Opinión

Aniversario 23 de la llegada de Isidore a Yucatán

A 23 años del huracán Isidoro, último gran ciclón que impactó territorio yucateco, el meteorólogo Juan Vázquez Montalvo, recuerda el exceso de confianza del que pecaron los yucatecos.
Aniversario 23 de la llegada de Isidore a Yucatán
Aniversario 23 de la llegada de Isidore a Yucatán

El próximo 23 de septiembre se cumplirán 23 años de la llegada a Yucatán del huracán Isidore, el peor y último de intensidad mayor para nosotros, que causó muchos daños y muertes. Su afectación se equipara a la que provocan tres huracanes, por su presencia de 36 horas, superando lo hecho por Gilberto 37 años atrás. Isidore nos sorprendió un domingo y no se esperaba que nos afectara directamente, pues los modelos de predicción nunca indicaron con tiempo que venía hacia Yucatán; sin embargo, era tan errático su desplazamiento que desde que se acercaba moviéndose en zigzag, y al final sorprendió a todo Yucatán.

Fue el noveno ciclón tropical con nombre y segundo huracán de la temporada del año 2002. Alcanzó la categoría III de la escala Saffir-Simpson, con vientos sostenidos de 225 km/h antes de ingresar a la costa yucateca por Telchac Puerto al mediodía del domingo 22 de septiembre. Esta es una breve cronología: se formó el 14 de septiembre en el mar Caribe, fue la depresión tropical No. 10 de la temporada; el 18 de septiembre alcanzó categoría de tormenta tropical cerca de la Isla de Jamaica; el 19 de septiembre se convirtió en huracán categoría I de la escala Saffi r-Simpson cuando se encontraba al suroeste de la isla de Cuba y luego evolucionó a categoría II en el sur del occidente de Cuba. El sábado 21 de septiembre, cuando cruzaba el Canal de Yucatán, se convirtió en huracán intenso categoría III.

La tarde y noche de ese sábado, el fenómeno sorprendió a los meteorólogos, ya que cambió la ruta que llevaba hacia el noroeste franco y que lo llevaría hacia aguas del Golfo de México, giró repentinamente hacia el Oeste y se enfiló hacía muy cerca de la costa norte de la Península de Yucatán. Al mediodía del domingo 22 de septiembre, una vaguada ubicada en el Oeste del Golfo de México obligó al huracán Isidore a girar hacia el Suroeste e ingresó a tierra yucateca cerca de Telchac Puerto cuando su intensidad era de categoría III de la escala Saffir-Simpson con vientos sostenidos de 205 km/h y rachas que alcanzaban 260 km/h; desplazándose muy lento alcanzó la parte Este de la ciudad de Mérida alrededor de las 17:00 horas cuando bajó a categoría II, con vientos sostenidos de 175 km/h y rachas de hasta 219 km/h —medidas por la esta estación Fiuady ubicada en el norte de Mérida— y al amanecer llego al Sur del estado en donde se estacionó, provocando lluvias intensas con vientos ya descritos.

Durante la mañana del lunes 23 de septiembre, el huracán perdió fuerza y pasó a categoría I; al mediodía se degradó a tormenta tropical, y en horas de la tarde empezó a moverse en dirección norte-noroeste; en la madrugada del martes 24 pasó por el Oeste de la ciudad de Mérida, alcanzando de nuevo las aguas del Golfo de México casi al amanecer, por un punto cercano entre los puertos de Chuburná y Sisal. Isidore estuvo 36 horas en el estado de Yucatán, por lo que, como ya se indicó, su impacto se equipara al que hubieran ocasionado tres ciclones tropicales, ya que destruyó la zona con más infraestructura económica, agrícola, avícola, pecuaria y ganadera del estado, dejando daños que superaron por mucho a los causados por el llamado “huracán del siglo”, Gilberto, 37 años antes.

Por parte de la población yucateca hubo exceso de confianza, porque aunque sabían del fenómeno, dijeron es “domingo, día de paseo, de salir, y si sobrevivimos al huracán del siglo, Gilberto, qué más nos puede hacer un poco de agua y viento”. Lógicamente, este exceso de confianza lo pagaron muy caro porque algunos pasaron el huracán en las plazas comerciales, casas de amigos y parientes. Isidore nos “graduó” a la fuerza en medidas contra huracanes: aprendimos lo que no se debe de hacer y a partir de ese momento ningún yucateco debe ser sorprendido de nuevo por un fenómeno de esa magnitud. Fue una lección muy dura, porque la población tampoco hizo los preparativos previos, todo fue a la carrera horas antes de la afectación. También se aprendió que los huracanes no tienen palabra de honor, y que siempre hay que prepararse para lo peor, esperando lo mejor.