Cultura

Navidad en…Yesterday

Conrado Roche Reyes

Mamá siempre estaba sentada en su máquina de coser mecánica, a pesar de todo el trajín que el día a día llevaba en el cuidado de sus seis hijos y las actividades de la casa para que ésta estuviera en orden y limpia como tacita de plata. ¡Por qué mama se pasaba todo el tiempo costurando sin tener la necesidad económica de hacerlo? Por una simple razón: le gustaba. Y es que entonces las enseñaban a cocinar y a coser. Todo el tiempo rodeada de señoras del barrio platicando el sabroso arte de chismear. Había, por supuesto, gran variedad de especímenes de estas damas. Desde la santurrona, pasando por la de lengua afilada, la agresiva y una a la que todos temían. A mamá jamás le oí un chisme o participar en la maledicencia. Lo digo con conocimiento de causa, porque en el momento en que las chicas del vecindario iban a probarse sus vestidos, yo estaba escondido en un clóset dejando una rendija pequeñísima para observar aquellas bellezas en ropa interior. Una visión celestial. Mamá cobraba sus servicios de costurera, repito, sin ninguna necesidad de ello. Probablemente era para “levantar” (guardar) y hacer las compras que Santa Claus traería a sus vástagos.

Cuando se acercaba la temporada de “heladez”, ella se ponía a tejer. A mi hermano menor y a mí, cada año elaboraba nuestros respectivos chalecos de lana, y lo hacía con mucho cariño, lo mismo que mis hermanas mayores (las cuatro) preparaban regalitos para los más chicos, es decir, los varones, mi hermanito y yo. De niño, siempre pedía lo mismo a Santa, pero éste no me cumplía, me traía lo que ella consideraba más conveniente. Las pistolitas y el sombreo de vaquero eran infalibles, pero la bicicleta siempre brilló por su ausencia hasta que fui mayorcito.

En mi casa –y no sé si en las demás de Mérida–, los regalos se colocaban debajo de las hamacas, de manera que la alegría y algarabía del día 25 eran indescriptibles. Trenecitos, muchos superhéroes en miniatura, de plástico convertían toda aquella mañana en un verdadero “laberinto” jugando con los regalitos y haciendo “jedentina y media”. Las mujeres con sus muñecas, vestidos, discos y otras cosas hacían la situación más calmada.

Aquello de colocar los regalos bajo del arbolito, aun no se estilaba. Y hablando del arbolito de navidad, era labor –el adornarlo– de las féminas de la casa, o sea, mis hermanas. En la construcción del nacimiento sí tomábamos parte los dos varones. El escenificar un nacimiento por entonces, no era una tarea tan fácil como ahora. En ningún hogar había un auténtico árbol de pino, eso vino después. Se vendían en “el comercio” (el centro) de materiales sintéticos. Ahora bien, como no se inventaba aún el zacate sintético, la labor comenzaba con una orden de mamá a nosotros dos: “Vayan con Oxté –el carpintero del barrio a cuadra y media de casa- para que les regale viruta para el nacimiento”. E íbamos a la carpintería donde el buen Oxté nos regalaba un buen tambache de viruta. Para entonces, el resto de la familia ya había hecho la especie de pequeña colina para llegar al pesebre, donde sería colocado el Niño Dios hasta después de las doce de la noche del 24 de diciembre. Pero la labor no terminaba colocando la viruta así, al “jaranchac”. No, había otro proceso. Se calentaba agua en un cubo, ya que cuando ésta estuviese hirviendo, se le echaba anilina (tintura) verde. Después, la viruta y a remover aquella mezcla hasta que aquellos finos desechos de madera quedaran de color verde. Ese sería el zacate para llegar hasta el nacimiento. Se respiraba en todo el rumbo y la ciudad el verdadero ambiente navideño. Los chavitos, de vacaciones, la pasábamos entre posadas, novenas y juegos de béisbol en el parque de Santa Ana, el que entonces no era peatonal y tenía amplios y verdes campos de césped con sus palmeras en las cuatro esquinas.

Ahora que las miro, es decir, las palmeras, la cercanía y la pequeñez de lo que era nuestro beisbolero “Diamante” y me digo: “Pero si éramos unos niños chiquitos, ya que un buen batazo no alcanzaba los treinta o cuarenta metros y era un jonrón”. Niñez feliz, con mejores amigos muy unidos que a diario nos veíamos y más aún en esta época. Íbamos a misa, confesábamos y comulgábamos (por entonces se hacia la primera comunión muy chicos), yo recuerdo que estaba en primero de primaria cuando la hice, pero regresemos a lo del nacimiento.

Ya colocado el zacate (viruta verde) se colocaba a la Virgen María, a San José y el pesebre donde nacería el Salvador, así como a los Tres Reyes Magos con sus camello, caballo y elefante, Melchor, Gaspar y Baltazar ¡presentes¡ Burritos, vacas, chivos, caballos, el imprescindible espejo (era un “lago “ con sus patitos de plástico). Y ya terminado este arreglo por los grandes”, entonces ahí entrábamos los “chiquitos”. Ahí se miraba subir a adorar a Superman, Santo el enmascarado de plata, Blue Demon, Black Shadow –estos últimos descamisados–. a marcianos, soldados del ejército norteamericano, uno incluso pecho a tierra con su fusil, Mikey Mantle, Roger Maris y hasta el monstruo de la Laguna Negra, todos ellos obviamente de plástico, pero para nosotros, infantes e inocentes, nos imaginábamos muy seriamente que nuestros ídolos infantiles adoraron al Mesías y a su madre en aquel portal de Belén. Era una época muy bonita. Nadie decía que si el arbolito y Santa Claus era imposición gringa, que lo “nuestro” eran los Tres Reyes Magos (¿). Y ahí estábamos alucinados cuando ya nuestra obra estaba terminada ante la oposición de las hermanas y la aprobación firme de papá (un agnóstico) y mamá.

Hoy, un nacimiento o una novena son considerados “cosas de huiros”, lo que rifa son las ahuachadas posadas comiendo pozole (no con coco) y chupando.

Por la noche, la cena. Pavo, pierna, jamón claveteado, bacalao noruego y frijol refrito. Ninguna pieza gastronómica de extravagancia, la que llaman ahora gourmet. Y las mujeres eran mucho más libre, pero mucho más, que las “feministas” que vandalizan y atacan a las personas que “porque es hombre”, y todavía hay intelectuales yucatecos que en todo se achocan, que las defienden. Y todos sabemos que quien las azuza, son hombres, al menos yo conozco a tres de ellos que recibían órdenes. Tres ardidos que suspiran y están “picados” porque ya no pueden “mamar” del presupuesto. Son los mismos de siempre. Pero hoy, en estas fechas, con mi familia de la que soy ahora tronco, estamos felices, la pasaremos juntos escuchando campanitas de felicidad, momentos de gloria en familia. No nos importa que ésas no quieran a la familia, nosotros… jingle bells.