
El mundo natural es uno. Más exactamente una entidad originalmente regida por sí misma y sujeta, primero a leyes naturales, a la espontaneidad y a la casualidad; después a la influencia y al múltiple impacto humano.
No ocurre así con la humanidad que es parte de un proceso inverso. Lo natural influyó primero y luego, tras la llegada de los humanos que, mientras se dispersaban por el planeta, forjaron identidades y se constituyeron en civilizaciones diversas, sometidas a las eventualidades del medio natural, a las urgencias de la supervivencia, así como a los goces de la existencia, tanto como a las pasiones, miserias, bajezas y los caprichos propios de las criaturas inteligentes.
Se trata de las dos mitades de la realidad, de un intenso devenir y de una dialéctica mediante la cual la humanidad se inventó a sí misma y del resultado de la evolución orgánica, el progreso cultural, la convivencia y las luchas, la vigencia de algunas leyes y de una infinita sucesión de casualidades que determinaron la aparición de la vida y de la vida inteligente. La naturaleza dio a la humanidad la existencia y la inteligencia la dignidad.
Durante la mayor parte de su existencia, las culturas y civilizaciones existieron y avanzaron paralelamente, desarrollándose sin conocerse. Hace solo medio milenio, los pueblos indoamericanos no sabían nada de los europeos y viceversa.
Para facilitar la compresión, comentaré el episodio de Las Cruzadas, un claro ejemplo de las tensiones, de los encuentros y desencuentros, así como la naturaleza de las interacciones entre dos civilizaciones, occidental una, oriental la otra.
Las Cruzadas fueron expediciones militares con coberturas religiosas realizadas por monarquias europeas y el papado en la edad media (siglo VII (1006-1291) cuyo objetivo era desplazar del poder al islam, en la región conocida como Oriente Medio y apoderarse de la región. De hecho ello ocurrió con el establecimiento de varios dominios, entre ellos el Reino Cristiano de Jerusalén y la toma de Constantinopla y otros hechos relevantes. Por la forma en que fueron ejecutadas y por la cobertura ideológica que las amparó, debido a la confrontación entre la cristiandad y el islam, occidente y oriente, las cruzadas suelen asumirse como un conflicto de civilizaciones y no como las guerras de conquista que en realidad fueron.
A las cruzadas y sus resultados se suman los efectos de los desencuentros, las pugnas y las luchas que por conquistas territoriales y el poder, libraron los caudillos en toda la región, las confrontaciones al interior del islam, así como el colonialismo y el neocolonialismo todas relevantes.
Los cambios operados por las luchas de liberación, notables en las Américas, la desaparición de los imperios coloniales de ultramar, los resultados de la Primera Guerra Mundial, en la cual colapsaron los imperios ruso, austro-húngaro y otomano, lo cual, paradójicamente dio lugar a nuevos repartos territoriales, así como la descolonización posterior a la II Guerra Mundial, los procesos globales enrumbaron por caminos, en los cuales, excepto por la entronización de Israel, una imposición occidental, la humanidad avanzó por caminos menos traumáticos y básicamente ajenos a las cuestiones étnicas y confesionales.
Las guerras entre árabes e israelíes 1948…), la conmoción derivada del derrocamiento del sha y la instauración de un estado islámico en Irán y la confrontación con Estados Unidos derivada de ello, los atentados del 9-11, la difusión del islam político y la proliferación de organizaciones terroristas de matriz islámica, extraordinariamente activas y diversas manifestaciones violentas de matriz islámica, favoreció la errónea idea de que la humanidad estaba envuelta en un conflicto de civilizaciones.
Estos y otros fenómenos de impacto global dieron lugar a las tesis expuestas por Samuel Huntington (Foreign Affairs 1993), que pusieron en circulación las ideas de un choque de civilizaciones protagonizado por el islam y occidente.
Favorecido por el vacío confrontacional creado por el fin de la Guerra Fría y la inevitable desideologización derivada de la pérdida de trascendencia del liberalismo y del marxismo, así como de las luchas de clases y de las revoluciones, más bien como un diletantismo, fue retomada la antiquísima idea del choque de civilizaciones, generada en la época de las Cruzadas.
Según el credo de Huntington: “Las confrontaciones del futuro no serían entre clases ni entre estados, sino entre culturas…” Debido a que había terminado la Guerra Fría, incluso se había anunciado “El fin de la historia”, el autor trató de aproximarse a la sociología política y añadió a sus razonamientos la idea de la “reconstrucción del orden mundial”.
En su momento la izquierda tercermundista preconizó esas tesis que son retomadas, como si fueran novedad, por ponentes que subrayan otros perfiles.
Homologar la lucha entre Ucrania y la OTAN con Rusia, una potencia euroasiática (más europea que asiática) cuyos aliados y simpatizantes son predominantemente asiáticos (China, Corea, Irán, algunas repúblicas de Asia Central) con una confrontación de oriente contra el “occidente global” es un grave error que, en lugar de atenuarla, incentiva las hostilidades.
La guerra en Ucrania que, de cualquier manera, probablemente concluya pronto, es una cuestión circunstancial, mientras que el acercamiento, la cohesión y la integración pacífica de las diferentes culturas y civilizaciones, favorecida por tendencias globalizadoras que ya se perciben, es una bienhechuría estratégica para la humanidad. Luego abundaré sobre el tema que da para mucho. Allá nos vemos.