Yucatán

Ke´uel Ceeh (Piel de venado)

Profra. María Dalila Casanova Férreas *

Muna es un pueblo con muchas leyendas, tradiciones y cuentos que han pasado a través de varias generaciones, lugar donde se construyeron casas de paja con tierra roja y albarradas pintadas de blanco; cada descendencia, cada familia, persona tiene su historia y su evolución. De esta manera se originó el cuento de una mujer trabajadora, que aprendió a un precio que no se le desea a nadie.

La casita relucía tan brillante como siempre, a pesar de estar hecha de bajareques, tener tierra como piso y techo de huano. La alegría de vivir reinaba en cada detalle: la banqueta de madera antigua, los banquillos bien cuidados y como adorno una gran piel de venado, que en lengua maya se dice “Ke´uel Ceeh”, y la cual colgaba en un rincón de aquella humilde y típica vivienda.

Pedro y X´petita gozaban enormemente de la elaboración de las tortillas; ansiosos miraban cómo se inflaba el hollejo en el que su mamá introducía rápidamente un huevo que, cocido en el comal, sabía delicioso.

--Mamá --dijo X´petita- déjame comer una tortilla más mientras me cuentas de nuevo el cuento de “Ke´uel Ceeh”.

Mamá Serafina dirigió una silenciosa mirada al rincón donde se encontraba aquella piel; la idea de recordar el pasado, le daba sensación de calor, más del que se hacía producto de la candela donde cocía las tortillas, sin embargo se repuso de inmediato.

Comenzó: --Era una hermosa noche, el cielo cubierto de estrellas sonreía a través de ellas iluminando la estancia, los grillos parecían estar más alegres que nunca, pues sus murmullos daban un toque mágico a ese momento.

Juan y sus padres se encontraban reunidos con el propósito de pedir la mano de Serafina. Habían llevado el “tuchí”, que consistía en un gran canasto que contenía los mejores panes de elote, los pimitos de manteca, los ishuajes, los chocolates hechos a mano, el azúcar y otros manjares yucatecos elaborados especialmente para dicha ocasión.

Todo parecía indicar que la felicidad era completa, pero la voz de doña Cristina interrumpió la dicha diciendo: --Juanito, ¿no sería mejor que lo pensaras dos veces?, mi hija es una muñequita, por ser única no aprendió a cocinar, barrer, lavar….y planchar menos; sólo se defiende costurando el hilo contado (x´oocbichuy) o tejiendo canastos y sombreros que no es nuestro oficio.

Serafina sintió que se le quemaban las mejillas y por más esfuerzos que hizo, no encontró palabras para protestar.

Juan lo notó y dirigiéndole una mirada consoladora y le dijo: --No tiene por qué preocuparse señora, digo, suegra, suegrita, mamá Cristina. En mi casa tengo “x’ke´uel”, ella se encarga de los quehaceres del hogar mientras voy a la milpa. Finita sólo tiene que decir: “x’ke´uel” lava los trastes, barre la casa, lava el nixtamal, y ella obedece y sumisa trabaja sin protesta alguna.

El año impuesto para los preparativos y la boda misma pasaron tan rápido, como en un abrir y cerrar de ojos.

¡Por fin!..Juan y Serafina entraban juntos a la casita del campo, después de atravesar al maizal y las hortalizas bajo el sol ardiente, “x’ke´uel” parecía darles la bienvenida colgada de un horcón reluciente con el característico color café del venado. Qué tranquilidad le daba a Serafina, saber que “x’ke´uel” estaba ahí, que no tendrá que preocuparse de nada. Ya instalados, él se fue a la milpa y ella comenzó a dar órdenes a “x’ke´uel”, para que preparara la comida, desde los frijoles, el chile xcu´t y las tortillas, hasta el salpicón de cebolla. Ahora sólo tenía que preocuparse de su arreglo personal. Todo iba muy bien, pero en cuanto regresó Juan y pidió su comida se percató que “x’ke´uel”, no había hecho nada.

--¡A ver! --dijo Juan- Trae acá a “x’ke´uel”, cárgala y tésala muy bien, lo mejor que puedas; pues voy a azotarla para que escarmiente.

--Sí, Juan, pero dale fuerte para que aprenda a obedecer- Serafina acomodó a “x’ke´uel”, sobre su espalda, entonces sintió esos golpes en su espalda, sin comprender por qué ella sentía el dolor de los azotes. Aunque Serafina intentó gritarle a Juan que no azotara más a “x’ke´uel”, todo fue tan rápido, que las palabras se le hicieron un nudo y se ahogaron antes de salir de su garganta.

Al día siguiente siguió lo mismo, al igual que al tercer día. Al cuarto, cuando Juan regresó a la casa, grande fue su sorpresa al ver que toda la casa estaba limpia y ordenada. El aroma de las tortillas recién hechas impregnaba el ambiente y los frijoles bien cocidos invitaban a darle gusto al paladar, y ni qué decir del refresco de pozole hecho con el maíz nuevo, que servido en jícara tiene un sabor único en el mundo.

--¡Por fin trabajó “x’ke´uel”-exclamó Juan, con una alegría desbordante, que contrastaba con el semblante de Serafina, quien frunció sus bien formadas cejas antes de hablar.

--¡ “x’ke´uel” no ha hecho nada!. Con verdadero esfuerzo y con la ayuda de las vecinas, quienes gustosas me están enseñando los trabajos de la casa, he preparado la comida y terminé los quehaceres de la casa.

--¿Ah, sí?--, dijo Juan. Pues trae nuevamente a “x’ke´uel”, para castigarla por floja.

Un escalofrió sacudió el bello cuerpo de Serafina, tres veces había sentido en carne propia del dolor de los azotes dados a “x’ke´uel”; el sudor empezó a correr por su rostro y por un momento se le nubló la vista antes de gritar.

--¡No Juan!, ¡Nunca más!. De hoy en adelante no golpearás a “x’ke´uel”, yo seré quien haga los trabajos y ella será el adorno de mi sala…

El sol brillaba por encima del maizal, resaltando el color oro de los elotes, daba gusto caminar entre los cultivos de largas hojas, a pesar del calor intenso y la cosecha a cuestas; faltaba poco para llegar al camino principal y Pedro aligeraba los pasos, estaba feliz porque pronto quería llegar a casa. De repente, de entre las espigas salió un niño que empezó a correr para seguirle el paso.

--¿Qué haces aquí? – preguntó Pedro.

--Doña X’petita me invitó a comer, dijo que hoy haría elote sancochado y que después me enseñaría a tejer el huano para hacerme un gran sombrero. ¡Ah, esta hermana mía!... De alguna u otra forma, siempre encuentra tiempo para todo, aprendió bien de mamá Serafina que en paz descanse.

Después del largo recorrido en que los dos platicaron mil cosas, llegaron al umbral de la vieja casita. Un rayo de sol se filtraba por un agujero del techo iluminando una gran piel hermosa y reluciente como siempre, testigo mudo de carácter humilde, servicial y sumiso de la mujer de antes: “Ke’uel ceeh”

 

Escritora Comunitaria de Muna *