
En un emotivo encuentro de fe, la Virgen del Carmen arribó a la capital del estado para visitar al Cristo Negro Señor de San Román y sumarse a los festejos por el 460 aniversario de la llegada de este santo patrono a tierras campechanas.
La Virgen llegó desde su Santuario Mariano Diocesano, acompañada por más de 200 feligreses de la Isla, quienes, entre cánticos, alabanzas y el fervoroso grito de “¡Viva la Virgen del Carmen!”, escoltaron con devoción a su patrona.
La procesión inició en la Parroquia de San Francisco de Asís y recorrió la calle 10-B del Barrio de Guadalupe y la calle 10 del Centro Histórico, convirtiendo el trayecto en una auténtica manifestación de fe popular.
La Virgen, ataviada con vestiduras en tonos café y dorado, un delicado velo blanco bordado, aureola brillante y con el Niño Jesús en brazos, avanzaba lentamente mientras los fieles de la capital se persignaban, le hacían súplicas o simplemente se postraban a su paso. El júbilo estalló al llegar a la Catedral de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, donde se celebró una misa especial en su honor.
Tras este primer momento espiritual, la procesión continuó hasta el Santuario Diocesano del Cristo Negro Señor de San Román, allí, entre aplausos y vítores, los devotos sanromaneros recibieron a la Virgen del Carmen, quien fue colocada en un nicho especial junto al Cristo Negro, en un gesto de hermandad espiritual entre ambos patronos.
“El día de hoy (ayer) hacemos una doble peregrinación… Primero acudimos a la Catedral para ganar las indulgencias del Año de la Esperanza, y luego nos unimos a las fiestas del Señor de San Román, compartiendo dos celebraciones en un mismo camino”, expresó el presbítero José Francisco Verdejo Aguilera, párroco y rector del Santuario de la Virgen del Carmen.
Tres camiones repletos de devotos llegaron desde la Isla para sumarse al fervor que, cada septiembre, envuelve a Campeche con las tradicionales festividades en honor al Cristo Negro.
El encuentro entre la Virgen del Carmen y el Señor de San Román no solo fue un acto religioso, sino también un símbolo de unidad entre comunidades, donde la fe y la tradición se fundieron en un solo corazón campechano.