Cultura

Zapata, antes y después

José Díaz Cervera

III y última

Si caracterizamos la ideología dominante como un conjunto de contenidos mentales que permiten la legitimación conceptual de un orden, no podemos dejar de preguntarnos a quién beneficia ese orden y sobre qué supuestos está construido, pues ello nos permite reconocer la falta de neutralidad de mucho de lo que pensamos y creemos. Los órdenes y sistemas en que vivimos no son aleatorios ni absolutamente naturales, y su legitimación responde a una escala de valores estructurada retóricamente.

En esa retórica hay héroes y villanos, buenos y perversos, racionalizaciones, imaginería, anhelos, ensoñaciones y frustraciones; hay mecanismos de solidaridad y de conciliación, conflictos deseables e indeseables; están también lo recordable y lo olvidable, lo interesante y lo desdeñable cuajando nuestra historia y nuestras historias personales, privadas e íntimas.

En ese horizonte fantasmagórico (claroscuro de verdad y engaño se diría en la tradición marxista), aparecen aquellas figuras que nos explican y nos urden secretamente: un Pedro Infante que es todo corazón en “Nosotros los pobres”; un Cantinflas que, en la antípoda de la elocuencia, nos muestra el envés de un lenguaje al que no pertenecemos nosotros los pobres; un Emiliano Zapata de gruesos bigotes y mirada penetrante, que nos mira desde su martirologio en aras de nosotros los pobres.

Aquí tendríamos que hacernos una pregunta: al deconstruirse el Zapata macho, ¿se quebrantó la imagen de uno de los héroes más amados de este país?

Si ese héroe encarnaba únicamente el orden instaurado por un régimen que se legitimaba como heredero de la Revolución Mexicana y tenía la exclusividad de ese movimiento, la respuesta es sí. Mas los mitos sufren apropiaciones y Zapata no fue la excepción. Al derrumbarse aquello que lo sostenía, el mito también se derrumba como mito.

A veces, sin embargo, se da el caso de que el fin del mito permite la aparición del hombre de carne y hueso con sus grandezas y miserias, por lo que, si lo que se ha planteado en estas consideraciones sobre la polémica representación de Emiliano Zapata tiene algo de razonable (más allá incluso de que Zapata haya sido o no homosexual, como sugieren algunos investigadores), entonces estamos asistiendo a la refuncionalización del personaje y a su probable apropiación por parte de un sector de nuestra sociedad cada vez más consciente y mejor organizado. Me refiero a la comunidad LGBTT.

Si Zapata, con su imagen de macho duro, “bragado”, como suele decirse, se constituye en ícono del movimiento homosexual, éste habrá dado un golpe maestro en el universo simbólico en el que toda lucha se desarrolla necesariamente. Zapata habrá pasado entonces de ser patrimonio de un partido político o de una lucha social radicada en Chiapas a imagen de otra lucha que, orientada por la conquista de derechos sexuales, se verifica en otros territorios político-ideológicos. Lo que para muchos es una ofensa, pudiera entonces verse ahora como un homenaje.

Las probabilidades ahí están y lo que viene puede ser muy interesante para quienes sean capaces de mirar a través de la ideología. Zapata seguirá siendo un héroe, pero ahora un héroe con tacones y sombrero rosado.