Cultura

Madre y Muerte. Historia de un mismo nombre

Ivi May Dzib

XI

Sepulturera

Afuera del teatro se escucha a lo lejos, apenas audible, consignas de una manifestación por los desaparecidos…

MADRE: Tenía una venda en los ojos, eran tinieblas a causa de tanta agua, pero había una luz que me guiaba, era la imagen de Ella corriendo hacia la casa antes que cayera la lluvia.

—Cómo podías saber dónde estabas.

MADRE: Estaba en el invernadero de la muerte, era un edificio derruido, si alguien lo hubiera visto no se hubiera atrevido a entrar.

SEPULTURERA: Mientes.

—No te salgas de la partitura dramática, tenemos que continuar.

—Yo sí hubiera entrado, si a mi hijo lo puedo encontrar ahí no dudaría en entrar.

SEPULTURERA: Es claro que miente, está inventando todo, si estaba ciega no podía saber nada de nada.

—¿Puedes interpretar al personaje o tenemos que reestructurar todo? Hemos dejado que te quejes e interrumpas toda la noche, pero una cosa es que todas estemos heridas y otra no cumplir con lo que habíamos pactado: mostrar nuestro dolor para exhibir lo que en este país pasa. Pueden decir que somos informativas, que ya todos lo saben pero no nos importa.

—Afuera hay muchas personas que están siendo informativas, se quejan y con eso dejan un documento de todo lo que pasa.

—Desde aquí se escuchan sus consignas.

—No pueden estar en paz.

—Nosotras queríamos paz para nuestras hijas y ahora no la tenemos nosotras.

—Nuestra manifestación sucede aquí y ahora. Así que mejor continuamos.

MADRE: Pude haber inventado la forma arquitectónica en la que habita el jardín de la muerte, pude haberles descrito paisajes, formas, colores, ornamentos, pero no veía nada, lo único que veía entre las tinieblas era un edificio derruido que era mi casa, esa casa antes llena de alegría, donde vivía con los mismos problemas de siempre, los que tenemos todos. Y si mi hija se encontraba ahí entonces la única imagen que podía tener en la cabeza era esa, decidí olvidarme de la casa derruida y del olor de la cocina durante las mañanas.

—Como los manifestantes de afuera no debemos callar. Tu historia es la de una Madre.

—Tu historia puede ayudarme a saber dónde está mi hijo.

MADRE: ¿Aquí está la muerte que se ha llevado a mi hijita? Es una niña de 10 años, tiene el rostro marcado por pequeños recuerdos, no tiene aún muchos instantes. Es una niña que aún no sabe qué es un beso de amor o una desilusión que la obligue a doblegar el alma. Es una niña que apenas camina sin tropezarse.

SEPULTURERA: La muerte no ha llegado, está muy ocupada. ¿Cómo encontraste este lugar?

MADRE: A fuerza de dolor y llanto. El mapa estaba en mi corazón. La Noche, El árbol con espinas en forma de cruz y el Lago me han ayudado. ¿Dónde puedo encontrarla?

SEPULTURERA: No lo sé. Y ellos no te han ayudado, se han aprovechado de ti, veo que estás con la voz quebrada, el cuerpo ensangrentado y ciega, ¿quién te ayuda cegándote?

—Muchos te ciegan y no ayudan, otros ayudan y te ciegan.

—Así ha sido siempre.

MADRE: ¿Quién eres tú?

SEPULTURERA: Soy una madre.

—Debes de continuar estoica interpretando al personaje, que no te domine el llanto.

SEPULTURERA: Soy la que cuida este lugar. Podrías llamarme Sepulturera. “Esta noche se han marchitado muchos árboles y flores; no tardará en venir la Muerte a trasplantarlos. Ya sabrás que cada persona tiene su propio árbol de la vida o su flor, según su naturaleza. Parecen plantas corrientes, pero en ellas palpita un corazón; el corazón de un niño o una niña puede también latir. Atiende, tal vez reconozcas el latido de tu hija, pero, ¿qué me darás si te digo lo que debes hacer después?”.

MADRE: No tengo ojos, no creo tener nada que necesites.

SEPULTURERA: Sí tienes…“puedes cederme tu larga cabellera negra; bien sabes que es hermosa, y me gusta. A cambio te daré yo la mía, que es blanca, pero también te servirá”.

MADRE: ¿Qué importa una cabellera de plata?, ¿qué importa parecer una anciana?, ¿qué importa parecer que he envejecido miles de años?, si podré al menos tocarla, sentir su rostro como cuando la despertaba con una caricia.

SEPULTURERA: Escuchen, afuera las cosas se han puesto violentas.

—Las vuelven a callar.

—La misma paliza.

—La misma indiferencia.

—La falta de sangre.

—El miedo manifestándose con macanas, gases lacrimógenos y balas de goma.

Continuará.