“Ha desaparecido el más talentoso juglar de la poesía cubana. Salvó como nadie la tradición poética de lo mejor de nuestra raíz africana. Fue un cultor de la rumba en todas sus manifestaciones y su obra quedará como un testimonio de la resistencia de una cultura que nos enriqueció. Eloy Machado, el Ambia, será irrepetible”.
Con esas palabras Miguel Barnet evocó al poeta minutos después de conocer su deceso el lunes 28 de enero en la mañana. En ellas expresó dos conceptos inseparables a la hora de valorar los aportes del Ambia: tradición y resistencia. Desde la oralidad, desde la más pura esencia del alma popular, Eloy entregó una manera singularísima de apresar la calle, el barrio, la franqueza, la humildad y el compromiso de los cubanos más humildes, aquellos que en estos tiempos son los que tienen todo por ganar y nada que perder.
Al decir adiós, La Habana pierde a un ícono. Muchos de los visitantes que buscaban en la capital cubana rasgos de autenticidad ajenos a los circuitos turísticos, desembocaban en el patio de la sede nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba los miércoles alternos en la tarde. El Ambia plantó allí su peña en 1985 y no faltó a ella ni una sola vez, salvo cuando se hallaba de viaje. Tocaban, bailaban y cantaban los mejores rumberos y las presentaciones se abrieron a otras expresiones folclóricas. Pablo Milanés llegó a la peña para acreditar al grupo Yoruba Andabo, trabajadores portuarios tocadores de guaguancó que un buen día llegaron a la escena del Carnegie Hall, y Mick Jagger pasó tres horas encantado y sin paparazzi tratando de averiguar los secretos de las congas.
En sus primeros años de vida, hasta la juventud, Eloy, nacido en La Habana en 1940, conoció el hambre y la marginación en los solares (casas colectivas de vecindad), aunque también aprendió de la solidaridad de los pobres y de la participación combativa de muchos por la justicia social. Así fue como encontró a Efigenio Ameijeiras (héroe de la Sierra Maestra, jefe de la primera misión militar cubana en tierras africanas), en tiempos de la dictadura. “A los dos nos habían arrestado; a él por revolucionario, a mí por mala cabeza. Él me hizo ver el lado correcto y la razón de la lucha; nos hicimos grandes amigos: cuando estuvo al frente de la construcción del hospital que lleva el nombre de sus hermanos frente al Malecón, me llevó a trabajar con él y allí me estimuló para que tomara en serio la poesía”, contó el Ambia.
Aún en la Uneac se recuerda el día en que el Ambia, con la ropa salpicada de cemento, llegó a la oficina de Nicolás Guillén con un manojo de versos. El poeta Cintio Vitier, narrador Onelio Jorge Cardos, Guillén y Barnet advirtieron tempranamente la originalidad del poeta.
Publicó en Cuba una decena de poemarios, entre los que destacan Caimán lloró (1984), Jacinta ceiba frondosa (1992), Vagón de mezcla (1998) y Por mi pura (2003). Numerosos poemas suyos han sido traducidos al inglés y en Italia el poeta y editor Gaetano Longo preparó una antología de su producción.
La proclamación lírica de su identidad espiritual llamó la atención de trovadores y rumberos. Juan Formell, uno de los más creadores de la música popular contemporánea, incluyó un poema del Ambia en una de sus piezas de mayor impacto, Ay, dios, ampárame, que muchos rebautizaron con el título del texto insertado, Soy todo:
Yo soy el poeta de la rumba
Soy danzón, el eco
de mi tambor,
Soy la misión de mi raíz
La historia de mi solar,
Soy la vida que se va,
Ay, que se va.
Soy Obbá, soy siré siré
Soy aberiñán y aberisún
Soy la razón del crucigrama,
El hombre que le dio la luz
A Obdedí el cazador
de la duda,
Soy la mano de la verdad,
Soy asere, soy conciencia
Soy Orula.