Pedro de la Hoz
A pocos días de la inauguración de la cuadragésima edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, dos realizadores mexicanos que califican entre los más prometedores esperan ganar el favor de los espectadores y concluir un año de despegue y consolidación de sus respectivas carreras.
La proyección de los filmes Las niñas bien, de Alejandra Márquez Abella, y Museo, de Alonso Ruizpalacios, incluidos en la selección oficial del certamen en la categoría de largometrajes de ficción, ha estado precedida por la nominación de ambos cineastas en la lista de los diez directores que deben ser seguidos en 2019, según los editores de la revista norteamericana Variety.
De acuerdo al escalafón, la cuarta posición de Márquez Abella, avalada por Las niñas bien, solo es superada por el iraní Alí Abbasi (Frontera), la pareja anglo-sudafricana Bert & Bertie (Tropa Cero), y la norteamericana Pippa Bianco (Share).
Entre la mexicana y su compatriota Ruizpalacios, la lista colocó al actor norteamericano Bradley Cooper, quien debutó como director con una nueva versión de Nace una estrella, al estadounidense Kent Jones (Diana) y la afronorteamericana Tayarisha Poe (Selah y los Spades).
Que dos directores mexicanos, por demás jóvenes, hayan sido sometidos a escrutinio, bajo una mirada que tiende a fijarse en lo que sucede en los predios más cercanos, no deja de ser una señal alentadora para una cinematografía donde últimamente han reinado tres figuras: Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón, jalonadas por sus realizaciones para la industria hegemónica.
Potosina de origen, Márquez Abella se formó en el Centro de Estudios Cinematográficos de Barcelona. Al regresar a México, se enroló como guionista y logró rodar el corto Cinco recuerdos, antes de debutar en grande en 2015 con Semana Santa, drama íntimo que gira sobre los días de asueto de una madre soltera y su novio.
Las niñas bien parece ser el salto creativo más importante de la joven realizadora. Una lectura atenta de la obra homónima de Guadalupe Loaeza, que viene dando batalla desde 1987, reveló a Márquez Abella la necesidad de ofrecer una visión actualizada acerca de los personajes reflejados en la ópera prima de la escritora.
En el centro se halla la venida a menos de una mujer de la alta burguesía mexicana, golpeada por la crisis económica de los años 80. La tesis se presenta con total transparencia: la protagonista sabrá lo que pierde cuando se pierde el dinero. La tarea más ardua enfrentada por Ilse Salas, en la piel de Sofía, consistió en no hacer del personaje una caricatura.
“Todos coincidimos en que teníamos que hacer algo más que una simple comedia ligera porque el clasismo que se vive no es para reír como lo hemos hecho durante tanto tiempo”, expresó Salas, en ocasión de la proyección internacional de la película el pasado agosto en Toronto.
El reto vencido por Alonso Ruizpalacios en Museo radicó en evitar lugares comunes en la recreación del espectacular atraco al Museo Nacional de Antropología de México, acaecido en 1985. Películas que narran sucesos parecidos abundan con desiguales resultados. Cómo vertebrar nuevas claves narrativas se convirtió en una obsesión para el director, que ya había sido reconocido por Gueros (2014), largometraje en el que la crítica advirtió huellas de la Nueva Ola Francesa.
Ruizpalacios fichó un elenco de primera línea: Gael García Bernal, Leonardo Ortizgris y Alfredo Castro. Hurgó en la historia real y añadió lo que pensó debía completar un cuadro que va más a las motivaciones psicosociales que a la época.
Al terminar la cinta, le preguntaron si tenía una hipótesis definida, y respondió: “Cuando escribes o diriges algo, se van a ver reflejadas allí tus inquietudes personales. Ya que me metí a la investigación, lo que más me resonaba era: ¿por qué lo hicieron? Traté de encontrar una respuesta, y me encantó no tener una clara. Descubrí que probablemente ni ellos sabían por qué. Cuando dimos con eso, pensamos que había que hacerlo parte de la película”.
No debe olvidarse lo que escribió Gabriel García Márquez poco después de que se recuperó el botín: “Lo único que creo es que si las piezas están intactas es porque ellos eran adoradores de las piezas. No creo exista otra explicación”.