Cultura

La Madre Tierra se queja enferma y nosotros, sus hijos, la seguimos ignorando

Edgar Rodríguez Cimé  

Las devastadoras imágenes no engañan: poderosa tromba convierte al río Cutio, en la comunidad de Peribán, Michoacán, en una corriente de agua asesina que tragaba todo a su paso destructor; en la India, el contaminado lago Bellandur, en Karnataka, atiborrado de agua sucia de las coladeras, está lanzando peligrosa espuma contaminante; en la Antártida, el deshielo provoca la muerte de animales y desaparición de la primera isla en la Polinesia. Nuestra Madre Tierra se queja, enferma, y nosotros, sus hijos pobres, sufrimos las consecuencias de un sistema capitalista expoliador de la naturaleza y explotador de los seres humanos.

Pero no siempre fue así. Hace muchísimos años, cuando se dieron nuevamente las condiciones naturales, la Madre Tierra, cual matrona consuetudinaria, volvió a “parir” a sus nuevos hijos: protozoarios, vegetales, animales y unos seres supuestamente “superiores” llamados humanos, que vinieron a poblar los territorios conocidos y por conocer.

Al parecer, según la paleoantropología, ese momento cumbre fue hace unos 4.5 millones de años, con el surgimiento de los primeros homínidos australopitecus (nuestros primos más lejanos en la larga trayectoria de desarrollo de los seres humanos en la Madre Tierra); de ahí al Homo hábilis: hombre hábil (2.5 millones); luego, al Homo sapiens: hombre sabio (200 mil); hasta llegar al Homo sapiens sapiens (40 mil años), o sea, nosotros mismos.

De allí, nos vamos hasta hace aproximadamente unos 7 mil años, cuando las primeras sociedades, luego de recorrer los estadíos de “salvajismo” y “barbarie”, consiguen alcanzar la etapa “civilizatoria”: vida urbana sedentaria, desarrollo agrícola, división del trabajo, escritura, comercio de excedentes, desarrollo tecnológico, industrialización, en pueblos de Asia como Mesopotamia (primera civilización humana, cuyo territorio hoy ocupan los países de Irak y Siria).

Enseguida, nos centramos en el momento del choque de civilizaciones (siglo XVI) cuando los invasores europeos conquistan y colonializan (establecen relaciones de subordinación con el reino de España) a la multitud de pueblos originarios en el territorio nacional, con epicentro en lo que después sería conocido como Mesoamérica, donde se diera el desarrollo estético propio en su mejor periodo: Clásico.

Si en América sucedía lo anterior, en el continente europeo desde el siglo XVIII nacía la industrialización (minería, metalurgia, química) como motor del naciente sistema capitalista: propiedad privada de los medios de producir capital como generador de riqueza (economía mercantil), pero lo hacía sobre la base negativa de la quema de combustibles sucios: carbón / petróleo, que más adelante atentaría contra el equilibrio ecológico al destruir la capa de ozono protectora de la vida en la Madre Tierra.

Fue en los años 90 del siglo XX, al aumentar sus anuncios de “alerta” la comunidad de científicos en torno a la destruida capa de ozono que empezaba a cobrarnos la factura a sus hijos más pobres -por el deshielo de los polos: Artico y Antártida, que aumenta desfavorablemente el nivel de los océanos, así como por el desequilibrio ecológico provocador de huracanes, tifones, actividad volcánica, trombas, desertificación- cuando me enteré que el primer “aviso urgente” fue lanzado desde 1972, cuando Nadie le hizo el menor caso, empezando por gobiernos y agencias (des) informativas de Occidente.

Todavía hoy, en el 2018, Estados Unidos, causante directo del cambio climático con su modo de vida suntuario (60 millones de automóviles), se niega a aceptar que la elevación de la temperatura es una terrible realidad en el siglo XXI generada por el capitalismo destructor.

De esta forma, después de que las civilizaciones, a partir de Mesopotamia, sobrevivieron cerca de 7 mil años manteniendo el equilibrio ecológico necesario para la vida vegetal, animal y humana, solamente bastaron 250 años de destructora industrialización del sistema capitalista depredador (para estar a tono con los espectáculos cinematográficos de Hollywood), para iniciar el apocalipsis, no bíblico, sino terrestre, tan real como el deshielo de los polos, las inundaciones o la desaparición de las primeras islas.

¿Y si para cuidar a la Madre Tierra, dejamos de usar tanto el automóvil y empezamos a hacer ejercicio caminando o manejando bicicleta, para iniciar un cambio de vida en lugar de seguir insistiendo en aumentar el cambio climático?

edgarrodriguezcime@yahoo.com.mx

Colectivo Cultural “Felipa Poot Tzuc”