Cultura

Tributo a Pastor Góngora

Víctor Salas

Hacer la vida en el arte es la decisión y responsabilidad más difícil que se pueda tomar en Yucatán, debido a que nunca hay presupuesto para el desarrollo y sostenimiento del humano que intenta anclar su vida en la escena.

Todos los vinculados con un artista corren el riesgo de pasar penurias debido a que no hay un sueldo establecido para tales menesteres.

Así pues, cuando un artista celebra un medio siglo de actividades en nuestra entidad, asumo que se trata de una persona heroica, resistente a todo, impecable como un monje o un loco que decidió vivir a la deriva, o en los vaivenes de las decisiones de la burocracia mal llamada cultural.

Quizá en su nombre Pastor Góngora lleve la consigna de ir y andar, buscar incansablemente la faena actoral, porque lo suyo es una realidad más complicada y difícil que la de un bailarín, un músico de atril, un cantante o un actor, porque todo lo que él hace no va con la voz, la manipulación instrumental o el contoneo de un baile. El teatro del silencio, la pantomima, con su rostro kabukiano, exalta la gesticulación y las fibras musculares llevando una conectividad de alta especialidad con una agrupación de espectadores que no siempre resulta especializada en el lenguaje del gesto.

Pero Pastor Góngora no solo hizo y hace pantomima. Él, igual que muchos artistas iniciado en los años setenta del siglo XX, fueron tras otras búsqueda, intentaron atrapar la escena desde distintas orbitas, la del teatro infantil, por ejemplo, del teatro formal, como otra muestra de ello, la de la enseñanza, cuyo objetivo es la perpetuidad de la tarea emprendida.

El mimo yucateco tuvo algidez y caída, levantamiento y continuidad. Trabajó en la época en la que se hablaba de la democracia artística y actoral, en la que se podía vivir solamente del aplauso de público y, además, darle las gracias a un promotor, quien no realizaba mayor esfuerzo que reunir a un público para ver el trabajo del cuerpo en silencio. Pasa el tiempo, se asoma el amor, llegan los hijos, la casa se puebla, se anudan nuevos problemas y la familia se entremezcla en las tareas del mimo ¿Qué sigue? Pues, la continuación en la chamba como por encargo divino, por mandato venido de las nubes que engordan el cielo. Así, el tiempo transcurre, irreversible, sin que nada lo pueda detener. Pero Pastor, el pastor dueño del apellido Góngora ahí sigue y se asoma cada vez que las condiciones materiales se lo permiten.

Hoy, septiembre de 2018, en el tiempo de la cuarta transformación de la patria mexicana, celebro vivir la vigencia de un ser humano que hizo todo de la nada, que llevó grupos artísticos por la península, por las canchas deportivas y los rumbos sin carreteras en aquellos años de su emprendedora juventud.

Pastor Góngora, en el foro del Palacio de la Música, me hizo vivir las anteriores reminiscencias y revalorar su trabajo fecundo, que él, desde el principio de sus cosas, quiso asentar y establecer en la niñez de su Yucatán querendencioso, querenvendile, querenvendale.