Por Ivi May Dzib
Apuntes de un escribidor
Ahora, con el Internet y las redes sociales, se han creado los mecanismos para que cualquier persona pueda tener voz, mas no voto, o al menos para que pueda verter sus opiniones con la posibilidad de que alguien lo escuche, comulgue con él o ella y comparta ese sentir. Antes el privilegio de tener voz, mas no voto, lo daba la televisión, la radio, la prensa escrita, el libro u otros dispositivos a los que no cualquiera podía acceder. Ahora todos tenemos una opinión y gracias a las redes sociales muchos otros se pueden sumar o disentir. Sin embargo, esa masificación de la opinión no cae en gracia a todo mundo, porque puede resultar contraproducente, sobre todo cuando se trata de personas que se sienten orgullosas de comulgar con la intolerancia, la violencia, el racismo, la xenofobia, el feminicidio, la pedofilia y otras formas de sin razón que atentan contra la dignidad humana.
En esto días se ha hablado mucho de las marchas feministas y de la furia de las manifestantes que protestan contra el Estado que ha cerrado los ojos ante los feminicidios y las agresiones a las mujeres, mismas que día a día son asesinadas y ultrajadas, queriendo minimizar los casos y las cifras se ha creado un ambiente de impunidad que no dista mucho de lo ocurrido con las muertas de Juárez. Aunque en las redes sociales muchas son las personas que han exhortado a violentar a las manifestantes, ya que las acusan de intolerantes y de que las formas de protestar no son esas, sino que tendrían que ser pacíficas y no hacer desmanes para que se les respete. Lo preocupante es que ese exhorto de agresión hacia la mujeres proviene de servidores públicos o en muchos casos de personas que deberían de ser más sensibles por la naturaleza de su trabajo, y esta persecución hacia las activistas se traduce en personal de empresas privadas, universidades e instituciones públicas a las que se les exige que sensibilicen a sus empleados. Pero es difícil sensibilizar a alguien que está formado y cuyos prejuicios salen a relucir cuando se trata de exhibir posturas. Porque el problema no es emitir nuestro punto de vista, sino hacerlo de una manera tan misógina cuando se supone se tiene una responsabilidad como servidor público.
El humilde punto de vista nos caracteriza, nos habla de cómo somos. La manera en que la gente se comporta en las redes sociales y en la vida cotidiana es producto de lo que lee e interpreta como realidad, el gran problema tiene que ver con la comprensión lectora y como es mucha la gente la que no sabe leer (comprender), incluyendo la que se dice la más letrada, los muros se convierten en un caos porque toman como verdad cualquier provocación que incita al linchamiento, de ahí que no crea en muchos de los que con su doble moral quieren enjuiciar a quienes se cruzan por su camino, sobre todo porque les cae mal una persona o un movimiento que no se acopla a su reducida visión de mundo. Lo que sí es cierto es que el material que se va exponiendo en los muros (de Facebook, no los del Estado) es una muestra clara de quiénes somos: sean comediantes vestidos o travestidos, cineastas, artistas visuales, empelados de las instituciones o de universidades, el odio a las mujeres es un discurso que se reproduce de manera corrosiva sin importar que la mentira esté de por medio.
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