. Luego fue estrangulado y quemado.
Es cierto, a lo largo de los siglos, la Biblia se ha visto amenazada en numerosas ocasiones. Sus enemigos la convirtieron en un libro prohibido, quemaron sus páginas en la hoguera y persiguieron a muerte a quienes se arriesgaron a traducirla.
A pesar de todo, Ferrar Fenton, traductor de la Biblia, hizo un sobresaliente comentario respecto a este libro. Lo llamó “la única llave que abre ante el hombre el misterio del universo y el misterio de sí mismo”. En efecto, la Biblia contesta preguntas sobre el pasado, el presente y el futuro. A todos dice de dónde venimos, cuál es el sentido de la vida, cómo podemos hallar felicidad y qué nos deparará el futuro. No ha habido otro libro en toda la historia que haya ejercido tanta influencia como la Biblia, ni que haya sobrevivido a tantos ataques maliciosos.
Un expresidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos investigó, imparcialmente, el testimonio a favor y contra la veracidad de la Biblia, de la misma manera que juzgaba los casos en el tribunal. Su veredicto, en esta ocasión, fue: “He llegado a la conclusión de que la Biblia es un libro sobrenatural, que proviene de Dios”.
Ahora bien, ¿es posible confiar en que las traducciones modernas de la Biblia transmiten fielmente el mensaje original? En respuesta, el profesor Julio Trebolle Barrera, miembro del equipo de expertos que ha estudiado y publicado los Rollos del mar Muerto, señala: “La transmisión del texto de la Biblia hebrea es de un rigor extraordinario, sin parangón en la literatura clásica grecorromana”.
A muchos israelitas les gustaba leer las Sagradas Escrituras (La Biblia), cuyo texto fue copiado con especial esmero por escribas muy instruidos.
Por su parte, los masoretas, que se ocuparon de copiar las Escrituras Hebreas (Antiguo Testamento) entre los siglos VI y X, incluso contaban las letras para evitar errores. Su minuciosidad contribuyó, en gran medida, a asegurar la fidelidad del texto y a que la Biblia escapara de los desesperados y obstinados intentos de sus enemigos de destruirla.
Por su parte, el prestigioso biblista Frederick F. Bruce indica: “La evidencia existente de los escritos del Nuevo Testamento es... la autenticidad que nadie sueña poner en tela de juicio”.
De acuerdo con la historia, hace más de quinientos cincuenta años, el inventor alemán Johannes Gutenberg inició la impresión con tipos móviles. El primer libro de importancia que salió de su prensa fue la Biblia. Desde entonces, se han impreso miles de millones de libros sobre infinidad de temas, pero ninguno alcanza la talla de la Biblia.
No hay que olvidar que la Biblia se concentra en la educación moral y espiritual. Ayuda a todos a entender “lo que es la justicia, la honestidad y la igualdad, y todo buen camino” (Ver Proverbios 2:9).
Pese a sus enemigos, la Biblia llegó a ser, y sigue siendo, el libro más difundido de la historia.