Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Luis Gómez

X

825

¿Quién soy?

¿Quién soy?, pregunto yo mismo

vagando de tumbo en tumbo.

¡Algún fantasma sin rumbo

que se escapó del abismo!

¿De qué horrible cataclismo

surgió mi fisionomía?

¿Quién me lleva? ¡Quién me guía?

Si en las noches tormentosas

llevo las manos leprosas

y tengo el alma vacía.

¿Quién puso para mis ojos

tantas noches sin auroras

atrasándome las horas

para matar mis antojos?

¿Qué sombra eclipsó los rojos

arcoiris de mi piel?

¿Quién me sirvió tanta hiel

en mi copa de longevo?

¡Sin ninguna duda debo

pagar castigo tan cruel!

¿Quién se llevó paso a paso

mi juventud de poeta,

que la enterró en la secreta

desolación de un ocaso?

¿Qué misterio marcó el trazo

del marco gris de mi vida?

¿Cuál puñal me hizo la herida

con la punta envenenada

que no me mató a la entrada

y me mató a la salida?

Por eso dudo quién soy,

porque toco y no me siento

si soy de espuma o de viento

o muerto en la vida estoy.

Seré una sombra que voy

como un duende aparecido;

yo soy un barco perdido

que arrastran las horas locas

para romperse en las rocas

de la costa del olvido.

826

Ayer la vi

Ayer la vi ¡cuánta pena!

sentí en el silencio mío

cuando cubierta de hastío

pasó de tristeza llena.

Ya muerta y gris la azucena

de su juventud pasada,

blanca de nieve, empañada

su cabeza envejecida,

pálida y desvanecida

la aurora de su mirada.

Cuántos años sin volver

al nido que abandonó

la paloma que voló

quizás por no comprender.

Hoy regresa sin saber

dónde están sus ilusiones,

cuando ya sin emociones

le marca el tiempo su hora,

fugitiva ave que llora

la muerte de sus pichones.

Por la tristeza infinita

que asoma su lobreguez,

cómo colma su vejez

de una gardenia marchita.

Qué recuerdo le dio cita

a su propio desencanto

y por qué si en el quebranto

trae el vestigio del valle

pasan por la misma calle

dos que se adoraron tanto.

Ni un ¡hasta luego! ni nada,

como dos desconocidos

que pasan inadvertidos

por una acera ignorada.

De su cara desvelada

sentí la profunda huella

y como fugaz estrella

que al pasar dejó una cinta

ayer la vi, ¡qué distinta!

está la mujer aquella.

827

Ausencia, soledad y olvido

Ausencia, qué ingrata eres,

viajera de la distancia,

tú consumes la fragancia

de mis soñados placeres.

¿Por qué con tu velo quieres

hundirme en tu desacierto,

cuando ya cansado y yerto

pierde mi amor sus corolas

en las fulgurantes olas

igual que un barco sin puerto?

Soledad, sentencia aguda,

sorda, indiferente y fría,

torturadora sombría

con los celos de la duda.

Cárcel despiadada y ruda

sin término limitado,

abismo negro, rodeado

de penas que se comprueban

para los pobres que llevan

tristeza de haber amado.

Olvido, lento puñal

que se entierra hasta la cruz

cuando en la noche sin luz

nos azota el vendaval.

Influjo amargo y letal

artero y desconocido

en tí, miserable olvido,

decretado a la inclemencia

la mitad de mi existencia

sin piedad he consumido.

Por eso yo soy un ave

que herida emprende su vuelo

con ansia de hallar el cielo

porque en su nido no cabe.

Pobre de aquél que no sabe

cuando el corazón se inflama,

porque al no sentir la llama

tal vez no pueda decir

lo terrible que es vivir

cuando en ausencia se ama.