Cultura

Cela en el Umbral

A partir de la publicación de La balada de los gamberros, Francisco Umbral encontró en Camilo José Cela a su “profesor de energía”, al padre de carne y hueso que siempre soñó tener. Esa novela, breve e iniciática, terminó siendo el vínculo de una amistad de treinta y siete años.

En esa primera época, 1965, Cela era ya el escritor más popular de España, para bien y para mal. Poseía una obra de fuerza y prestigio: La familia de Pascual Duarte, La colmena, Oficio de tinieblas, Pabellón del reposo y Viaje a la Alcarria habían sido motivo de elogio y de euforia desmedida. En La catira, sin embargo, sus detractores le reprocharon haber aceptado el encargo del dictador Marcos Pérez Jiménez, de Venezuela, para realizar una crónica muy a modo de ese régimen represivo. Albert Camus y Ernest Hemingway habían rechazado antes el ofrecimiento por razones políticas.

A Cela le importaban el dinero y la glorificación. A Umbral, ser único.

Esta conjugación de objetivos estimularon sus respectivas trayectorias: prolíficas, libérrimas y audaces. A Umbral le dio el impulso para hacer de sí mismo un personaje extravagante, actoral, fingidamente misterioso, un “dandy” impertinente, cuyos gestos podían ser tan caprichosos e inesperados como su propia escritura. Su producción disciplinada, de varia invención, le sirvió para ganarse un sitio en la narrativa española.

Nacido en 1936, Paco Umbral fue registrado bajo el nombre de Francisco Alejandro Pérez Martínez, hijo natural; con el tiempo se descubriría que su padre era el abogado Alejandro Urrutia y el poeta Leopoldo de Luis, su medio hermano. El novelista negó ese parentesco.

(–Ese es tu verdadero nombre –le dijo su entrevistador Fernando Sánchez Dragó.

–Eso no es cierto. Nadie sabe cómo me llamo –respondió en una conversación televisada.)

Vivió en Valladolid hasta la adolescencia. Decidido a ser escritor se instaló en Madrid y desde entonces acometió todos los géneros posibles. No obstante, lectores y críticos consideran Mortal y rosa su obra más trascendente y personal. Canto al dolor, al desgarramiento, a la ansiedad por la pérdida irremediable, este texto con esquema de diario íntimo relata los pormenores de la leucemia que le arrebató la vida a su pequeño hijo, “Pincho”, de seis años. Aquí, Umbral no sólo escribe en primera persona, sino en primer padre. La voz paterna se quiebra y se contiene en simultáneo.

En 2001, a propósito de la muerte de Camilo José Cela, el novelista escribió Cela: cadáver exquisito. En esta ocasión le correspondió jugar el otro papel: se expresó con la vacilante voz de un hijo y las licencias que nada más un familiar se permite tomar en torno a sus mayores, a sus ancestros.

“… Era un genio del escribir viviendo y del vivir escribiendo (…) Se me ha muerto el profesor de energía. Antes había tenido otros pero ya no tendré más. Un profesor de energía es un verdadero padre”.

En Cela: cadáver exquisito, el novelista narra por temas, tanto privados como públicos, la polémica existencia de su modelo tutelar y literario. No se atiene en ningún momento al orden cronológico. Los episodios se alternan: empieza por los antecedentes genealógicos para luego hablar de la influencia de Pío Baroja; retorna a la infancia de su biografiado y de ahí salta hasta la fundación de la revista “Papeles de Son Armadans”. La política, la preguerra, el fascismo, el dinero, el sentido del humor, la censura y la obtención del Premio Nobel en 1989 se suceden en estampas.

En otra sección yace el repaso casi microscópico de la obra: el proceso de creación, la novela, el plagio y la prosa lírica se completan con la idea de fotografiar de cuerpo entero lo que el también senador Cela había significado para las generaciones posteriores.

Crítica, ironía, chisme y mala leche aparecen una y otra vez a lo largo de las 218 páginas. No faltan la admiración, el orgullo, el cariño y la lealtad.

Uno de los episodios más lúcidos y objetivos del libro es cuando Umbral admite que en realidad el género de Cela fue la crónica de viajes, al margen de sus novelas experimentales y de sus ensayos eruditos sobre la lengua: “Viaje a la Alcarria –explica– no sólo es un libro de sencilla y novísima belleza, sino que nos devuelve a la tradición viajera del 98 –Unamuno, Azorín, Baroja– y rehabilita un género olvidado entre los españoles”.

En la última escena del libro, reflexiona acerca de la ausencia y el miedo a sentirse cada vez más solo, y se promete ir a visitarlo al olivo cuya sombra protege su sepulcro. “Un olivo centenario que habiendo vivido un siglo nos acoge y reúne a los dos. Eso espero”. Umbral falleció en 2007. Padre e hijo nunca se despidieron.