Campeche

Carmelitas reviven Pasión y Muerte de Cristo

—Hagan lo que ellos quieren –ordena Poncio Pilatos, y mientras el sol se asoma tenue por entre las nubes arrastradas por el frente frío, Cristo, interpretado por el joven Esdras José Pacheco Calderón, es entregado para su crucifixión.

—¡Crucifícale, crucifícale, crucifícale! —exclaman los miembros del Sanedrín y el pretor se lava las manos.

—¡Que la sangre de este hombre caiga sobre ustedes y sobre sus hijos! —exclama el Gobernador de Judea.

La fe católica se desbordó ayer en la Isla, con la edición número 32 del tradicional Viacrucis Viviente de la parroquia de la Divina Providencia, el cual dio inicio en punto de las 9:30 horas. A diferencia de años anteriores, la llegada de un “Norte” provocó una precipitación, pero eso no impidió que la gente fuese testigo de la representación del pasaje bíblico.

En la representación de la Pasión y Muerte de Cristo participaron alrededor de 30 jóvenes de los grupos apostólicos de la Divina Providencia, quienes se prepararon durante más de dos meses, tanto física como espiritualmente.

Sufrimiento

El contingente salió de la calle 47 hasta llegar a la calle 26 y de ahí, a la calle 65, donde se realizó la Crucifixión del Hijo de Dios.

Luego de que Jesucristo fue condenado en la Primera Estación, su sufrimiento físico se agudizó poco tiempo después, al llegar a la Segunda Estación, donde fue obligado a cargar su cruz, mientras los soldados romanos lo golpeaban e insultaban.

Con su ropa impregnada de tinta roja, Esdras José continuó su paso lento, hasta llegar a la Tercera Estación, donde cayó por primera vez, a consecuencia del castigo físico al que era sometido.

Los centuriones intensificaban el sufrimiento de Jesús de Nazareth, al propinarle más golpes y aumentaban también las burlas y las humillaciones.

Judas arrepentido por haber traicionado a Jesús arroja las monedas al Sumo Sacerdote Caifás. Más tarde, en el momento de la crucifixión, aparecerá colgado de uno de los árboles.

Encuentra a su madre

En la Cuarta Estación, el Hijo de Dios encontró a su santísima madre María, quien le brindó consuelo con lágrimas en los ojos, en tanto los soldados intentaron apartarla para que no interrumpiera el recorrido hacia el Gólgota.

—¡Camina, vamos camina! ¡Camina! —van ordenando los que interpretan a los soldados romanos.

Para la Estación Quinta y ante la imposibilidad de que Jesucristo continuara con su pesada carga, el Cirineo lo ayudó a cargar su cruz hasta la Sexta Estación, donde apareció la Verónica, quien le limpió el rostro y su imagen quedó impregnada en la manta.

Jesús de Nazareth cayó por segunda vez y por varios minutos permaneció en el pavimento, pero luego fue levantado por los soldados y a empujones lo obligaron a que continúe su paso.

Luego de que Jesús consoló a las mujeres de Jerusalén, quienes salían a su paso para manifestarle su pesar, siguió su camino pero de nueva cuenta cayó por tercera vez y sobre él su pesada cruz.

Sin compasión alguna, los soldados intensificaron sus latigazos hasta que finalmente lo llevaron hasta el Monte Calvario, donde lo despojaron de su ropa para su crucifixión y muerte.

“¡Padre, perdónalos…!”

—Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen —dice el Cristo y Gestas le reclama que no ha podido salvarse. Dimas acusa al bandido de no tener miedo de Dios y se arrepiente. Y el Maestro le ofrece el paraíso.

—Mujer, ahí tienes a tu hijo; Juan, ahí tienes a tu madre —dice el Cristo y Caifás le advierte que salvó a otros, pero no a sí mismo.

—¡Elí, Elí, lama sabacthani!

—¡Ni Elías ha venido a salvarlo!

Con su corona de espinas de t’subín y sus manos sostenidas de clavos dorados doblados en forma de silla, el Cristo expira. La gente mira en silencio cuando lo bajan de la cruz y se llevan al Cristo envuelto en una sábana blanca.

(Texto: Redacción / POR ESTO! / Fotos: Antonio Maldonado)