Cultura

El papel de las artes y la cultura para una vida en solidaridad

José Miguel Rosado PatÉl no escucha música: sonríe poco. Julio César refiriéndose a Casio, uno de los hombres más ricos de Roma.

Toda expresión o práctica cultural enriquece la vida humana. A través de la literatura, la música, el teatro o de cualquier saber o conocimiento impactan directamente en la formación y modificación de nuestra concepción del mundo y de todo lo que en él habita. Nuestra forma de relacionarnos con los demás y los valores que ponderamos como buenos son resultado, en gran medida, de la cultura. La cultura engloba todo aquello que es humano; nuestros deseos, costumbres, hábitos, frustraciones, ambiciones y libertades, las que gozamos y las que anhelamos.

Cuando hablamos de cultura, ineludiblemente, lo hacemos de la solidaridad. La solidaridad, dentro de un grupo particular, puede ir de la mano con una percepción –amistosa o no– de quienes son miembros de ella (como por ejemplo, el reciente rechazo o aceptación de los inmigrantes que llegan de Centroamérica). Luego, hablar de cultura es hablar de solidaridad y, por lo tanto, de comunidad. Es visible y palpable que, un pensamiento positivo centrado en la comunidad genera relaciones armónicas entre sus individuos; como exclusión y sentimientos violentos, un pensamiento xenófobo, racista, clasista; discriminatorio en cualquiera de sus expresiones. Esto sucede porque confunden la solidaridad “intracomunitaria” con la esencia de la solidaridad que conlleva fraternidad.

La fraternidad es universal cuando se entiende y se mira al otro como un humano que posee los mismos derechos y libertades fundamentales que todos los que habitamos el planeta Tierra. Verlo de otra forma resulta patético, si no es que estúpido. Los rencores y prejuicios tienen el mismo origen que nuestros hábitos, forman parte de aquello que no siempre elegimos vivir durante la infancia pero que –se esperaría–, el sano juicio y el razonamiento de la edad adulta, nos deben permitir construir el discernimiento suficiente para el análisis de lo que nos rodea. Al fin y al cabo, eso es lo que nos diferencia de los animales: la capacidad de razonar, es decir, de complejizar todos aquellos procesos que otras especies efectúan mediante el instinto.

Ese razonamiento es el que nos permite comprender que, no por procurar el bienestar, únicamente, del grupo al que pertenezco significa que “tenga la razón”, contrario a eso, se tendrá todo (fobias, prejuicios, dogmas) menos razón.

Es pertinente decir que todo pensamiento basado en sentidos de identidad –el que sea– presenta aspectos dicotómicos, pues fomenta tratos distintos entre quienes forman parte de un grupo y los que no. Volviendo al punto anterior: los sentidos de identidad se crean mediante aquellos valores que una sociedad reconoce como loables, los cuales no siempre encuentran su fundamento en la ética.

Por ello, compatriota mexicano te digo: si te sientes agredido en tu economía porque otros humanos (como tú) desean entrar a un territorio que no es tuyo ni de nadie, porque las condiciones de aquel de donde provienen no son aptas para vivir con dignidad, es porque no has entendido que de nada sirve tener toda la riqueza o toda la solvencia económica si no hay nada que dé sentido a la vida humana. Mejor solidarízate con las causas obreras, las del campo, las de los pueblos originarios, las de las mujeres, las minorías y los grupos vulnerables.

Donde se siembran las artes y el reconocimiento pleno a los saberes, al patrimonio cultural –tangible e intangible–, crecerá tolerancia y un profundo respeto y comprensión de la tragedia humana. Celebremos la diversidad y cultivemos la tolerancia.