Yucatán

Sonidos sin registro: música y cantos de la Iglesia presbiteriana

Joed Amílcar Peña Alcocer*

La música y el canto son elementos imprescindibles en la devoción presbiteriana, el Libro de culto y liturgia de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INP) le reserva un lugar especial en los diversos modelos de culto contemporáneo que sugiere seguir a sus miembros. Es usual que las iglesias evangélicas llamen alabanzas a las composiciones musicales destinadas al culto, a pesar de que el término tiene una amplitud mayor.

Himnos y canciones son asumidos como herencia de la histórica Reforma protestante, ello implica que su composición, interpretación y ejecución tiene significados estéticos ligados a preceptos teológicos y doctrinales claramente definidos. No en vano diversos tratados sobre la adoración musical en las iglesias ponen especial atención en su solemnidad acompañada de contenido teológico.

El paso de los años permitió que las iglesias evangélicas de México, en especial la presbiteriana, conciliaran su solemnidad con nuevas experiencias musicales. De esta forma el conservadurismo musical, las más de las veces de corte legalista, fue dejado de lado. De la mano de las sociedades de Esfuerzo Cristiano surgieron ministerios de música juvenil que integraron nuevos ritmos y sonidos al culto. La música cristiana se industrializó adoptando prácticas usuales de la música no cristiana: giras musicales, videos musicales, entre otras.

Fue un cambio vertiginoso, sin registro oficial y que a pesar de su impacto pasó desapercibido para muchos. Este fenómeno musical ayudó a innovar las prácticas de evangelismo, pero fue causando una pérdida de contenido teológico y doctrinal en las letras de los cantos. Más preocupante es el desplazamiento de los estribillos más tradicionales, que relegados a las generaciones mayores pronto caerán en el olvido y con ellos se irán los testimonios de la solemnidad, liturgia y doctrina de décadas pasadas.

Toda expresión musical es un producto cultural, la música evangélica es, por consiguiente, el producto cultural de una minoría religiosa. La música se compone de códigos entendibles para la comunidad que la produce y consume, marca culturalmente a quienes la escuchan, así como genera una industria específica.

Varios antropólogos se han dedicado al estudio de la música cristiana, abarcando varias de sus facetas. Carlos Garma Navarro tiene un interesante ensayo sobre la comercialización de la música pentecostés, Mónica Aguilar Mendizábal ha estudiado la diferencia en el culto de presbiterianos “históricos” y presbiterianos renovados en Chiapas, este año Dominga Toledo Lorenzo y Minerva Yoimy Castañeda publicaron un estudio sobre la presencia de iglesias no católicas en Chiapas a través de las emisoras de radio. En todos los casos anteriores el canto y la música están presentes, les invito a buscar sus textos, todos de acceso libre en la web.

Llama la atención que el cuerpo de fuentes que se nutre las investigaciones que he mencionado tengan un alto componente testimonial fruto de entrevistas y de observación, las fuentes que menos abundan son las documentales. Nos volvemos a encontrar con la ausencia de fuentes sobre un aspecto primordial del culto presbiteriano: no hay registros sonoros, partituras o compendios de letras de sus cantos.

El himnario de la INP es acaso el único documento de registro musical que se posee. ¿Qué sucede cuando no registramos la vida sonora/musical de la iglesia? Perdemos testimonios de la cultura presbiteriana que nos pueden explicar puntualmente la trasformación del culto a través de la música: el abandono de posturas legalistas o tradicionalistas en la estructura formal del culto, la pérdida de contenido teológico y doctrinal y, por consiguiente, la transición hacia la industria de la música cristiana.

Los himnos y cantos desplazados por la irrupción de la música contemporánea cristiana no están siendo recopilados para su preservación, son reliquias sólo conocidas por generaciones mayores y sus descendientes en edad adulta. En Yucatán los archivos estatales, incluso los especializados en arte, no resguardan documentación sobre la música presbiteriana local. Cantos, estribillos, himnos y música presbiteriana son parte de nuestro patrimonio musical, un patrimonio desatendido por los mismos presbiterianos y que se enfrenta al olvido.

Una rápida revisión de catálogos electrónicos de bibliotecas y archivos puede arrojar resultados que satisfagan nuestro deseo de encontrar registros musicales de la religión católica, incluso se han rescatado piezas de música sacra novohispana y se han podido ejecutar. En bibliotecas y archivos públicos no encontramos himnarios del siglo XIX, mucho menos composiciones de presbiterianos locales. Seguir la trayectoria histórica de la música presbiteriana es complicado.

Sorprende, en el caso yucateco, la desatención al patrimonio musical presbiteriano. El Seminario Teológico Presbiteriano San Pablo ofrece una licenciatura en música sacra de la que han graduado competentes ejecutantes y compositores, además algunos de sus profesores tuvieron un papel activo en la última revisión del himnario oficial de la iglesia. Con todo esto no es palpable una identidad musical regional de los presbiterianos, se ha desvalorizado el repertorio de cantos tradicionales por considerarlos de los “hermanos viejitos”, sin reparar en ellos como vehículos comunicantes de doctrina, es decir, un código cultural propio.

De lo anterior se derivan dos problemas. El primero es la irrupción de cantantes o grupos que hacen uso de ritmos tradicionales para crear “canciones cristianas” desprovistas del germen doctrinal presbiteriano y que reproducen estereotipos legalistas, anquilosados en prejuicios sobre la forma de vestir o con sinsentidos como el “remolinear”, esas canciones no tienen valor estético y litúrgico, con ellas quieren captar a los que se sienten desplazados del culto. El segundo es la tendencia de arreglar himnos, cantos clásicos, para asemejarlos a las nuevas tendencias musicales introducidas por cantantes pop cristianos, cosa que sólo refleja la poca sensibilidad musical de algunos ministerios musicales.

Es evidente que si la INP no pone en marcha acciones concretas para subsanar los vacíos en su memoria histórica y documental sus tareas religiosas enfrentarán mayores dificultades, sus departamentos y ministerios no sabrán cómo atender las nuevas problemáticas del culto por no conocer, por desconocer el origen de ellas. Los historiadores y antropólogos mientras tanto seguirán generando estudios para comprender la complejidad de la cultura presbiteriana. Ojalá pronto desde el seno de la iglesia inicie una nueva narrativa sobre su pasado, presente y futuro.

A falta del esfuerzo de los presbiterios yucatecos por preservar su memoria documental y cultural las iglesias locales deben iniciar con la recolección de los cantos más antiguos que conozcan. Hacerlo significa crear fuentes históricas y acercarse a sus cambios históricos desde una perspectiva diferente.

*Integrante del Colectivo Disyuntivas