Creencias y significados
Entre flores, velas encendidas, y ofrendas que tienen lugar en un altar en las casas yucatecas se realiza la conmemoración por las ánimas del purgatorio, en los llamados días de finados en Yucatán. Olores y sabores, mientras el incienso perfuma el ambiente rodeando todo de un misticismo, y hasta el aire llega cargado de serenidad.
La lingüística maya registra la palabra “pixán” como aquello que sigue siendo una identidad de persona, ya no física, pero continúa viva, porque si bien el cuerpo desaparece, continúa existiendo como el “pixán”, que los cristianos tradujeron como el alma, éste se ausenta a un lugar de descanso, para los católicos a un lugar de purga, para pagar sus pecados, regresa anualmente a convivir con sus familiares y a visitar su pueblo. Es una celebración a la continuación de la vida, de la plenitud, representa el ciclo de la vida, como la semilla de maíz que es enterrada y entre la oscuridad de la tierra resurge a la vida. Se nombraba como “U janal pixano´ob” que significa comida de las ánimas. En tanto con la castellanización del idioma, más general de ciertas décadas al presente, se dice: día de santos finados.
La Iglesia Católica del siglo XVI, que llegó junto a la conquista española, trajo la celebración anual de los días primeros de noviembre en torno a Todos los Santos y los Fieles Difuntos, que vino a unirse a las creencias mayas con relación al regreso de las ánimas.
Dice el Chilam Balam de Chumayel: “Gemirán las almas de los muertos, desde los socavones de la ciudad de piedra de los Itzaes.” Por esta sola cita, encontramos la arraigada creencia maya de la existencia del alma y el lugar donde se encuentra en los socavones, en el mundo subterráneo, el lugar del Xibalbá. Mientras que para los cristianos es un lugar llamado purgatorio.
Las creencias y los dichos son parte importante para entender, enseñar a valorar toda esta celebración de las ánimas. Las creencias y significados de los componentes del altar son piezas fundamentales que justifican su existencia. El aire de finados sopla desde mediados de octubre, cuando las pequeñas lluvias que caen, señalan que las ánimas limpian su camino y lavan sus trajes de gracia.
Y cuando finaliza octubre y el viento sopla suave es señal que algunas ánimas han salido, por lo tanto, las mujeres no deben urdir sus hamacas y costurar, pues pueden atar a las ánimas. Las criaturas y los niños deben llevar una cinta negra, para que las ánimas de los pixanitos, ósea, las ánimas chicas no se las lleven.
La ofrenda se divide en dos partes: el Hanal mejen pixán y Hanal nojoch pixán, el primero se celebra el 31 de octubre y el segundo el primero de noviembre.
Nueve días antes, inicia el novenario de bienvenida, pues comenzarían a llegar a la media noche del 31 de octubre, cuando el purgatorio se abre, saliendo primero las almas de los niños, los “Mejen Pixán”, y en la noche del primero las almas de los adultos, los “Nojoch pixán”. Se reza el rosario en la madrugada y mientras se canta el “Salgan, salgan, ánimas de pena que el rosario santo rompa sus cadenas…” las ánimas van saliendo del purgatorio, unas salen con prisas y saltan de contento, en tanto que las ánimas santas y nobles en solemne procesión van entrando al pueblo. Todo es aire denso y tranquilidad, respeto profundo y no falta quien por incrédulo haya visto con asombro la solemne procesión, en escarmiento atroz por su indiferencia.
A la par del novenario, se efectúa la limpieza de las casas, patios, se da pintura blanca a las albarradas, se preparan manteles y objetos que servirán en el altar. La noche en que se cree llegarán, las puertas de las casas son adornadas con flores como el Xpujuc, amor seco y árnica. Y las albarradas se iluminan con la luz de infinidad de velas para que las ánimas vean el camino de llegada.
El 31 de octubre el altar está dedicado a las ánimas chicas. El mantel es de colores con bordados de animales, juguetes o canastitas. Las comidas no deben ser condimentadas por el temor que les haga daño, puede ser puchero de gallina, pollo asado con caldo, frijol colado con calabacita, entre otras comidas. Alrededor del altar se colocan juguetes como cochinitos, trompillos y gallitos de barro para que los niños se entretengan. Las velas del altar deben ser de colores variados y su número depende de los niños muertos en la familia. Los dulces de papaya, nance, ciricote, calabaza, mazapanes y demás forman parte de la ofrenda. Los panes que tienen lugar son en forma de muñecos. También frutas, tamales con cool de achiote y una jícara de agua, este elemento es indispensable para calmar la sed de las visitas purgantes.
El altar normalmente es de una sola mesa, con mantel. En el extremo superior van las imágenes sagradas de devoción familiar, una cruz verde e imágenes de la Virgen María. En varios casos para este altar de finados se recicla el altar cotidiano que tiene lugar en las casas yucatecas, en tanto que sólo se reviste de nuevos elementos. Después de las imágenes religiosas se colocan las ofrendas de comida y bebidas y en el suelo, en una varilla de madera se colocan las velas, o en candeleros desde el altar. La luz de las velas encendidas simboliza a las ánimas purgantes y el humo del incienso la oración que se eleva al supremo omnipotente.
El altar de las ánimas de adultos poco varía respecto al altar de las ánimas de niños, ambos deben contener la fotografía de los difuntos, el mantel de los adultos debe ser blanco con bordados en colores más modestos, las comidas que se acostumbra ofrecerles son: relleno negro, escabeche oriental, mechado de pavo, tamales de espelón y los mucbipollos o pibes, panes dulces variados como mazapanes, manjar blanco y dulce de calabaza. Las velas para este altar son blancas, una por cada miembro fallecido de la familia. Entre las bebidas destacan el xtabentún, el balché, pozole, atole y chocolate. Todas las comidas deben ser colocadas recién cocinadas para que las ánimas puedan recoger “gracia”, la esencia y sabor de las mismas. Se pueden colocar bebidas o elementos relacionados con el gusto de los difuntos de la familia, como son una botella de ron, cigarros, etc. Las flores representan con sus colores vivos la vida y ayudan a extender la luz de las velas para que iluminen el altar. La cruz verde es la alusión al Dios de los cristianos, aunque su color verde recuerda al árbol sagrado de la Ceiba o Yaaxché. Los pibes o mucbipollos deben ser tres, en caso que la ofrenda sea para una mujer, y cuatro para un hombre difunto, porque el tres representa a la mujer: tres las piedras del fogón y tres los pies de la banqueta; cuatro representa al hombre, cuatro los puntos de la milpa, cuatro los extremos de la cruz y cuatro los puntos cardinales.
Sobre los “Pib” se dice que los hombres que tienen las manos frías, llamados en maya “sis-k´ab”, no deben estar presentes cuando se entierran los “pibes”, porque éstos no tendrán el calor suficiente para su cocimiento. Cada “Pib” debe tener una manera especial de ser depositados en el entierro, una piedra cada uno, abajo y arriba. La carne que contiene debe ser solamente de gallina, porque si fuera de gallo, las ánimas al llegar al altar pueden ser asustadas por el canto del gallo y temerosas saldrían de la casa.
El rito de enterrarlo, de hacerlo “Pib” como se dice en lengua maya, es un símbolo del ciclo de la vida, que muere y vuelve a germinar en lo oscuro de la tierra, vuelve a la vida y todo se renueva; la carne muerta de animales envueltos por la masa del maíz los hace que regresen siempre a nosotros en otra forma, vitalizados y renovados.
Existen familias que no deben hacer “Pib”, pues si en el lapso del año murió algún miembro de su familia, al hacerlo quemarían el cuerpo de su difunto recién enterrado, y tendrán que hacer los pibes el año siguiente.
Según marca la piedad popular, el rezo de las ánimas chicas, o sea, de los niños difuntos, los llamados pixanitos en lengua maya, es el Trisagio que es alabanza a la Santísima Trinidad, pues se cree que las ánimas de los niños que recibieron el bautismo, pero que murieron en breve tiempo, al no tener pecado se vuelven angelitos que eternamente alaban a Dios y forman parte del séquito celestial de la Virgen María. En cambio, los niños que nacieron muertos o que no recibieron el bautismo en vida, se van al “limbo”, donde forman parte de los preferidos de la Virgen Santísima, pero no tienen alas. La Iglesia Católica ha definido, en época contemporánea, que el “limbo” no existe y que todos los niños muertos se van al cielo por no tener pecado, y en todo caso con mayor prudencia se deja a la misericordia divina.
Por eso el 31 de octubre, según marca la piedad popular, muy de mañana se rezará el Trisagio y se cantará los Gozos de Alabanza a la Augusta Trinidad, que dice al coro: “Dios uno, y Trino a quien tanto, ángeles y serafines dicen Santo, Santo, Santo”.
En tanto que a las ánimas grandes, se les reza el rosario y se cantan los lamentos y alabanzas a Dios. Antiguamente, los rezos del mediodía se hacían con rezadoras y cantores acompañados de la serafina, un pequeño instrumento musical de viento, también conocido como armonio, cuya presencia forma parte indiscutible de la añeja tradición yucatanense.
Antigua es la creencia que refiere un profundo respeto a las ánimas por el pueblo maya yucateco que no admite calaveras pintadas, ni símbolos de calabazas o grotescos de muertos, cadáveres podridos o sangre regada en las calles, aquello es una ofensa a las benditas ánimas. ¡Nada de paseos y mestizas pintadas!, decían las viejitas piadosas y aún los más recatados yucatecos fieles conservadores de nuestra tradición en los llamados días de finados. Y los abuelos en esos días relataban a sus nietos las leyendas como advertencias de continuar la tradición. Sin embargo, la cultura yucatanense no es un pueblo estático, muerto o del pasado, es un pueblo que camina día con día, en tanto va cambiando, transformándose y adaptándose según la necesidad del presente, buscando su supervivencia. Como dice el artista plástico Marcelo Jiménez, los pueblos mayas “No son un museo etnográfico, somos un pueblo en marcha”.
En las albarradas o en un lugar aparte dentro de la casa se coloca un pequeño altar con comida y agua para las ánimas solas u olvidadas por sus parientes. A los bebés se les pone un hilo negro o rojo en la muñeca, pues existe la creencia de que al no estar marcados los difuntos podrían llevárselos. A los niños en tierna edad se les pone cintas de color en los tobillos para que no se confundan con las almas que a veces vienen en forma de niños. Las ánimas de los que murieron cerca de la fecha de esta celebración no salen del purgatorio, y para el último día del mes de noviembre cuando las ánimas regresan ellos son los cargadores de velas y pibes que llevan para que se alimenten todo el año.
“Sí; –escribe Luis Rosado Vega en Ameridmaya– sí vuelven los muertos a este mundo que nunca abandonan por completo. Vuelven sus almas y, a veces, hasta con sus propios cuerpos que dejaron; vuelve a ver a sus familiares y amigos…”.
Infinidad de significados y creencias giran en torno a esta celebración, y son del dominio del pueblo yucateco, cada familia tiene su propia y peculiar tradición de colocar el altar y los elementos de éste con significados diferentes, todo bajo la concordia de celebrar el “U janal pixano´ob”, la comida de las ánimas o de los finados.
*Cronista de Tekal de Venegas
Unión de Escritores
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