Ana María Ancona Teigell
“Abre tus brazos al cambio, pero no dejes ir tus valores”.-
Dalai Lama
Hoy, más que nunca, necesitamos respetar y valorar a las personas, comenzando por cada miembro de nuestra familia. Dios nos regala vivir en esta comunidad para enseñarnos que, aunque somos diferentes, nos aceptamos como somos y respetamos la forma de ser, ideologías, y carácter de cada miembro que la integra.
En la familia se forjan los valores para tener un modo de vida más humano, que posteriormente se transmitirá a la sociedad entera. Cada miembro asume con responsabilidad el papel que le ha tocado desempeñar en el seno familiar, procurando el bienestar, desarrollo y felicidad de todos los demás, dispuestos a dialogar y convivir en armonía, comprensión, tolerancia y sin juzgar.
En la convivencia aprendemos a respetar y valorar a las personas, valores que nos dan la base para cuando salgamos al mundo y vivamos en sociedad, donde pondremos en práctica los valores que nos inculcaron para vivir en paz con los demás.
Uno de los propósitos que nos debemos hacer para el año nuevo es valorar y respetar a nuestros semejantes, ya que los valores y el respeto brillan hoy por su ausencia, además que en nuestra sociedad, se han perdido casi todos los valores que alguna vez fueron importantes en la vida. Hemos dejado de lado el respeto como si fuera un trapo sucio. Hemos olvidado que el respeto comienza con uno mismo, porque si no existe ese respeto, no podremos respetar a los demás, y estamos colaborando para que las personas tampoco nos respeten.
Es ser tolerantes con las diferencias, desde las diferencias, sobre todo a pesar de las diferencias que haya entre unos y otros. Es el reconocimiento del valor inherente y los derechos innatos de los individuos y la sociedad. El respeto como valor, lamentablemente, se ha perdido en la historia, ya que pasamos por alto los derechos de los demás como si nuestra persona estuviera antes de quienes nos rodean.
El valor del respeto involucra una serie de acciones que se ejercen cuando mostramos aprecio y valor por el cuidado que una persona le da a nuestros padres, ayudar a la pareja en las labores domésticas y cuidado de los hijos. Pedir las cosas “por favor” y dar “las gracias”, por una ayuda que se nos brinda o decir “con permiso” cuando alguien no te deja pasar por una calle estrecha, ya que todo ser humano, desde el más pobre, humilde, sencillo o rico, es digno de todo nuestro respeto y valor.
Las faltas de respeto abundan hoy en día porque hay personas que se burlan de otras por ser discapacitados, por su pobreza, por su trabajo mal pagado, por la edad de un adulto mayor que depende de nosotros para muchas cosas y nos molestamos o cuando los automovilistas no respetan el cruce peatonal por donde está caminando una persona, cuando no le cedemos el asiento en el autobús a una mujer embarazada o a una persona mayor.
En todos los ámbitos en los que nos desenvolvemos, es fundamental la forma como decimos, hacemos y pedimos las cosas. Nosotros somos los que tenemos que poner el ejemplo en todo momento.
Si hiciéramos una lista de las personas a las que debemos respeto, podríamos comenzar en casa, respetando a nuestros padres, hermanos, tíos, abuelos, primos, sobrinos, etc., y nos extenderíamos a los vecinos, amigos, maestros y a todas las personas que nos rodean, sin importar si las conocemos o son extrañas. Todos, sin distinción, nos merecen respeto.
El respeto es un valor fundamental para conservar la armonía del entorno en que vivimos. Es necesario reconocer el valor de los demás, tal y como son, y no tenemos derecho a menospreciarlos ni burlarlos por sus condiciones.