Cultura

Lira Matancera, ¿resurrección de la Sonora?

Por Pedro de la Hoz

Cuando el 18 de mayo de 1924 siete jóvenes entusiastas estrenaban su agrupación en una fiestecita de vecinos del barrio Pueblo Nuevo, nadie podía pronosticar el nacimiento de una leyenda, la del conjunto Lira Matancera. Menos aún que al pasar del tiempo y en pleno siglo XXI sus sucesores recogerían la antorcha de otra leyenda mayúscula, cuyo punto de partida se halla en esa misma ciudad de la costa norte cubana, apenas cuatro meses antes.

En efecto, el 12 de enero de 1924 se reunían por primera vez los músicos convocados por el tresero Valentín Cané para formar el septeto Tuna Liberal. Dos años después pasaron a nombrarse septeto Soprano y en 1927 Estudiantina Sonora Matancera. Marcharon a La Habana y en 1928 grabaron con la RCA Víctor. Una década después, muy dentro del espíritu de la época, introdujeron el piano y en 1935 dejaron atrás lo de “estudiantina” para llamarse a secas Sonora Matancera. En lo adelante, con dos trompetas, piano, una sección rítmica potente y una línea frontal de voces privilegiadas –quién no recuerda a Bienvenido Granda o Celia Cruz, a Miguelito Valdés o Puntillita, a Vicentico Valdés o Celio González, al boricua Daniel Santos o al argentino Leo Marini, a la haitiana Martha Jean Claude o el colombiano Nelson Pinedo–, la Sonora Matancera, hasta bien avanzado el pasado siglo fue un emblema de la música cubana más allá de sus fronteras.

La Lira Matancera, desde que el guitarrista Leoncio Soler armó el septeto, tuvo si se quiere una trayectoria más modesta pero no por ello disminuida en calidades. También con los años transformó formato y renovó integrantes, compartió incluso con la Sonora la etapa iniciática de un músico tremendo, el genial Dámaso Pérez Prado. De igual modo probó suerte en La Habana y por años mantuvo su clase en la capital.

A finales de los años 50 parecieron bifurcarse los caminos de la Sonora y la Lira. La primera había alcanzado crédito internacional, suficiente como para que en 1960 iniciaran en México la definitiva andadura fuera de la isla. La Lira volvió a Matanzas, donde el pianista Idelfonso Marrero decidió relanzar el conjunto. En los años subsiguientes contó con la colaboración de uno de los baluartes de la antigua Sonora, Severino Ramos, en la consolidación del estilo.

A Marrero no le importó mucho que la línea clásica de los conjuntos en algún momento viniera a menos en el gusto popular. Si la Sonora no estaba, la Lira sí, con lo que algunos llaman el estilo matancero. Ya vendrían tiempos mejores, como lo fueron desde que en los años 90 una parte del mundo se abriera a la revalorización de los modos tradicionales de la música cubana. Buenavista Social Club, Los Jubilados, Compay Segundo, la Familia Valera Miranda y la Vieja Trova Santiaguera por un lado, y por el otro la extraordinaria cosecha que Adalberto Álvarez fue logrando con Son 14 y la orquesta que lleva su nombre, permitieron que los conjuntos con el sello de la Sonora, Chapottín y Arsenio, recuperaran espacio –puede que de rebote, pero espacio al fin– en la nueva generación de bailadores cubanos. Era posible la coexistencia entre la timba y el son, entre el songo y la guaracha, por qué no.

La Lira Matancera, en las últimas décadas liderada por el trompetista Carmelo Marrero, hijo de Idelfonso, supo defender su identidad. Con un repertorio a base de piezas de Dámaso Pérez Prado, Félix Cárdenas, José Claro Fumero, Severino Ramos, Nilo Menéndez, Arsenio Rodríguez, Ernesto Duarte, Fernando Mulens, Rosendo Ruiz, Senén Suárez, Bobby Capó, Carlos Argentino, Rafael Hernández, Pedro Flores, Daniel Santos y de autores contemporáneos como el cardenense Tony Ávila, asumió su propio legado y, con toda legitimidad, el de la Sonora Matancera.

Así lo demostró en el tributo que en 2010 el teatro América rindiera a la mítica agrupación con motivo de la visita a la isla de Nelson Pinedo y lo está confirmando ahora mismo cuando acaba de grabar en los estudios Siboney, de la Egrem en Santiago de Cuba, un disco en el que comparte su repertorio con el histórico del conjunto fundado por Cané.

El encargo tiene que ver con los éxitos recientes de la Lira en Colombia, donde la Sonora Matancera forma parte del imaginario popular. Allá la Lira recuerda a la Sonora, pero a la vez gana estatura por sí misma.

Por si fuera poco al estudio santiaguero fue convocado Jorge Maldonado, un puertorriqueño que entre 1976 y 1981 cantó con la Sonora y grabó en Nueva York dos discos con ella. Había pasado la época de oro del conjunto, pero el entonces joven vocalista podía beneficiarse de la experiencia del director general Rogelio Martínez, de los trompetistas Calixto Leicea y Chocolate Armenteros, y del pianista Javier Vázquez.

Maldonado pegó un número de cuya memoria muchos no quisieran acordarse, Mala mujer, uno de los peores ejemplos de sexismo en la música bailable, pero por ventura se le considera por sus interpretaciones de Fiesta, Son de Matanzas, De medio lao y Se formó la rumbantela.

El cantante boricua nunca ha dejado de estar vinculado al ámbito de la música neoyorquina de pura raíz sonera. Ha sido llamado por Roberto Torres, Manny Oquendo y durante los últimos años por la orquesta Broadway.

Este del verano es su primer viaje a Cuba. “Encuentro muy feliz –apunta– pues a la música cubana le debo mucho, y en el caso particular de la Lira Matancera, es como si volviera a hallarme entre aquellos grandes de la Sonora, pero de un modo diferente. Porque esta orquesta, para rendir pleitesía a sus colegas, no imita ni pretende ser como la Sonora. La Lira es lo mejor que me puede haber pasado en estos tiempos. En Santiago, por demás, se respira tradición y respeto, y el alma de un pueblo que da gusto”.