“Mientras barro, pienso, recuerdo, escoro mis quehaceres y al mismo tiempo arreglo todo lo que puso fuera de lugar la noche quien con sus poderes deja fuera de lugar muchas cosas, las desordena y las ensucia. Son más de seis horas –mientras nosotros dormimos– que ella las invierte en sacar polvillo, traer hojas, hacer que los animales hagan su desbarajuste y, en fin, darnos trabajo para cuando amanezca.
”Barro despacio, amontono la tierra, el polvo y la basura grande. La voy empujando al patio y mientras lo hago los recuerdo vienen, parece que el barrido los llama porque en otro quehacer esto no me pasa. Cuando cocino no pienso en otra cosa que no sea lo que estoy poniendo en la candela. Pero cuando agarro la escoba hasta mis hijas vienen a mi cerebro, las recuerdo a las dos cuando se fueron a Estados Unidos, hace ya muchos años, casi treinta, y ya no las he vuelto a ver. A veces sé algo de ellas. Que una se casó con un pocho, que la otra se arrejuntó con un huero. ¡Ay, Dios mío! ¡Qué barbaridades hacen! Pienso, así que ves, si tendrán hijos, cómo estarán ellos, cómo los tratarán, irán a la escuela. No sé nada de ellas. Por eso creo que me gusta barrer, porque parece que las invoco en ese momento. A veces tiro la escoba, me apresuro, dejo el barrido a medio hacer y salgo corriendo a la calle, a lo que me recordó el barrido. Parece que el barrido y la escoba son mi memoria. Luego cuando regreso, es como comenzar de nuevo. El viento ya se llevó todo. Ese es mi trajín diario, ¿qué le vamos a hacer? Me gusta; así me educó mi mamá: ‘Lo primero que vas a hacer cuando te levantes es agarrar tu escoba y limpiar tu casa, dejarla limpia, arregladita para que nadie piense que eres una cochina o floja’. Así me decía ella. Cuando yo le decía eso a mis hijas, no me hacían caso. Me decían que eran otros tiempos y que lo hacen después, cuando tengan ganas, no por obligación. No sé si así viven en los Estados Unidos. No lo sé porque nunca he vuelto a saber de ellas.
”Hay barrido que entierras, otro lo amontonas y lo dejas para que el viento se lo lleve; a veces lo quemo. Depende. No lo sé, pero parece que una sabe que algo útil puede llevar el viento a la tierra y por eso hace una esas cosas.
”Cuando lo quemas o lo entierras, parece que ese barrido es malo y no quieres darle nada de él ni al viento.
”Antes hasta las calles barrían, ¿te acuerdas? Hoy, no; pasan los camionsotes y ahí les tiran las bolsas de la basura. He visto que en los basureros de los pueblos quemada hacen la basura. Aquí, la apretujan y la entierran. Dicen que de ahí sacan fertilizante para las plantas y que hasta en petróleo la pueden convertir”.
A doña Tomasa Poot la conocí de niño. En las mañanas siempre la veía con su escoba empuja y empuja montoncitos de basura. Al rato se detenía, se aparragaba en el umbral de la puerta, cruzaba un pie delante del otro y ponía la escoba delante de su cuerpo como si fuera un sostén. No pasaba nada ni nadie, pero ella permanecía así un buen rato. Ni el sol que le caía en el cuerpo la perturbaba.
Nunca creí volver a encontrar esa imagen en la misma persona después de tantos años alejado del rumbo de ella, y que fue el mío también, el barrio de San Sebastián.
–¡Atió, mira, eso! ¿Qué raros vientos te trajeron por acá? –dijo alegre al verme, pero sin soltar su escoba.
–¿Me recuerda, doña Tomasa?
–¡Y cómo no! Eres el hijo de doña Dedé. El nieto de doña Juana Canto y Canto. Pasa hijo, pasa. Siéntate.
Acostó la escoba encima de un antiguo sofá, nos sentamos en unos sillones a juego y yo me di a la tarea de buscar cómo hablar del barrido y la escoba.