Cultura

El k´ex, o cambio para la muerte

José Iván Borges Castillo*

Relatos de finados desde Tekal de Venegas

¡Dos venados entraron en el pueblo de Tekal! Aquel evento fue el vaticinio del tojmochi, del mal agüero, el presagio de que algo malo estaba por ocurrir.

Mi abuela, mi chichí, lo contaba y lagrimaba, iguales lágrimas vi correr en el rostro de don Lorenzo Bacab, cuando una vez se dijo que un venado había entrado en el pueblo vecino. ¡Ah! Estaba bien marcado ese recuerdo por lo doloroso que fue y por la astucia inocente de los mayores, cuando confundieron a Yum Cimi, al Señor de la Muerte, después de tantas muertes de los hombres, mujeres y niños de aquí mismo, Tekal de Venegas.

Contaban los antiguos que cuando se decidió cerrar el cenote que se encontraba en la plaza, se abrieron dos pozos en lugares estratégicos, uno se localizaba detrás de la iglesia y uno más del lado norte, ubicado en el solar de un rico vecino que posteriormente puso división y se lo ajenó para sí y su familia; como era de los que gobernaban el pueblo nadie se atrevió a decir nada. Sin embargo, algunas de esas pilas, haltunes sueltos, labrados en piedras, que quizá sirvieron lo mismo para almacenar agua que para depósitos de viandas para las grandes fiestas del antiguo pueblo maya de Tekal antes de la conquista, aún se conservaban dispersos por la antigua plaza, y estando a la intemperie recogían el agua de las lluvias, que lo mismo bebían las torcazas, kaues y cuanto pájaro bajaba de sus vuelos, que el caminante y viajero que pernotaba en la plaza para hacer un ligero descanso en su camino.

Una mañana, de esas que el sereno cubre las calles y no se difumina sino hasta muy avanzadas las horas del día, ocurrió que por uno de los caminos que dan a la plaza principal entraron dos venados y tras recorrer por instantes los rincones, vinieron sedientos a beber agua de unas de esas piletas de piedra. Tras saciar su sed, se quedaron inmóviles, sus vientres se estremecían y comenzaron a vomitar la misma agua que habían bebido.

¡Que el venado entrara al pueblo es señal mala, es presagio de algo terrible que acontecerá, de alguna calamidad pública!

El mismo dueño de una de las casas de piedra que se ubicaba en la plaza principal, al ver aquella escena se persignó con la señal de la cruz, otros más que cruzaban en la plaza se pegaron el pecho y en lengua maya exclamaban su oración en voz baja, pidiendo misericordia a lo divino.

La noticia se regó como pólvora y todos conmovidos estaban a la expectativa.

¡Hay un nombre muerto a la vereda del camino, poco antes de llegar a Tiholop!, decían dos campesinos que llegaron a prisa a la casa real a informar a la autoridad local. Al poco rato llegaron noticias de otros dos muertos, ubicados en sus mismas casas, sus cadáveres estaban llenos de bolas negras, de una especie como de sarampión. Estos hechos comenzaron a cundir en el pueblo, por casas completas se enfermaban y caían muertos. ¡Era el fin del pueblo de Tekal!

La iglesia abrió sus puertas de par en par, y allí recurrían los desconsolados vecinos a implorar la salud para sus familiares, las velas de cera ardían en el altar de la Virgen Santísima de Candelaria, pidiendo su consuelo y amparo en aquel triste momento que atravesaba toda la comunidad.

Sin más, aquella terrible mortandad comenzó a brincar del pueblo a la fincas y ranchos vecinos, fueron tantos los muertos que no había cajas para enterrarlos, se dice que eran colocados en sacos y echados a las fosas comunes, para lo cual se habían habilitado unas zanjas a las orillas del camino que conduce a Izamal. Para no provocar más espanto a los vivos sanos, se prohibió el redoble de las campanas para los entierros, y se decretó por la autoridad local que estos debían realizarse solamente por las noches.

¡Pobre del pueblo de Tekal! la mortandad parecía acabar con todos sus habitantes, presagiando un futuro de ruinas y desolación. Los Yum Men, los antiguos sacerdotes mayas, quemaban sus inciensos en el monte, y colocaban el santo zaká en sus chuyubes, ósea, en jícaras colgadas en las ramas de los árboles, esto en los cuatro puntos del pueblo para que el antiguo dios Yum Cimi, lo tomara de ofrenda y se marchara. Pero todo parecía inútil. Ocurrió entonces que a los montes del oriente llegó un señor anciano, vestido a la usanza antigua de los indios yucatecos, con su pantalón, camisa, delantar y bastón en mano derecha; no se detuvo hasta llegar a la casa real, solicitó la presencia de la autoridad y de los Yum Menoob, tras darles aviso y estos llegar, el misterioso señor les dijo que deberían engañar a Yum Cimi, y que él venía a decirles qué hacer para este caso.

Se ordenó y así se hizo. Un viejo pantalón blanco y una camisa de mangas largas se embutieron de hojas de elote, de joloch, y de zacate seco, se le puso alpargatas y se formó su cabeza con un lec que fue cubierto con un sombrero, se le puso su cordón de pabilo como marca la tradición tekaleña, y se mandó hacer su ataúd. En la casa de uno de los vecinos principales fue trasladado para ser velado, se le rodeó de velas y flores, y hasta rezaron y cantaron las señoras y los Yum Men. Con el agua que se había bañado el cadáver de una persona muerta ese día, se preparó el chocolate que se repartió en jícaras en el velorio con pines de xix de manteca. Tras velarlo por el tiempo necesario de todo un día y una noche, fue llevado en procesión por el antiguo camino al cementerio, donde en un tumba fue enterrado, con todas los actos que marca el ritual del pueblo.

Y dicen los antiguos que tras el entierro de este falso cadáver, rodeado de un velorio con todos sus ritos, las muertes causadas por aquella epidemia por fin se acabaron. Algunos dicen que como había tantos muertos y no habían velorios, ni entierros como se acostumbraban, el Yum Cimi no se daba cuenta que estaba acabando con la población. Otros más dicen que se había logrado confundir a la Yum Cimi, a la muerte, que tras darse cuenta que se estaba llevando a objetos en forma de persona, decidió marcharse del pueblo, ya que su trabajo se había confundido con tantos muertos que había cobrado.

Con un muñeco lleno de joloch y de zacate los tekaleños lograron darle su cambio “el k´ex” a la muerte, a Yum Cimi, y ésta se tuvo que ir de Tekal dejando de llevarse todos los días a varios tekaleños. Esta es una leyenda de mi pueblo, de cómo los antiguos moradores de esta tierra lograron confundir a la muerte.

* Historiador

Unión de Escritores Comunitarios de Yucatán