Carlos Gómez Sosa
El 12 de octubre se 1492, Colón llegó a América, hecho que condujo a que los países imperialistas europeos iniciaran un colonización, torturaran y masacraran a los verdaderos americanos.
Durante muchos años, nos hablaban con admiración de la gesta de Cristóbal Colón y de la fe cristiana que nos inculcaron los conquistadores. Pero nadie decía una palabra sobre las depredaciones y el arrasador genocidio cometido contra los pueblos originarios; sobre las nuevas creencias y costumbres impuestas a sangre y fuego; y, lo que es más importante, sobre la marginación social y racial de nativos y negros en las nuevas colonias, donde los criollos se convirtieron en los amos y señores de las tierras conquistadas, con derecho a gozar de ventajas y privilegios sociales y económicos, pero también con derecho a ser la clase dirigente; una suerte de supremacía del hombre blanco que, desde el 12 de octubre de 1492, se refleja en el racismo latente que habita en el subconsciente colectivo de América Latina, donde no pocos indígenas y negros cambian de identidad: cambian de lengua, cambian de nombre y cambian de vestimenta.
La conquista fue un hecho inevitable –decía una maestra–, porque implicó la victoria de la civilización sobre la barbarie. Los hombres blancos traían consigo el adelanto: la Biblia, la pólvora, las armas de fuego, los instrumentos de navegación, la economía mercantilista, el hierro, la rueda y otros, mientras los indígenas seguían luciendo tocados de plumas en la cabeza y profesando religiones bárbaras. Pero lo que la maestra no mencionaba era el florecimiento cultural y científico de las civilizaciones precolombinas, como el hecho de que los mayas hubiesen confeccionado un calendario mucho más exacto que el de Occidente, que empleaban el sistema vigesimal en matemáticas y usaban una escritura similar a los jeroglíficos egipcios; que los incas construyeron terrazas y canales para la producción agrícola, que practicaban la trepanación de cráneos y tenían un sistema social que respetaba la comunidad colectiva de la tierra y donde todos los miembros de la comunidad colaboraban en la construcción de obras públicas. En síntesis, la maestra no hablaba de lo que los pueblos precolombinos fueron capaces, sino sólo de lo que no fueron capaces.
He comprendido que la verdad y la mentira de una misma historia dependía de la voz de quien la contaba, pues cuando empecé a conocer la versión de los vencidos, de los de abajo, me di cuenta de que el arribo de los europeos a tierras americanas fue una gesta sangrienta y que la religión cristiana, nacida como un instrumento de lucha a favor de los oprimidos, se convirtió en un instrumento opresor durante la conquista, que el llamado “descubrimiento de Colón” implicó el exterminio de vastas civilizaciones y que el 12 de octubre no es una fecha para celebrar, sino para reflexionar.
Esta fecha debe ser para América un día de profunda reflexión sobre la naturaleza y devenir de nuestras naciones, lejos de celebrar una “raza”, o la hispanidad, habría que preguntarnos si ahora que la globalización produce el impacto simultáneo de muchos mundos, realmente queremos un “mestizaje superador” a escala global y que derivaría en la “la quinta raza” o la raza absoluta, o si nuestra experiencia histórica con el mestizaje nos impulsa tal vez a defender nuestra nueva identidad aún no concretada, en vez de sucumbir a una nueva conquista y aculturación de escala planetaria que, sin duda, será en términos culturales mucho más violenta que la de hace más de 500 años, porque esta será intolerante y totalitaria.
Estas reflexiones nos conducen a una dimensión y un desafío aún más importante: la construcción de un Estado y de una sociedad plurinacional. ¿Cómo construir ese Estado que pueda respetar a culturas diferentes sin necesidad de imposición y dominio? ¿Cómo lograr que nuestras sociedades puedan reconocerse en su identidad y dejen de vivir de espaldas? ¿Cómo edificar una sociedad sin racismo, sin intolerancias, sin prepotencias, sin autoritarismos? ¿Cómo aceptar esas profundas diferencias culturales en condiciones de equidad, respeto y tolerancia?
Corresponde a nosotros utilizar esa experiencia para liderar al mundo en la defensa de nuestras identidades. Creemos que la unidad en la diversidad es posible y nos permitirá oponernos ante un modelo homogenizante que pretende barrer con las diferencias de todo tipo. Usemos el 12 de Octubre no para festejar una pretendida raza, sino para enaltecernos de nuestra inmensa diversidad, de todas las culturas que nos dieron origen y que hoy tienen vigencia real en nuestra sociedad.