Cultura

Víctor Salas, ante las mulas de la realidad

Por Conrado Roche Reyes

I

No podríamos hablar de danza en Yucatán, sin dejar de mencionar al director, bailarín, coreógrafo, escritor y periodista Víctor Salas.

—¿Cuándo naciste?

—Mi nacimiento tiene una relación de números que han llamado mi atención desde niño. Nací en el mes sexto. La mitad de los doce meses del año, lo hice en 1950, la mitad del siglo XX, fue el 11 que es la unión de dos iguales, uno y uno, que no dan dos sino once. Esta situación me hace Geminis. Las mitades y dualidades vuelven a darse en mi entorno. Mi nombre lo integran seis letra y mi apellido cinco. Sumando ambos reaparece el numero once. Entre nombre y apellido se contiene el mes y día en que nací. Víctor, mi nombre, significa masculino de victoria. Esto es, vencedor. Son Geminis. Crédulo y sulfúrico. Si me dicen que en la catedral hay un caballo azul, lo creo y tengo que certificarlo. Si no encuentro al animal en dicho lugar, llegaría a pelearme con el arzobispo mismo para exigirle que aparezca el caballo azul”

-¿Dónde estudiaste?

—Mis parvulitos los hice con una maestra llamada Onita, vieja de ojos azules y larguísima trenza blanca, quien vivía acurrucada junto al fuego de la leña y un comal. En su ojo izquierdo, siempre tenía una pomada amarilla que le daba un aspecto de bruja. Vivía sola, con el humo de la leña que impregnaba todo lo que era su casa. Luego de Onita me pasaron a la Rita Cetina Gutiérrez. En un festival de fin de curso, tuve mi primer baile y mi primer traje. Era de chino. Lo recuerdo. De colores remolacha y amarillo. De tafetán. Durante años los conservé con enorme cariño.

Nada más que al terminar la primaria me convertí en un pésimo estudiante. Mi falta de interés en los estudios, me llevó a pedir auxilio en diversas escuelas de la ciudad. Pasé por la Adolfo Cisneros Cámara, la nocturna Agustín Vadillo Cicero, la mercantil Hepolo (Héctor Poveda López) y la Marden. En la escuela secundaria federal No.1 estuve en el turno matutino, vespertino y nocturno, en los grupos A, B. C y D. Como no había más posibilidades ni de horario ni de grupo, me pusieron en la calle. En el Distrito Federal intenté estudiar la secundaria. Era requisito dentro de mis estudios dancísticos. Tampoco pude. Ya de grande hice la secundaria en la Eduardo Urzaiz Rodríguez. Intenté la prepa pero ahí, de plano, ya no quise. Me dio miedo la falta de imaginación de los maestros, y los planes de estudios. Tuve temor de que a mi mente le quitaran la fantasía y la ficción. Preferí vivir sin papeles de escolaridad. En Filosofía, por ejemplo, había grandes pensadores de la humanidad, que eran estudiados como si de sus actas de nacimiento o defunción se tratara. Muchas materias estaban impregnadas de datos que hacían imposible su asimilación satisfactoria”.

-¿Cómo fue tu ruta en la danza?

-La danza es un ayer y hoy siempre matutino. Mis primeros contactos con ella fueron a través de Leydy Acevedo, “la zarina de los estupefacientes”. Estudiábamos juntos en la Federal No. 1, ahí comencé interpretando bailes folklóricos de Jalisco. Fue Leydy Acevedo la que me condujo a la danza en su forma de representación teatral. Llegué al teatro Fantasio, sede del teatro regional, ahí conocí a iconos como Liz Elba Castillo, Huacho, Chela y Lupita Cortés. Con los hermanos Cortés bailé temporadas constantes en el lienzo charro. Ese espectáculo folklórico era un esfuerzo heroico –como muchos de los que hicieron los pioneros de la danza yucateca–, ya que la mamá de los hermanos Cortés pagaba todo lo referente a las representaciones.

—¿Rancho del charro?

—Fo, qué horror”. Te hablo de 1966. De allí pasamos al Instituto de Bienestar Social y Familiar del Seguro Social, que acababa de inaugurar instalaciones en Merida. Entre ellas, su teatro. En ese instituto de educación artística conocí al joven “Coqui” Navarro, quien en un viaje al puerto de Chabihau para llevar danza a ese lugar, canto por primera vez “Despierta paloma”. Esos viajes eran de difusión cultural. Nos alumbraban con la luz de un motor de gasolina, al que echaban a andar jalando de un mecate. Nos sentíamos los grandes artistas en las jornadas más importantes de su existencia humana. Después de esos viajes, la bohemia, huarear (beber licor).

Continuará