Fernando Muñoz Castillo
II y última
Montemayor guardó silencio sin ocultar su molestia y su furia.
Tiempo después, en una reunión en su casa, se expresó acremente de esta realidad catastrófica y su inminente “debacle”. De los presentes, ninguno era escritor bilingüe de alguna etnia del país.
El relato anterior nos muestra y alerta de algo muy peligroso y escabroso, un camino muy angosto rodeado de abismos por el que transitan desde hace un tiempo los autores indígenas, quienes ya deberían manifestarse como mayores de edad y declararse simplemente como escritores mexicanos. Así de sencillo, porque si no es así, la exclusión del resto de la república de las letras la están haciendo ellos y no el resto de la sociedad.
Por supuesto que esto significaría que tendrían que bajarse del pedestal en que se les ha colocado para expurgar culpas históricas.
El teatro de la palabra es maravilloso, pero para ello el actor o la actriz deben de tener un entrenamiento muy intenso y profesional, porque pararse como “estatua” y decir textos como decir cualquier cosa sin sentimiento ni emoción, no es lo mismo que hacer lo mismo con conciencia y compromiso con el riesgo que se corre ante un público que no oye, ni escucha, sino que apenas ve, observa menos y distingue nada.
Este tipo de teatro testimonio, que pretende no ser teatro, pero que lo es, simplemente se deja para los entes escénicos con una preparación súper profesional. Es, tal vez, lo más difícil a lo que se pueden enfrentar directores(as) y actores/actrices de teatro contemporáneo.
Para experimentar con este tipo de teatro narratúrgico testimonial, se necesita un entrenamiento exhaustivo y profundo manejado por maestros que conocen estos campos de la actuación y sus lenguajes, físicos, intelectuales y orales.
Bien, por el experimento, que aunque fallido es un intento por buscar nuevos caminos para nuestro Teatro Regional, ya que son pocos(as) quienes se atreven a transitar estos caminos.
No hay más que decir que la madurez profesional de Bertha Merodio se muestra en todo su esplendor, aunque en momentos se vuelva un poco acartonada en su anciana temblorosa que tanto conmueve al público.
Creo, al igual que los que se durmieron en la función, que habría que meter tijera al texto o bien, presentar sólo dos historias, las más fuerte, la primera y la segunda. Ya que la tercera parece un apéndice de la primera.
Vale la pena que Santoyo, quien se ha caracterizado por montajes sencillos y limpios, nítidos, siga trabajando con esta trilogía, hasta lograr lo que pretende, eso que vislumbramos muy a la distancia, casi imperceptiblemente.